jueves 28 de marzo de 2024
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«Fuera de control», de Daniel Estulin

Aunque tanto los medios de comunicación como los gobiernos occidentales se han esforzado en hacernos creer que los atentados terroristas de Charlie Hebdo en París fueron exclusivamente obra de los radicales yihadistas, la realidad de los atentados nos enseñan una lección muy distinta. Lo que está ocurriendo en realidad no es una guerra de religión sino que son las huellas de un profundo juego geopolítico que está en manos de las potencias occidentales y de los Amos del Mundo.

A día de hoy, Estados Unidos, sus socios de la OTAN y sus socios regionales como Israel, Arabia Saudí y Qatar están armando, financiando, protegiendo, formando y apoyando a los extremistas islámicos. Su objetivo: un cambio de orden en Oriente Medio.

Fruto de toda esta estrategia, la tensión con las naciones islámicas irá en aumento y la crisis internacional crecerá en un futuro próximo y es que lo que estamos viendo en el presente no es una simple guerra de religión, sino las huellas de un juego geopolítico de profundo y largo alcance.

Un libro que cuenta cómo Occidente creó, financió y desató el terror del Estado Islámico sobre el mundo.

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

CAPÍTULO 3
El ISIS y todo lo demás

Desde la caída del régimen baasista en 2003, Iraq no ha conocido la paz. En 2011, con la escalada bélica en Siria, sumada a la tensión y a la inseguridad en el seno del gobierno iraquí, surgió un nuevo grupo llamado Estado Islámico de Iraq y Siria (ISIS). Allí por donde pasaba, iba asesinando a decenas de miles de personas en el nombre de Alá. Ejecuciones metódicas, desgarradores gritos de madres que contemplaban impotentes a sus hijos decapitados a sangre fría. A través de las espeluznantes imágenes en la televisión casi podemos oler y percibir la agonía física de las matanzas, de las mugrientas personas salpicadas de sangre que aparecen tumbadas unas encima de otras, retorciéndose y gritando de agonía, los cadáveres mordisqueados por las ratas. Cientos de miles se han visto obligados a huir, dejando toda su vida atrás. Prometieron a Alá que regresarían para liberar cada centímetro de territorio que les han arrebatado esos terroristas.

No hay forma de expresar el horror de la guerra. El cerebro humano es demasiado frágil y vulnerable ante la brutalidad de la lucha entre hombres, de quien mata a su propio pueblo, de los gritos, los alaridos, el sufrimiento y la muerte de hombres, mujeres y niños mientras se les arrastra al reino de los cadáveres inertes.

Observando esas atroces imágenes, me di cuenta un día de la magnitud de la trágica historia del conflicto glorificado, de la que no se ha contado aún la mayor parte. Iraq aparece en esas imágenes devastada y enloquecida por la locura que la rodea, y nada, absolutamente nada ha cambiado: la misma gente enloquecida por la misma hambre y el mismo dolor que hace quinientos años, y la misma opresión y los mismos niños de vientre descubierto en el barro, en la oscuridad…

* * *

«La ofensiva lanzada el 10 de junio de 2014 por un grupo terrorista islámico salafí relativamente pequeño, el Estado Islámico de Iraq y Siria (también conocido como Estado Islámico de Iraq y el Levante, ISIS/EIIL/EI), en la segunda ciudad más grande de Iraq, Mosul, y más tarde en Tikrit, ha sacudido a la región y al mundo. Sin embargo, cabe destacar que el variopinto grupo de terroristas no tenía ninguna posibilidad de tomar por sí solo el control de una ciudad y un territorio tan grandes —recuérdese cuánto tardó el ejército estadounidense en tomar el control de Faluya, en Iraq—, y mucho menos ejercer ningún control sobre grandes ciudades o territorios sin el apoyo de potencias regionales o incluso mundiales, y sin la colaboración de las tribus locales y de grupos políticos/armados contrarios al gobierno central.

»Esta ofensiva se gestó a partir de la reelección de la alianza política del primer ministro iraquí, Nuri al Maliki. Arabia Saudí y sus aliados en Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos y Qatar, no ocultaron su decepción por ese resultado, que daba a un aliado de Irán, y a su coalición chií, el control del gobierno y la vida política en la mayor parte de Iraq. Esto sucedía al mismo tiempo que el ejército sirio del gobierno de Bashar al Asad lograba importantes victorias en Siria contra los grupos terroristas islámicos respaldados por Obama, los británicos y los saudíes. La ofensiva del ISIS en Mosul fue una señal para que otras fuerzas completaran la división étnica/sectaria de Iraq.»

