jueves 18 de abril de 2024
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«Escuchas ilegales», de Clarisa Ercolano

 

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Escuchas ilegales es el nuevo libro de investigación periodística de Clarisa Ercolano, donde se analizan los secretos detrás de la causa de espionaje que involucra a Macri, Nisman, la SIDE, la AMIA, el Poder Judicial y el kirchnerismo. Teléfonos pinchados, computadoras secuestradas y citaciones judiciales se vuelven moneda corriente en el mundo del espionaje. La autora bucea en las entrañas del poder de un país convulsionado en donde las historias de corrupción y ocultamiento parecen repetirse una y otra vez. A continuación, un fragmento del libro:

 

CAPÍTULO 2

La nena de papá: el secuestro de Florencia

El secreto es tan indispensable para los seres humanos como el fuego, e igual de temido. Mejora y protege la vida, pero también puede ahogar, arrasar y extenderse fuera de control. Sissela Bok

Se suele decir que todas las familias tienen una oveja negra. La de los Macri, no sería la excepción. Florencia, la hija menor de Franco, era presentada, al menos desde el punto de vista de los medios de comunicación, como la “rebelde” del clan. Acostumbrada a atuendos que lejos estaban de la etiqueta filial, con piercings en las orejas, colores de pelo extravagantes y cortes vanguardistas, llamaba la atención de propios y extraños. En su afán de llevarse el mundo por delante, ignoró la marca indeleble que lleva de por vida, su apellido.

Esa insignia fue suficiente para sufrir un secuestro, al igual que su hermano, solo que doce años después. ¿Quién podría creer que uno de los hombres más poderosos de la Argentina ofrecería pagar el rescate en Lecop, bonos de emergencia emitidos en 2001 que circulaban junto a Patacones y otros en pleno “corralito? ¿Quién habría apostado a que todo fue planeado por una sola persona, que pasaba sus días en una celda, leyendo coloridas páginas de revistas que fueron el detonador de la idea? ¿Quién habría imaginado que la joven víctima terminaría en pareja con un acusado de secuestro?.

En julio de 2003, Florencia confesaba en las páginas de la revista Gente: “Me resulta más difícil aceptar mi secuestro ahora que al principio. Antes me parecía una película, algo irreal. Ahora caigo en lo que viví, aunque prefiero ni acordarme”. También Mauricio se animó a hablar sobre lo sucedido: “Florencia es absolutamente inocente respecto de las cosas terribles que suceden en estos tiempos”, dijo.

“Martín es un tipo muy inteligente, sabía que la piba era adicta y todos los días le daba cocaína para que no tuviera recaídas.” Así describen los abogados Mariano Marcovecchio y Belisario Otaño Moreno a Martín Zidar, el secuestrador de Florencia Macri que, en abril de 2003, la “levantó” cuando salía de la Universidad del Cine, ubicada en el barrio porteño de San Telmo. Cumplió una condena de cinco años por robo de auto a mano armada en 1999 y en la cárcel se entretenía con las revistas de la farándula. Una nota capturó su atención: Florencia Macri, que no aceptaba tener guardaespaldas, estudiaba de noche. Zidar se puso en contacto con un hombre apodado El Tero, recomendado por su compañero de celda, y durante la salida transitoria del 29 de abril de 2003 la interceptó en el pasaje Giuffra al 300, mientras la joven trataba de subir a su Peugeot 206. A partir de ese momento, continuó la tarea en total soledad.

Se movió primero con el vehículo de su cautiva hacia el oeste del conurbano bonaerense. Abandonó el auto en Villa Tesei y con otro vehículo la trasladó hasta una casa alquilada en la localidad de La Reja, cerca de Moreno, donde la mantuvo atada y con una venda en los ojos durante cinco días y doce horas.

Para comunicarse con la familia, Zidar utilizó el celular de Florencia. Las negociaciones fueron con Franco y con Gianfranco, el hermanastro. Según los abogados, tanto en las comunicaciones con Zidar como en el juicio, el padre se manejó con total frialdad. Ante los magistrados, Florencia apenas pudo reconocer un pantalón de jogging y un par de zapatillas de quien la había mantenido secuestrada. Con la cabeza inclinada hacia abajo, mientras se tocaba el cabello rubio, desteñido, musitaba que ni siquiera estaba segura de lo poco que podía recordar.

