viernes 29 de marzo de 2024
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«Vivir entre butacas», de Hugo Paredero y Carlos Ulanovsky

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Hugo Paredero y Carlos Ulanovsky realizan en este libro un recorrido por la vida del empresario teatral Carlos Rottemberg. Cuentan desde su infancia hasta su consagración en el mundo del espectáculo, pasando por anécdotas y recuerdos propios del productor como también de otras personalidades artísticas, como Mirtha Legrand. A continuación un adelanto de «Vivir entre butacas«:

 

Prohibiciones y amenazas: la dictadura

Alan Strang tenía 17 años y una patológica atracción sexual y religiosa por los caballos, ensangrentó a seis dejándolos ciegos, los montaba desnudo hasta llegar al orgasmo: el personaje creado por Peter Shaffer para su obra teatral Equus (1973) estaba basado en un episodio real. Tal vez la inmensa atracción por el teatro fuera para Rottemberg el mejor antídoto para sobrellevar la dictadura que sufrió la Argentina desde el 24 de marzo de 1976. Autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, la gran mayoría de los medios de comunicación usaron ese nombre artístico para mencionarla, cuando no bautizarla, y después se permitieron la simplificación Proceso.

Las comillas se atreverían con el tiempo. El segundo proyecto del Ateneo, después de Parra, fue Equus, dirigida por Cecilio Madanes. El material llegó al país con sello de prestigio internacional y eran varios los teatros que la pretendían. Los protagonistas iniciales iban a ser Luis Politti, en el rol del psiquiatra Martin Dysart, y Miguel Ángel Solá, joven egresado del Conservatorio de Arte Dramático que había tenido un par de experiencias en la escena independiente y debutaba en el teatro comercial, como Alan. Equus pudo estrenarse en agosto de 1976 después de varias pulseadas de Alejandro Romay con los militares, que desaprobaban que un actor se desnudara en escena y, encima, para montar caballos, animal castrense si los hay. Para Solá, la obra significó su salto al estrellato. Pero para Politti, lamentablemente, un sueño que no pudo ser porque las autoridades vetaron su nombre. El actor tampoco pudo disfrutar del éxito de No toquen a la nena, la película de Juan José Jusid que lo tenía como protagonista, estrenada también en esos días después de interminables conversaciones con los censores de turno.

Dos meses antes, Luis Politti había sido secuestrado y torturado con simulacros de fusilamiento por un escuadrón paramilitar. Se decía que la causa de esa detención fue su personificación del general Alejandro Lanusse en una película de 1973 (Los traidores, de Raymundo Gleyzer, asesinado en diciembre de 1976). El actor fue amenazado de muerte y le dieron cuarenta y ocho horas de plazo para abandonar el país: primero sería México, luego España. Allí murió en 1980, de una hepatitis mal curada, se dijo.

“Un dolor de cabeza en Buenos Aires te lo curás con una aspirina, pero un dolor de cabeza allá lejos te puede producir una mandarina en el bocho. Luis estaba muy angustiado, yo me inclino a pensar que parte de esa angustia suya contribuyó a su muerte. “

Así lo precisó entonces su amigo y colega de exilio Héctor Alterio. Otros artistas, como Duilio Marzio, Mercedes Sosa, Sergio Renán y Soledad Silveyra, fueron algunos de los amigos que estuvieron cerca de Politti ayudándolo en trances tan difíciles. Fue Duilio quien lo acompañó a Ezeiza cuando tuvo que emprender la desesperante ruta del exilio y quien encarnaría al psiquiatra Martin Dysart en Equus. Así lo reconoce Rottemberg:

“Los que supimos lo que son las prohibiciones en nuestro país, y lo digo porque las viví y trabajé con actores prohibidos en la época de la dictadura, somos muy respetuosos de lo que quiere decir ‘ser prohibido’. Entonces, me parece que hablar de censura en democracia es faltarles el respeto a los verdaderos prohibidos. Otro buen ejemplo de la utilización del “ser prohibido” lo dan actualmente algunas voces que declaran haber sido ‘prohibidas’ por el gobierno militar de 1976 en la televisión, cuando en realidad lo que motivó que ellas mismas decidieran no trabajar en ese medio, incluyendo juicios que algunas llevaron a la justicia, fue la aparición de un decreto público fijando un tope de sueldos máximos para las pantallas; cosa diametralmente distinta a ser prohibido en las sombras y con riesgo de vida.”

