jueves 25 de abril de 2024
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«El último Maradona», de Andrés Burgo y Alejandro Wall

El ultimo MaradonaEl día que conocimos la efedrina

Diego Armando Maradona avanza agarrado de una mujer vestida de enfermera, una rubia de la que todavía no sospechamos, como todavía no sospechamos que el héroe del fútbol ha jugado ese día su último partido con la selección. La imagen se repite cada tanto en la televisión. Es un momento que recordamos con desconsuelo y, sin embargo, vemos euforia: Maradona camina riéndose, sacudiendo una toalla blanca con la mano derecha y mostrando cómo toma con la izquierda a la rubia. Maradona festeja su regreso épico pero también es un hombre que va, sin saberlo, hacia la guillotina.

La otra imagen del dóping de Maradona en el Mundial de Estados Unidos es un balbuceo frente a la cámara, ese hilo de voz que se desgarra —y desgarra a millones— cuando lanza sus palabras más dolorosas: “Me cortaron las piernas”. Un epitafio a la altura del hombre de las grandes frases.

Al margen de los hechos trágicos que costaron vidas —como los 71 asfixiados en la Puerta 12 del Monumental, el 23 de junio de 1968 después de un River-Boca, o cada uno de los centenares de víctimas por hechos de violencia—, el jueves 30 de junio de 1994 fue la jornada más triste del fútbol argentino. El anuncio de la expulsión de Maradona del Mundial 94 se siguió en la televisión como el final de una serie y se lloró en las calles como la muerte de un personaje célebre.

En un deporte en el cual la identificación entre los hinchas y sus clubes avanzó en los últimos años hacia una relación simbiótica, muchos elegirán una final perdida o el descenso de su equipo como lo primero que evitarían si pudieran volver el tiempo atrás. Pero, a nivel nacional, el fútbol no nos entregó un duelo colectivo superior al del día en que conocimos la efedrina. La atmósfera de tragedia fue mayor que a la de cualquier eliminación en un Mundial. Las derrotas en primera ronda o en cuartos de final produjeron una reacción clásica: las puteadas a los jugadores y a los técnicos. El Mundial de Estados Unidos generó la solidaridad con el tótem en desgracia y masificó un estado de depresión.

La Argentina somatizó los males de su fabricante de felicidad.

Su desdicha fue nuestra.

Un frente de desolación cubrió al país.

Al día siguiente de que Maradona fuera excluido del Mundial, el diario Página/12 tituló con la misma única palabra que había usado otro diario, Noticias, veinte años atrás ante la muerte de Juan Domingo Perón: Dolor.

Entre el martes 28 y el jueves 30 de junio de 1994 —las 48 horas que aniquilaron la carrera de Maradona en la selección— en las ciudades de Boston, Dallas y Los Ángeles comenzó un desierto de títulos para la selección. En los veinte años previos, la Argentina ganó dos Mundiales y dos Copas América.

En los veinte años posteriores, nada.

Fueron los días en que dejamos de ganar.

Ese dóping de Maradona, en cierta forma, y de manera tan antojadiza como cualquier otra convención, podría ser una división en nuestra historia futbolística moderna.

Es cierto que a partir de 1994 fue tiempo de equipos dispuestos a identificarse con una causa —el que dirigió Bielsa—, de partidos pintados por Dalí —el 6 a 0 a Serbia y Montenegro en Alemania 2006— y de jugadores cuyo disfrute individual incluso vale el castigo de la ausencia de título colectivos —Lionel Messi—, pero no es menos cierto que, a partir del corte de piernas a Maradona, Argentina dejó de ganar y tropezó en primera ronda, cuartos de final y, a lo sumo, alguna final de Copa América.

Además de los efectos que se ven sobre la superficie —las derrotas en la cancha y la tragedia del héroe—, subyace lo que no se televisó ni se fotografió ni se escribió. Ni las lágrimas de Diego ni el uniforme blanco de la enfermera.

Está el trasfondo.