El dinero del rescate nunca apareció. Fuentes allegadas al expediente desplegaron la hipótesis del autosecuestro, en particular porque la familia tiene una póliza de seguro que contempla ese siniestro. Los abogados de Florencia suponen que el dinero pudo haber sido robado en el momento en el que se allanó la casa de Zidar.

“Lecop no, hermano. La suma es en dólares”, respondió Zidar, sorprendido, a Franco, cuando este ofreció pagar la suma del rescate con 400 mil unidades de esa moneda, producto de la crisis de 2001. “Señor, no insulte mi inteligencia”, dictaminó el hombre que era, en ese momento, dueño de la vida de la heredera menor. Antes de cortar, establecieron un pago de 755 mil dólares, exactamente la mitad de lo exigido originalmente.

Cuando la vorágine informativa de las primeras horas le ganaba al chequeo de los datos, corrió con fuerza la versión de que el captor había trabajado a principios de los 90 en Sevel, del Grupo SOCMA, que luego fue desmentido por los abogados de Zidar.

El secuestro estuvo signado por pequeños detalles “de color”. Uno de ellos fue el que puso a Zidar tras las rejas. En el momento del cobro del rescate, el celular de Florencia se quedó sin batería, por lo que el secuestrador apeló a un segundo aparato a metros de encontrarse con quien iba a entregarle el dinero. Fue rastreado de inmediato por la SIDE, que dio con el nombre de Ricardo Zidar, padre del victimario.

En los días sucesivos, ese mismo teléfono recibió varios llamados de un joven llamado Juan Pablo Butita para reclamar su parte del rescate. Butita quedó libre por falta de mérito. Ya con el celular intervenido, fue fácil encontrar el domicilio de sus padres, con quienes vivía en un monoblock ubicado en Luis María Campos, a unos metros de la estación ferroviaria de Morón.

Otra particularidad fue el escape de Zidar con el botín. La entrega se concretó en los descampados de la parte trasera del Club Hípico San Jorge, en el partido de Hurlingham, sobre la calle Combate de Pavón al 2200. El fondo del complejo termina en un arroyo afluente que forma parte de la cuenca del río Reconquista, donde Zidar esperó que Gianfranco depositara la plata y se fuera. Con la seguridad de que no había nadie, se acercó al dinero, lo tomó y huyó para el lado del arroyo. Sabía que podía cruzarlo a pie sin riesgo de ahogarse. Pero la Policía Federal, menos arriesgada, decidió que podía ser peligroso el cruce de agua y se retiró sin perseguirlo.

Gracias al teléfono móvil, los investigadores dieron con el paradero de Martín Zidar. Los datos de Ricardo Zidar, titular de la línea, fueron ubicados en el padrón electoral. La compañía de comunicaciones aportó la lista de llamadas entrantes y salientes, una de las cuales estaba dirigida a un teléfono fijo a nombre de Olga Pissi, esposa de Ricardo y madre de tres hijos con él. Uno de ellos, Martín, con una causa penal. Pissi tenía domicilio en Luis María Campos 625, 1.º “A”. Martín sabía que la policía lo buscaba y en el barrio habían advertido su prolongada ausencia, excusada por sus allegados como “viaje de negocios”.

Las disputas entre fuerzas de seguridad estuvieron a punto de arruinar la aprehensión de Zidar. Los vecinos del sospechoso notaron movimientos poco comunes y llamaron a la policía para denunciarlos. Ignoraban que se trataba de agentes de la SIDE que rodeaban el departamento del secuestrador. Cuando la Policía Bonaerense llegó, con todo su despliegue, Zidar había tenido tiempo de sobra para escaparse. Finalmente, la mañana del 16 de mayo de 2003, Martín Zidar pidió un remise que lo pasó a buscar por la puerta de su casa. El Ford Galaxy gris comenzó a ser perseguido por varios autos con hombres armados a bordo. El remisero pensó que se trataba de un asalto y aceleró, hasta que se topó con un patrullero. Allí terminó el raid.