Y cuenta que en 1978, cuando hacían en la misma sala Posdata: Tu gato ha muerto, de James Kirkwood, con Luis Brandoni y Gerardo Romano y dirección de Emilio Alfaro

“Nos cansamos de recibir llamadas de amenazas de bombas que no explotaron. Al principio sacábamos a la gente de la sala. Con el acostumbramiento, ya solo nos fijábamos en los baños y si ningún espectador había dejado la sala en medio de la función, por si había dejado un explosivo bajo la butaca.”

Al verano siguiente se fue de vacaciones a Pinamar y descubrió que a la ciudad le hacía falta un teatro. Inauguró el Teatro del Mar, un café-concert que solo duraría tres días, y no por falta de espectadores sino, más bien, por la asistencia de otros. Armó una programación variada con nombres atractivos, pero tenía puestas todas sus fichas en la primera noche:

“Con dedicación preparé todo para la inauguración del 5 de enero, que sería con Mercedes Sosa. Estaba sorprendido porque, faltando una semana, no tenía la habilitación, aunque todo estaba en regla. Llegó la fecha y Mercedes en coche. Las entradas estaban a la venta pero, insólitamente, no se vendían mucho para ella. Eso ya mostraba la presunción de haberme equivocado de público y lugar –deduce Carlos–.  Con Mercedes sentada en su coche en la puerta de la sala, fui a ver al intendente, quien me dijo que no me podría habilitar ‘porque tenía unos canteros con plantas que obstaculizaban la salida’. Recién ahí caí: no permitirían que Sosa actuara.”

Al final le dijeron que era una orden que venía desde La Plata y, por supuesto, que debía cumplirse. Ese sería el detonante para que la gran cantante abandonara el país hasta su vuelta, en 1982, casi al regreso de la democracia.

“La historia de la Mamma con Carlitos es hermosa, porque él era un jovencito con todo el empuje que le daba la edad cuando se conocieron. Contrató unos conciertos de la Mamma en plena dictadura, para inaugurar un teatro en Pinamar. Por supuesto que los militares no le permitieron concretar el proyecto y le clausuraron la sala antes de inaugurarla. Esos conciertos frustrados fueron lo que la llevaron a la Mamma a concretar una decisión que ya tenía pensada: partir al exilio. Luego el tiempo volvió a reunirlos en varias oportunidades. La Mamma creció como artista y Carlitos como promotor y empresario de espectáculos teatrales. Para la Mamma siempre fue Carlitos, por el cariño y la gratitud. Ya grande, siempre mimó a mi madre, siempre se da tiempo para recibirnos y darnos una mano. Tenemos palabras de agradecimiento por su inteligencia y coraje”. Fabián Matus.

En la tercera y última noche del Teatro del Mar, Marikena Monti cantaba canciones de Jacques Brel cuando llegaron dos inspectores de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), no precisamente como público. Venían con la intención de grabar lo que ella cantaba y evaluar su contenido. El recital era en francés y la única que conocía el idioma tuvo que sentarse con ellos a traducirles las canciones. Era Rosita, hermana del precoz empresario y, a la sazón, acomodadora de la sala. Carlitos lo revive: “En cada tema le preguntaban qué decía, buscando lo subversivo del mensaje, y Rosita, por las dudas, repetía: ‘Habla del amor… es sobre el amor’”. Todo el tiempo decía lo mismo la improvisada traductora de los servicios.

Pero por encima de eso estaba este fulano que la había contratado a la subversiva Mercedes Sosa, “averiguame quién es”.