A Diego Maradona, el protagonista de esta historia, lo rodean dirigentes, preparadores físicos, médicos, masajistas, fisicoculturistas, políticos, frascos de pastillas y un verdadero desfile de intrigas.

En torno al caso se imaginaron teorías conspirativas, complots internacionales, traiciones veladas, venganzas frías y planes maquiavélicos. Muchas de esas ideas se instalaron en el imaginario popular y todavía perduran.

De eso también se nutre el fútbol: de la victimización.

Y, en ese territorio, uno de los demonios preferidos fue la enfermera que le tendió la mano a Maradona después del partido contra Nigeria y lo llevó al control antidóping.

El vía crucis del Diez.

El otro demonio fue Daniel Cerrini, el fisicoculturista que le preparaba las dietas a Maradona, la mano que le dio las pastillas.

Y la FIFA, por supuesto.

Buscamos culpables porque queremos justicia. Pero también buscamos culpables porque nos entregan una digestión exprés de la angustia. Encontrarlos es una forma de consuelo.

Detrás de las cortinas hay mucho más.

La historia del dóping de Maradona en el Mundial 94 es una linterna que alumbra parte del fútbol que se juega en los túneles, el que nunca vemos, el que pertenece a los protagonistas de saco y corbata. Por encima de todos los actores, incluso de Maradona, quienes definieron el dóping fueron los titiriteros de las leyes del fútbol.

Hay Mundiales que se deciden en las canchas. El de 1994 también se decidió en una pulseada de poder entre João Havelange y Joseph Blatter, entonces presidente y secretario general de la FIFA, y Julio Grondona, presidente de AFA y vice de la FIFA.

Los auténticos dueños del Mundial.

El fútbol es política. Uno de los entrevistados sonrió cuando nos recordó que en los reglamentos de la AFA hay leyes que pueden interpretarse de dos maneras antagónicas, ante lo cual la elección final dependerá de la conveniencia de turno. Otro testigo directo del dóping reflexionó:

—Para mí Blatter se equivocó, no entiendo todavía cómo no lo tapó.

No fue una frase inducida con sesgo argentino, sino la interpretación de alguien que conoce cómo se cocina el fútbol, un submundo independiente incluso del Poder Judicial. La FIFA lo deja claro: país que acude a los tribunales ordinarios, país que se queda sin Mundial.

El dóping de Maradona fue siempre un rompecabezas desperdigado en crónicas, comentarios de la época y la construcción de nuestra memoria. El escritor español Javier Cercas dice que muchas veces anteponemos nuestros recuerdos a lo que realmente sucedió. Al recoger cada pieza y encontrar otras que hasta ahora permanecían escondidas, queda expuesta la catarata de mentiras y excusas que salieron de todas partes. Se caen mitos y se revelan oscuridades.

¿Por qué no hubo control antidóping en el repechaje contra Australia?¿Quiénes entraron a revisar la concentración de Argentina en Boston el día previo al partido contra Nigeria? ¿Se le hizo a Maradona un control preventivo antes del Mundial? ¿Era habitual que una enfermera buscara a los jugadores en el medio de la cancha?

¿Cómo surgió el pretexto de las gotas nasales para ex-plicar el dóping? ¿Cómo llegó la efedrina a la orina de Maradona? ¿Hubo solo efedrina? ¿Qué ocurrió durante la reunión por la contraprueba en Los Ángeles? ¿La efedrina tapaba otros compuestos? ¿Por qué la AFA decidió retirar al jugador? ¿Cuál fue la amenaza de la FIFA? ¿Qué rol jugó el gobierno de los Estados Unidos? ¿Por qué la FIFA no le otorgó a Maradona el derecho a una legítima defensa? ¿Existió una promesa de protección que se quebró?

¿La FIFA traicionó a Diego?

Otro de los entrevistados nos dijo desde las entrañas de la AFA que todavía nadie contó la verdad de lo que pasó con Maradona. Que algún día se sabrá, alguien lo dirá, pero que ese no era el momento. El dirigente se hizo misterioso. Y avanzó con intriga.