Los primeros encargados de la custodia de Zidar fueron agentes de la Prefectura Naval Argentina, decisión que no fue tomada al azar. Por quién era y lo que había hecho, su vida corría peligro en una cárcel común. Por lo tanto, tuvo un trato privilegiado hasta el momento del juicio, como explicaron Mariano Marcovecchio y Belisario Otaño Moreno. Cualquier otro preso, en conocimiento de que haa cobrado 755 mil dólares de rescate, podría haberlo “sentenciado a muerte”. En el juicio estuvo custodiado por efectivos de la Federal y protegido por un chaleco antibalas.

Luego fue derivado a la Unidad 19 del Complejo Federal de Ezeiza, donde empezó a estudiar Ciencias Económicas gracias a un programa de la Universidad de Buenos Aires.

El juicio, efectuado en noviembre de 2004, estuvo a cargo del Tribunal Oral Criminal N.º 16, en Lavalle al 1100, Ciudad de Buenos Aires. Intervinieron los jueces Carlos Acerbi, Carlos Currais y Gustavo Arandón, el fiscal Julio Castro y los abogados defensores Otaño Moreno y Marcovecchio. La familia Macri no se presentó como querellante y se mostró sosegada durante todo el proceso, incluyendo a Florencia. El patriarca fue más locuaz que la joven, a quien el subconsciente —o la mala memoria— le jugó una mala pasada.

Franco recordó que inicialmente le requirieron un millón y medio de dólares y que la voz en el teléfono era de una persona mayor, que cambió luego por la de una “más joven”. Recalcó que pagó la mitad de esa cifra, que jamás recuperó, y admitió que no quiso intervención policial. “Mi prioridad absoluta era que no le pasara nada a Florencia”, justificó. Mauricio, entonces presidente de Boca Juniors, en su breve pasaje por el tribunal explicó que no había participado en las negociaciones y que se había limitado a hacer la denuncia policial. También aclaró que pasó “muchas horas” en la casa de su padre porque fue “un momento muy difícil”. Otro de los testigos fue el comisario Juan Schettino, a cargo de investigar el caso. En el estrado, afirmó haber seguido de cerca el pago del rescate realizado por Gianfranco, pero aseguró que no pudo atrapar al “cobrador” por la oscuridad de la zona.

Por su parte, Gianfranco evocó que en una de las dos pruebas de vida que llegaron hasta la familia se incluyó una amenaza para mantener alejada a la policía: “El bisturí corta bien, te pedimos bajo perfil”, se leía en un papel que simulaba tener manchones de sangre. Luego llegó el turno de Ariel Castellini, que trabajaba en una remisería del partido de Moreno a la que Florencia recurrió después de recuperar su libertad. En el segundo día, siete policías y agentes de la SIDE que intervinieron en la investigación también juraron decir la verdad y nada más que la verdad.

En la primera instancia del juicio oral, Zidar se declaró inocente y exigió que la audiencia se hiciera a puertas cerradas, para preservar que sus dichos no fuesen divulgados de forma negativa y empañaran la investigación. Durante su declaración, inculpó a los detenidos por la causa de Patricia Nine, hija del dueño de un shopping ubicado en Moreno. Al segundo día, la historia dio un vuelco rotundo: el acusado reconoció haber ideado y concretado el secuestro en un 90%, pidió perdón a la familia Macri, a su propia familia, agradeció a su novia, María, a la que conoció mientras estaba detenido y quien lo convenció para que admitiese su culpabilidad, y se disculpó por no cumplir la promesa de ser el padre de sus cinco hijos, a pesar de que no eran de él. Finalmente fue sentenciado como coautor del delito de secuestro extorsivo, a once años de cárcel, que al unificarse con la condena anterior se convirtieron en dieciséis, a pesar de los esfuerzos de los abogados, que habían pedido cinco años argumentando que el daño a la víctima había sido mínimo y el perjuicio monetario a su económicamente poderosa familia, insignificante.

La causa del secuestro estuvo a cargo de la jueza federal  María Romilda Servini de Cubría, de Miguel Ángel Toma, en ese momento titular saliente de la SIDE y luego asesor de imagen de Mauricio Macri, y Sablich. También fue relevante el rol de Adrián Pelacchi, un ex Interpol y secretario de Seguridad de Carlos Menem, que durante el caso de Florencia Macri había sido jefe de la Policía Federal. Su nombre estaría luego relacionado con la causa de las escuchas telefónicas durante el gobierno de Macri en la ciudad de Buenos Aires.