Por una llamada de su padre, Carlos entregó las llaves del teatro, armó el bolso y rajó, más que viajó, a Buenos Aires. Allí se encontró con otro panorama, no más feliz:

“Esa misma noche habían ingresado por los palieres de servicio del edificio donde vivíamos, y en todos los departamentos habían pasado un volante amenazador por debajo de las puertas. Sin embargo, me asusté más cuando llegué a Buenos Aires y vi que tampoco podía dormir en casa. De todas maneras, la lógica de la juventud, no la de la realidad de ese momento, me hacía pensar que nada podía pasarme porque no había hecho nada. Esa lógica pura, que al crecer confirmé que no era exacta y estaba lejos del ideario militar, me daba cierta tranquilidad. Además, ya hacía cuatro temporadas que era “empresario” y descontaba que eso se sabía para confirmar que lo que hacía era una programación artística y no política.”

Tanto fue el miedo, que se aprendió de memoria el texto de los panfletos, pero no guardó ninguno. Sí conservó en su memoria que los vecinos llamaron a reunión de consorcio, ya que amenazaban con “volarles el departamento como primera medida si aceptaban en el edificio a un apañador de subversivos”.

“Sin embargo, indiscutiblemente por el conocimiento que de mi familia se tenía, resolvieron apoyarnos y nadie se movió del lugar. Solo a mí por esos días me mandaron a dormir a la casa de un abogado amigo de la familia.”

En 2012, su amigo Luis Brandoni fue a visitarlo con un regalo. Mientras estaba acomodando la biblioteca de su casa, al actor se le cayó un libro y de él saltaron un par de volantes de esos que treinta y seis años atrás irrumpieron amenazantes en el edificio. Los había guardado. “Me obligué a leerlos con una sensación muy extraña de curiosidad y miedo”, dice Rottemberg. Hoy están enmarcados en las oficinas, quien quiera leer, que lea.

Pero si aquel verano de 1979 lo tuvo a mal traer en Pinamar, fue una gran suerte que no dieran con él en Mar del Plata, donde la SIDE lo buscaba. Una noche de aquel enero, en el recién estrenado teatro Corrientes, paró un auto frente a la sala donde se exhibía Pijama de seda.

“Dejando su auto mal estacionado, se acercó un tipo muy canchero, bronceado, suéter amarillo, muy de verano. ‘No se puede estacionar ahí’, le dije. ‘Yo sí puedo estacionar’, me dijo el tipo. Recuerdo que estaba el inspector Rodríguez, de la Sociedad de Actores, que vio todo. Y el tipo me dice: ‘¿El señor Rottemberg se encuentra?’. ‘No, no se encuentra.’ ‘¿Cómo que no se encuentra?’ ‘¿No está en Mar del Plata?’ ‘¿Cómo que no está en Mar del Plata? ¿Dónde está?’ ‘No lo sé, él tiene salas en varios lados’. ‘Tiene que acompañarme’, me dijo el tipo. ‘¿Adónde?’ ‘A la SIDE’. ‘Pero estoy trabajando, estamos en plena función.’ ‘Venga que no le va a pasar nada.’ Y fui. ‘Ricardo, me llevan a la SIDE’, alcancé a gritarle al boletero. Dimos varias vueltas sin alejarnos mucho del centro hasta que nos fuimos más lejos. Me hicieron bajar ante un chalet. Me asusté cuando entramos, era un lugar totalmente vacío, paredes grises, una mesa de lata y dos sillas grises, ese gris comisaría. Lo primero que me preguntaron fue si Carlos Rottemberg era comunista. ‘¿Anda en células?’ ‘¿Por qué contrata a cantantes comunistas?, ¿es guerrillero?’ Me acuerdo que le dije con asombro: ‘Él es empresario de teatro’. Les conté de los panfletos en Buenos Aires. El tipo llamó, posiblemente a un superior, y comunicó ese dato. Me devolvieron al teatro y me dijeron: ‘Buenas noches y disculpe la molestia’. Fernando Haidar

“Por el miedo de lo de Pinamar no quise estrenar Convivencia, de Oscar Viale, que lo tenía firmado para ese 1979. Se lo pasé a María Luz Regás para el Regina, que fue donde finalmente se estrenó. Antes había viajado hasta Cariló para ofrecérselo a Sebastián Martínez, dueño del Premier, pero no lo quiso por el temor del momento.”

Carlos admite que, en general, los militares no se metían con el teatro profesional.