En un contexto global más amplio, esto forma parte del patrón de cambios de régimen y «revoluciones de colores» que ha azotado a una gran parte del suroeste de Asia y del norte de África, además de Europa del Este, y que ha abierto las puertas al caos. La visión de Tony Blair de la «intervención humanitaria», enunciada por el ex primer ministro británico en un discurso pronunciado en 1999 en Chicago, se está implementando con sangre en el suroeste de Asia, en las antiguas repúblicas soviéticas y en el norte de África, y con una guerra económica contra las naciones europeas, a las que se está despojando de su soberanía a través de las políticas de rescate.

Para la mayoría de quienes las llegaron a ver en televisión, las protestas estudiantiles de la plaza de Tiananmen, que tuvieron lugar en Pekín en junio de 1989, constituyeron uno de los primeros intentos de los servicios de Inteligencia estadounidenses de injerir en los asuntos internos de un país, en este caso la República Popular de China, para poner en práctica «lo que más tarde recibiría el nombre de “revoluciones de colores hechas en Estados Unidos”».

En una conferencia pronunciada en junio de 2014 en Moscú, el general Zarudnitsky, jefe de la Dirección Principal de Operaciones del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas rusas, afirmó que «las revoluciones de colores son una nueva técnica de agresión, engranada para destruir un Estado desde dentro».

La principal consecuencia de las revoluciones de colores ha sido la inestabilidad. El enfoque adaptativo de esas revoluciones permite que Estados Unidos y Europa libren guerras a bajo costo a expensas de las poblaciones locales. La primavera árabe, por ejemplo, sirviéndose del islam como excusa para atacar al Estado nación, y a la civilización en su conjunto, ha desestabilizado Oriente Medio y el norte de África. En consecuencia, Túnez, Libia, Egipto, Argelia, Malí, Mauritania, Nigeria, Níger, el Chad, Sudán, Somalia, Siria, el Líbano, el Yemen, Omán y Bahrein están al borde del colapso a causa de los efectos de lo acontecido en Libia.

Según Zarudnitsky, «mientras Occidente considera que las revoluciones de colores son una manera pacífica de derrocar regímenes antidemocráticos, los acontecimientos en Oriente Medio y en el norte de África han demostrado que la fuerza militar es una parte integral de todos los aspectos de esas revoluciones. Entre las medidas utilizadas se incluyen la presión externa sobre el régimen en cuestión para impedir el uso de la fuerza para restablecer el orden, la prestación de asistencia militar y económica a las fuerzas rebeldes, y, si no basta con estas medidas, la puesta en marcha de una operación militar para derrotar a las fuerzas gubernamentales y permitir que los rebeldes suban al poder».

Zarudnitsky sostiene que, en ese tipo de guerras, a los criminales y terroristas, así como a las compañías militares privadas, se les permite actuar con impunidad. «La pregunta clave para las autoridades militares es qué Estado será el siguiente objetivo. Aunque los Estados débiles con economías pobres suelen ser los más vulnerables a estas tácticas, el principal factor a la hora de fijar objetivos es el interés geopolítico del Estado que les está importunando. Por este motivo, ese tipo de revoluciones se organizan principalmente en países con importantes recursos naturales o en los que tienen una valiosa posición estratégica y adoptan una política exterior independiente. La desestabilización de esos países permite alterar considerablemente el equilibrio de poderes en una región determinada, en el caso de la primavera árabe, Oriente Medio y el norte de África.»

«Las revoluciones de colores encajan en el contexto geográfico de lo que George W. Bush proclamó en 2001 como su proyecto del Gran Oriente Medio para llevar la “democracia” y las reformas económicas necesarias para el “libre mercado” a los países islámicos, de Afganistán a Marruecos.»6 Sin embargo, la idea en sí misma se desarrolló en 1996, mucho antes de los atentados del 11-S. Esa recomendación política, titulada Una ruptura limpia: la nueva estrategia para garantizar la seguridad del reino, era el primer informe del comité de expertos de Washington que exigía abiertamente el derrocamiento de Sadam Husein en Iraq, por adoptar una postura militar agresiva hacia los palestinos, atacando Siria y objetivos sirios en el Líbano.