Pelacchi es titular de la firma AP Security, contratada en 2008 por Ackerman Group, empresa de seguridad que, a su vez, participó en el rescate de Mauricio Macri en 1991. ¿El objetivo? Resguardar a la familia e investigar al ex novio de Florencia y al parapsicólogo Néstor Leonardo, casado con Sandra Macri, segunda hija de Franco, quien falleció de cáncer en junio de 2014. Pelacchi jamás negó haberse vinculado con los Macri en esas fechas. Por esos cruces incomprensibles del destino, Luis Conde, el abogado que hoy defiende a Leonardo, fue profesor de Ciro James en la Universidad de Morón. En una entrevista dada a mediados de 2012 al periodista Gustavo Sylvestre, señaló: “Había un montón de gente que estaba siendo escuchada por medios legales pero no lícitos. Esas escuchas telefónicas se ordenaban por medio de jueces de Misiones a los que no les interesaba para nada lo que se había escuchado. Porque inventaban causas judiciales y los jueces, por intermedio de sus secretarios, ordenaban las escuchas y se lo pasaban a la SIDE para que lo hiciera y después esos casetes eran retirados increíblemente por el mismo que los escuchaba, que era Ciro James”.

El secuestro de Florencia se produjo cuando el país apenas empezaba a despejar el humo que había quedado luego de la explosión de diciembre de 2001. Felipe Solá gobernaba la provincia de Buenos Aires y Eduardo Duhalde, luego de la sucesión de presidentes que se dio en pocos días, conducía al país. Mauricio estaba en campaña. Con los colores azul y oro como escenografía victoriosa y popular, peleaba por primera vez la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, frente a Aníbal Ibarra.

A la hora de definir el rol de Macri en la negociación con los captores y las fuerzas de seguridad, las versiones son contradictorias. Juan Pablo Schiavi, ex secretario de Transporte en el gobierno kirch nerista y caído luego en desgracia por la tragedia ferroviaria de Once —o currida en febrero de 2012—, era en aquel entonces el encargado de ir y venir entre la quinta presidencial de Olivos y la casa de Barrio Parque, más hermética que nunca. El mismo que irónicamente llamaba “silla eléctrica” al espacio reservado para el jefe de gobierno porteño, fue en esos días de desconcierto el jefe de campaña macrista y el principal operador político del ideólogo del PRO (Propuesta Republicana).

“Mi papá los va a mandar a matar a todos, uno por uno.” La frase fue dicha por Florencia Macri a un grupo de fotógrafos que buscaban detalles sobre su relación sentimental con Nicolás Barlaro, once meses mayor que ella y secuestrador. Al mismo tiempo, Franco le habría dicho a Barlaro: “Podés salir con mi hija, pero sabé que te seguimos de cerca”. Habían pasado apenas once meses del juicio a Zidar y la rebelde de los Macri volvía a conquistar las tapas de las revistas.

El 16 de octubre de 2002 un joven judío, Ariel Strajman, fue secuestrado en el barrio de Villa Urquiza. Tres días más tarde, la policía lo halló vivo en la quinta La Bonanza, de Pilar. Le habían amputado uno de sus meñiques con una tenaza. En septiembre de 2004, Barlaro recibió una condena a tres años de prisión por encubrimiento en ese caso, pero como ya había cumplido 19 meses en el Penal de Ezeiza, le concedieron el beneficio de la libertad condicional. Su perfil distaba mucho del de un criminal tradicional: relacionista público, de buen aspecto, alquilaba una quinta en Pilar y organizaba fiestas importantes, para las cuales empleaba a la empresa de seguridad Go Q, que también se dedicaba a la custodia personal y de la cual era socio con los hermanos Sommaruga, líderes de la “Banda de los Patovicas”, integrada por el resto de su familia de Villa Ortúzar y encabezada por Adrián “El Nene” Sommaruga. Todos fueron señalados como responsables del secuestro de Strajman.