“La mira estaba en la tele, el cine y ámbitos oficiales. Yo hice un comercial de Posdata… para cine, ya que Lococo me permitiría pasarlo en todas sus salas antes del comienzo de las películas –recordemos que desde 1977 éramos socios en el Alfil–, y el aviso tuvo que levantarse a los dos días de proyectarse porque se objetaba la presencia de Brandoni en los cines.”

Lejos de ponerse de ejemplo cual manual sobre “cómo resistir dictaduras”, sí valora que “pude trabajar con casi todos”. Por ejemplo, mientras con Bárbara Mujica y Miguel Ángel Solá hacía El águila de dos cabezas, de Jean Cocteau en el Empire, cenaba con Hugo Sofovich en Fechoría. “Creo que por ese, llamémoslo ‘equilibrio’, tuve mis mejores años de estrenos con los autores nacionales cuestionados.” El “casi” es por Norma Aleandro, con quien nunca se dio. “Cada vez que nos cruzamos, hasta hoy, nos seguimos declarando vírgenes uno del otro. Pero nunca se sabe… Como le gustaba repetir a Santiago Gómez Cou: ‘Todo llega en esta vida, hasta los decorados’.”

Parafraseando al actor uruguayo-argentino, y en alusión al telón de fondo del título, a casi cuarenta años del golpe podría decirse: “Todo llega en esta vida, hasta la democracia”.

 

Almorzando con Mirtha Legrand

Carlos abandonó la televisión –quizás sería mejor decir que obtuvo su saludable divorcio televisivo– el 18 de febrero de 2011, cumplidos los veinte años de Almorzando con Mirtha Legrand.

El lunes 8 de octubre de 1990 había debutado en la televisión como productor de Almorzando…, por ATC. Ese mismo día publicó un aviso del programa en los diarios de todo el arco político. La señal provocó asombro: que Mirtha anunciara su vuelta en La Nación, bueno, era como su casa, pero ¿qué hacía su foto entre el “zurdaje” de La Voz? Con el nuevo trabajo, el nombre de Carlos, que llevaba años sin figurar en programas ni marquesinas ni afiches teatrales por propia decisión, recuperó visibilidad diaria en la siempre agrandada pantalla chica:

“Daniel exigió que en televisión no podíamos estar ausentes, por el tipo de programa de interés general y como manera de cubrir a Mirtha en los casos de reclamos por lo que se pudiese decir al aire.”

No solo figuraba al principio y al final el cartón con sus nombres –“una producción de Daniel Tinayre-Carlos Rottemberg”– sino que en el primero se sumaba también la voz de la locutora Nelly Trenti anunciándolos.

“Acompañé durante veinte años Almorzando con Mirtha Legrand desde una atípica presencia: un conocido que interviene cuando lo llaman, pero que nunca profundizó en el armado que salía por pantalla; aclaro que nunca tuve que ver con la diaria del programa en el sentido de sus contenidos. Siempre fue así: una producción independiente con Mirtha a la cabeza de las decisiones.”

Lo que comenzó en ATC, siguió en canal 9 y terminó en América. En febrero de 2011 –en una columna de Perfil– Rottemberg anunciaba su desvinculación del ciclo, un desenlace que se venía vislumbrando desde hacía bastante tiempo.

Más concretamente desde 2003, cuando comenzaron a brotar diferencias ideológicas y políticas entre los dos amigos, a un lado y otro de la letra K. Testimonió hace algunos años:

“A mi entender fue un buen programa durante varios años de los noventa. Tuvo fundamentalmente pluralismo, iban todos, por derecha e izquierda lo ponderaban. Fue una muy buena etapa del programa, en la cual Mirtha abría el juego hacia invitados con los cuales en privado, incluso, no comulgaba. Eso fue lo que comenzó a mutar con el tiempo y trajo los encontronazos privados que terminan siendo públicos en el almuerzo en que estuve invitado el 9 de julio de 2009. El motivo de la invitación era por la insólita medida de haber cerrado todos los teatros del país por el promocionado brote de gripe A, y todo devino en una discusión ideológica con Chiquita”

Esa fue la segunda aparición de Carlos Rottemberg como invitado a la mesa de los almuerzos. La primera había sido con Marcela Tinayre después del fallecimiento de Daniel. “Cuando el sábado 22 de octubre de 1994 se descompuso en su casa a las 20, solo estábamos Mirtha y yo. Esa tarde él se había reído mucho con mis comentarios de un estreno de Hugo Moser en el Tabarís”, evoca el amigo. Mirtha aún se asombra de no haber visto jamás una relación tan estrecha como la de ellos.