—En la caja fuerte de su casa, Julio Grondona guarda una carta del gobierno de los Estados Unidos pidiéndole que retire a Maradona del Mundial. Averigüen.

Seguimos esa huella por meses.

Consultamos a dirigentes, políticos, diplomáticos y empleados de la embajada durante los años del Mundial.

Nadie supo nada de esa supuesta carta y todos coincidieron, con mayor o menor énfasis, en la imposibilidad de su existencia. Grondona no quiso hablar del asunto.

Un funcionario menemista que vivió de cerca las relaciones con Washington en la década de los noventa negó sin dudarlo que algo así pudiera ser cierto.

—El gobierno de los Estados Unidos no dejaría firmado algo así, no es el proceder habitual. En todo caso pudo haber sido un non paper, un documento sin membrete ni firma, pero tampoco así lo veo probable. Sin temor a equivocarme, descarto de plano la existencia de esa carta.

Hasta a ese tipo de confabulaciones llega el caso.

A medida que nos internábamos en este bosque, las dudas crecían como ramas de un árbol. Entonces nacían otras preguntas y luego otras y otras. Intentamos mirar de cerca los detalles y con distancia lo general. El trabajo consistió en podar las conjuras y desmalezar el camino para encontrar la mayor cantidad de certezas posibles, aunque no todas: resolver todas las dudas es un absurdo conceptual.

El fútbol es uno de los mundos preferidos por el silencio. Y cuando no hay silencio, hay mentiras.

“Solo nos enteramos el diez por ciento de lo que en realidad pasa —suele decir el periodista Ezequiel Fernández Moores— y ese porcentaje mínimo al que accedemos es porque lo filtra gente que está interesada en que nosotros lo sepamos, por lo que también hay que desconfiar”.

La proliferación de conspiraciones es funcional al manto de secretos y la capa de sombras que cubre el fútbol: el noventa por ciento que no sabemos. Por eso estamos lle-nos de anécdotas y faltos de información.

Este libro, que intenta ser el relato de un instante que dejó una marca, no presume ser toda la verdad, pero sí es lo más cercano a la verdad que pudimos llegar.

El dóping de Maradona en el Mundial 94 es mucho más que el drama de un futbolista y la congoja de un país.

Abordarlo nos permite ver cómo se tejen las relaciones de poder, esos pliegues sobre los que pocas veces cae la luz.

También ayuda a ponernos en un espejo. Durante aquellos días de duelo, en la Argentina avanzaba la reforma constitucional que iba a permitir la reelección de Carlos Menem. Y la resistencia a las políticas económicas del gobierno se organizaba en una Marcha Federal que recorrería el país hasta llegar a la Plaza de Mayo.

Pero lo que nos paralizaba, lo que nos conmovía, era Maradona.

El último Maradona
Diego Armando Maradona quiere jugar el Mundial 94. Sueña con volver a ser el del 86, pero está completamente fuera de forma. Alguien le presenta a Daniel Cerrini, un fisicoculturista que nada tiene que ver con el fútbol. Diego lo contrata para que se encargue de su puesta a punto. Los resultados son, o parecen ser, sorprendentes. Maradona está en plena forma física y futbolística. El médico de la selección, sin embargo, está preocupado. Nadie le ha dicho qué clase de medicamentos está tomando El Diez. Argentina tiene un arranque espectacular en el Mundial. Maradona es la gran figura del equipo. Después del triunfo ante Nigeria, una mujer vestida de enfermera lo pasa a buscar al centro del campo. Diego ha sido sorteado para el control antidoping. En el palco, Julio Humberto Grondona le dice al dirigente Eduardo Deluca que ahora hay que rezar. Grondona deberá optar entre dos lealtades: o respalda a su jugador fetiche o cierra filas con el poder de la FIFA. El último Maradona devela con lujo de detalles la trama secreta de una de las grandes pesadillas de la historia del fútbol argentino.
Publicada por: Aguilar
Fecha de publicación: 04/23/2014
Edición: Primera edición
ISBN: 9789870434474
Disponible en: Libro de bolsillo

 

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