El Nene y Barlaro habían trabajado en sociedad para el fallecido public relations Javier Lúquez. Se encargaban, de modo exclusivo, de la seguridad de uno de los boliches icónicos de los 90: La Morocha. “Frente a las evidencias y la contraposición de las contradicciones, el tribunal le dejó el cargo de ideólogo a Sommaruga y de encubridor a Barlaro, lo cual le valió una pena mucho menor”, explicó Carlos Wiater, abogado de la víctima, en rueda de prensa. Aclaró que su representado había sido maltratado durante todo el cautiverio por su “condición” de judío.

Barlaro nació en Acassuso pero vivió siempre en el barrio porteño de Belgrano, en el seno de una familia de clase media alta. Hijo de Mario y Haydeé Leticia Quintana, tiene tres hermanos. La más chica, Soledad, era su mano derecha en una de sus pasiones: el tatuaje. Muchos cubren sus brazos y su espalda. Antes de figurar en las secciones policiales de los diarios, era reconocido por sus participaciones en la organización de la Convención Internacional de Tattoo Argentina.

Conoció a Florencia Macri en vísperas de 2006, cuando ella pasaba sus días en el complejo Manantiales, propiedad de la familia y cercano a Punta del Este, y él trabajaba allí como chef. Tenía experiencia en la cocina: la había practicado cuando estaba preso y hasta había logrado ganar dinero y respeto enseñando a otros reclusos a preparar platos gourmet y a hablar inglés. Cuando recuperó la libertad, se asoció con el hijo del empresario teatral Gerardo Sofovich, Gustavo, para montar una empresa para organizar barras en boliches de temporada y fiestas rave con DJ internacionales.

Hasta ese momento, Florencia había experimentado dos momentos mediáticos: su noviazgo con el Conejo Bourel, ex pareja de una de las novias del músico Gustavo Cerati, y la participación en un corto titulado Mientras estés conmigo. Sin embargo, ninguno de los dos hechos tuvo la relevancia del romance con Barlaro. Poco después, su rostro impávido apareció también en los afiches de una marca de ropa híper moderna nacida en las entrañas de Palermo. Convencida por sus amigos, los hermanos Martín, Diego y Noel Romero y Angeles Chevallier, hizo un fotomontaje con Robert De Niro como telón de fondo y, debajo, el logo de la marca, AY Not Dead. El tiempo pasó y la marca sigue vigente, sin revelar jamás lo que es ya un mito urbano: ¿significa el nombre “Alfredo Yabrán no murió”?

Nadie desconoce los vínculos entre Yabrán y Franco Macri: en 1994 habían trabajado juntos cuando  Ciccone Calcográfica, en manos del primero, imprimía los documentos de identidad que el Correo Argentino, propiedad del segundo, distribuía. Fue un convenio que generó dudas que fueron investigadas en ese entonces por el juez federal Ariel Lijo.

A un mes de haberse conocido, Flor y Barlaro se instalaron juntos en el piso que él alquilaba en las costas uruguayas. Luego se fueron a vivir juntos a Brasil y, posteriormente, a España, en un departamento que les compró Franco Macri. Ella dejaba traslucir su felicidad: decía que el amor y el casi anonimato del cual gozaban en el Viejo Continente llenaban sus días de calma. La pareja no volvió al país durante los siguientes dos años, excepto para participar de una fiesta de cierre de temporada que organizó la automotriz Fiat en la disco Tequila. En ese momento, el novio evitó los flashes y Mauricio ni se acercó al evento. Flor pasó la jornada con su padre y su entonces novia, la joven Nuria Quintela, con quien ella mantenía una excelente relación.

A principios de 2012, la menor de los Macri —separada ya de Nicolás Barlaro— llevó a Manantiales a su nueva pareja. Facundo Pellegrino tenía entonces 24 años y trabajaba como modelo. Además de desfilar para Dior y el belga Kris van Assche en París, editaba una revista que él mismo definió como “contracultural”. Por su parte, Barlaro volvió a ser noticia por dos muertes presuntamente asociadas con el consumo de alcohol y drogas durante la segunda edición del Ultra Music Festival en Buenos Aires, en 2013, del que era uno de los organizadores.

 

Escuchas ilegales
Publicada por: Sudamericana
Edición: primera
ISBN: 9789500751537
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