“Volviendo al productor, en septiembre de 1998 publicó una nota de opinión en la revista de La Nación hablando de la responsabilidad de los medios. Jugada y oxigenante, esa nota está colgada aún hoy en la sala de espera de su oficina del Multiteatro. Gobernaba Menem y opinaba lo mismo que ahora. En el caso puntual del programa, me di cuenta de que algo había cambiado cuando mutó el criterio de quién calificaba para mantener un almuerzo a solas con Chiquita. Siempre supimos que, si no era un presidente democráticamente elegido, no podía bajar de una personalidad como el doctor Favaloro para ostentar ese lugar.”

El divorcio televisivo no produjo la menor mella en el vínculo personal de profundo cariño que los une. Carlos expresa que su relación con Mirtha siempre fue de mucho cariño, “sustentado fundamentalmente por el pilar que creó Tinayre”. La llama a diario, la visita a menudo y comparten médico (el doctor Semeniuk).

¿Habrá contabilizado él, que maneja tantas cuentas, que veinte años televisivos con Mirtha Legrand equivalen a la mitad de su vida teatral? “Es de las contadas estrellas que supimos conseguir. Y sabemos que es más placentero vivir entre estrellas que en cielos nublados.”

“Daniel y Carlos parecían hermanos, disfrutaban estando juntos, se adoraban. Daniel era un hombre al que le encantaban los autos y sostenía que había que cambiarlo cada dos años, cosa que hacía. Entonces le decía a Carlitos qué auto debía comprarse, pero él no lo cambiaba. Daniel tenía un sastre en la avenida Montes de Oca, lo metía en el auto y lo llevaba para equiparlo. Porque Carlitos es un desastre con la ropa. Cuando hacía los almuerzos en el Costa Galana de Mar del Plata, que es un hotel maravilloso, él llegaba de bermudas y ojotas y yo no podía creerlo. Recuerdo la dura noche de 1994 y la calidad de la compañía de Carlitos. Él se ocupó de todo, de contenerme, de llamar a la ambulancia. Carlitos estuvo a mi lado cuando Daniel cerró sus ojos para siempre. Y también cuando los cerró mi hijo Dani. Carlitos siempre, siempre… Es un hombre muy incondicional, tan amigo de sus amigos; es admirable su sentido de la amistad, ayuda en silencio a gente de la que se entera que está pasando un estado crítico, es de una honradez fuera de lo común. Nunca he conocido a nadie que ame así a los actores, los ayuda. No denigra a la gente mayor, la respeta y aprende de ella. ¡Es íntegro! Fíjense que siendo un empresario teatral tan importante, con tantos espectáculos en cartelera, jamás pidió que se le publicitara nada ni que se invitara al programa a tal o a cual, jamás lo hizo. ¡Y ha sacado la cara por mí tantas veces! Yo lo consulto todo con él; aunque ya no trabajemos juntos, nunca tomo decisiones profesionales sin consultarlo. Cada vez que suena el teléfono de casa y viene Elvira y me dice: ‘Es el señor Carlitos’, se me ilumina el corazón”. Mirtha Legrand.

 

El simpático Señor NO

NO lee los libros de las obras que programa

No confío en mí mismo como lector de teatro. Leí todo lo que produje entre 1975 y 1979 hasta que llegó una obra, Capítulo dos, de Neil Simon, con la que supuse que iba a hacer un éxito.

Ni siquiera tuve público el primer día. Cuando me recuperé de ese fracaso, me prometí cambiar de manual y que no leería teatro. Programaría en base a lo que sentía por cada equipo artístico.

NO va a ver teatro en sus salas

No disfruto los espectáculos en salas propias. Me distraigo fijándome si funcionan todas las luces, si el público estuvo bien acomodado o si la calefacción o el aire acondicionado están en la temperatura adecuada.

NO firma contratos

Hace muchos años que no lo hago y en ese tiempo no he recibido ninguna carta documento. A veces entrego un ayuda memoria en papelitos de 5 x 5 cm, que llevan mis iniciales. Allí pongo el título de la obra, la fecha del estreno y el porcentaje. A veces, ni eso. Confío en la palabra y no nos hemos fallado con los profesionales del medio

No tiene sitio web personal

¿Para qué tenerlo? ¿Acaso hablaría mal de mí en mi propio sitio? (Sí tiene página web su empresa de teatros.)

NO pone su nombre en las marquesinas o programas

Dejé de hacerlo a los diez años de comenzar a trabajar, hace treinta. Una vez que el ambiente del teatro conoció que estaba involucrado, creí que no me hacía falta. Prefiero que se utilice todo el espacio para el talento, que es lo que le interesa al público.

NO entrega entradas de favor

Entiendo que el teatro puede tener invitados por afecto, por pertenecer al medio o por negocio. No encuentro otros motivos.

NO le cuesta decir “no”

Digo “no” varias veces a la semana. Son demasiados los proyectos teatrales que se presentan y solo unos pocos los que ponemos en escena. Los que me conocen saben a qué atenerse después de dialogar. No prometo lo que de entrada sé que no voy a poder cumplir.

NO le gusta la ropa (ni la de marca, ni ninguna otra) ni usa corbata

Me interesa más la tela de una butaca que la de una corbata. Así, tanto el espectador como yo estamos más cómodos.

NO encara demasiadas cosas al mismo tiempo

Creo en la frase “El que mucho abarca poco aprieta” o “Prefiero ser cabeza de ratón a cola de león”.

NO se engancha con los “no” de otros

Apenas me dicen que no, agarro para otro lado sin pedir demasiadas explicaciones. No gasto energías en las respuestas negativas.

NO le cuesta dar vuelta la página

Lo hago sin demasiado análisis y eso me sirve para embarcarme en el proyecto siguiente. No me quedo en el error, no me quedo demasiado tiempo buscando los motivos. Poder dar vuelta la página con facilidad me desgasta menos. Siempre hice más de lo que pensé.

NO terminó el secundario

En algunas fuentes se consigna que la única materia que adeuda para recibirse es Gimnasia y en otras que es Contabilidad. Ni él lo recuerda.

 

Otros NO

NO toma bebidas alcohólicas ni siquiera en las fiestas. Solo bebidas cola light o agua.

NO cree en las investigaciones de mercado.

NO le gusta la playa, aunque por razones de trabajo pasa buena parte de la temporada de verano en Mar del Plata.

NO usa agenda electrónica. Registra en forma manuscrita sus obligaciones y citas sobre cartoncitos blancos un poco más grandes de los que utiliza para firmar sus “contratos” que manda a recortar especialmente.  

NO le gusta bailar.

NO es habitué de las fiestas del ambiente.

NO pensó jamás en trabajar de actor.

NO fuma. Ni siquiera habanos, costumbre que el lugar común asocia con los empresarios teatrales.

 

Vivir entre butacas
Este libro cuenta una historia personal, la de un chico que desde los 4 años tuvo una profunda vocación que lo llevó a ser el empresario más joven del país (con solo 17). Con 57, festeja cuarenta de profesión. Es la historia de Carlos Rottemberg, pero en ella pueden reconocerse muchas personas que sienten una enorme atracción por el brillante y misterioso mundo del espectáculo. ¿Cómo se llega a transformar una fuerte vocación en una alternativa profesional? ¿Qué lugar ocupan el esfuerzo y el trabajo? ¿Y la suerte? ¿La pasión? ¿El encuentro con los otros? Vivir entre butacas es un relato biográfico que da pistas de cómo lograrlo. Hugo Paredero y Carlos Ulanovsky, con rigurosidad investigativa y gran sensibilidad, traman su escritura dando voz, tanto al niño que se inició con una fantasía como al hombre maduro que la convirtió a lo largo de cuatro décadas en la mayor empresa argentina de salas teatrales del país.
Publicada por: Paidós
Fecha de publicación: 11/10/2014
Edición: Primer edición
ISBN: 9789501201895
Disponible en: Libro de bolsillo
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