Hay que entender que la expresión «reformas necesarias para el libre mercado» es un eufemismo para someter a las economías bajo el yugo del sistema basado en el dólar. Esas reformas requerirán importantes entradas de capital y préstamos para pagar los intereses, o bien en el caso de que se produzcan impagos. Eso mismo sucedió en los años ochenta, cuando no pudo preverse lo nocivos que serían los programas de ajuste estructural para la economía y, en última instancia, lo devastadores que serían a escala social, puesto que los países necesitaban dinero rápido —dado que la crisis de la deuda se propagó por todo el mundo en desarrollo— y no estaban en condiciones de negociar. Hoy en día asistimos a la «globalización» de la crisis de la deuda de los años ochenta, a una escala mucho mayor y más devastadora, y la reacción que tendremos será igual de globalizada y devastadora: seguiremos implementando la «gobernanza global».

Si confeccionamos una lista de los países de Oriente Medio que sufren movimientos masivos de protesta desde los episodios de Túnez y Egipto, y los situamos en un mapa, «encontramos una convergencia casi perfecta entre los países con protestas en la actualidad y el mapa original del proyecto del Gran Oriente Medio de Washington que fue desvelado por primera vez durante la presidencia de George W. Bush en 2001».

El gran tablero mundial
En 1997, Zbigniew Brzezinski, asesor de Seguridad Nacional del expresidente Carter, escribió El gran tablero mundial: la supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. El libro sirvió de modelo para la transformación de Estados Unidos en una potencia imperial. En el libro, Brzezinski recomienda una «geoestrategia imperial» que permita «impedir choques entre los vasallos y mantener su dependencia en términos de seguridad, mantener a los tributarios obedientes y protegidos e impedir la unión de los bárbaros». De forma directa y sin tapujos, Brzezinski reivindica que Estados Unidos se convierta en un imperio que trate a otros países como feudos. Según Brzezinski, ese imperio debe ser contrario a la democracia.

Dicho de otro modo, Brzezinski cree que la solución a los problemas mundiales pasa por sentar las bases de la gobernanza global, y que el imperio debe hacerlo «de forma progresiva», porque ésa es la manera de «usar [su] poder con inteligencia». La solución al «despertar político global», visto desde lo alto de la jerarquía, es seguir forjando la estructura de un gobierno global represivo.

El temor de Brzezinski de que el Imperio estadounidense se vea desafiado por el despertar político global está totalmente justificado. En la actualidad, las élites globales saben que tratan de dominar a poblaciones que toman cada vez más conciencia de sí mismas y desarrollan a su vez una conciencia global. Así, una población subyugada en África puede percatarse de que existen pueblos sometidos al mismo tipo de dominio en Oriente Medio, América del Sur o Asia, y puede tomar conciencia de que la están dominando las mismas estructuras de poder globales. Ése es un factor clave: el despertar no sólo tiene un alcance global, sino una naturaleza global; crea conciencia, en el interior del individuo, de la situación global. Por lo tanto, se trata de un «despertar global» tanto en el entorno exterior como en la psicología interna.

Esta nueva realidad global, junto con las desorbitadas cifras demográficas alcanzadas por la población mundial, supone un reto para las élites que tratan de dominar a pueblos de todo el mundo que se muestran alerta y que son conscientes de la desigualdad social, la guerra, la pobreza, la explotación, la falta de respeto, el imperialismo y la dominación. La consecuencia directa es que será notablemente más difícil controlar a estas poblaciones desde el punto de vista económico, político, social, psicológico y espiritual. Por lo tanto, desde la perspectiva de la oligarquía mundial, el único método para imponer orden y control (en esta población única e histórica) es a través del caos organizado de las crisis económicas, las guerras y la rápida expansión e institucionalización de una dictadura científica global. Como reza el dicho: «Nuestra esperanza es el miedo; y nuestro mayor temor es su única esperanza».

 

Sabemos lo que más te conviene
Varias pseudoorganizaciones no gubernamentales financiadas por los contribuyentes estadounidenses y canalizadas a través de organizaciones como la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés), la Freedom House y el Instituto Democrático Nacional, por no mencionar las fundaciones de la Open Society de George Soros, «han participado activamente en decenas de operaciones de “cambio de régimen” durante una década y media. Llevan a cabo su actividad al margen del derecho internacional y violando los derechos de soberanía e integridad de los pueblos a cuyos gobiernos se dirigen sus operaciones».

La estrategia de «la revolución de color como una modalidad de guerra no convencional contra los Estados que el Imperio bri- tánico quiere disolver o en los que quiere un cambio de régimen» está estrechamente relacionada con el trabajo de Gene Sharp, catedrático de ciencias políticas formado en Oxford, en la actualidad profesor emérito de la Universidad de Massachusetts. De su manual De la dictadura a la democracia procede la idea de organizar disturbios en torno a un color simbólico, empezando con la «revolución amarilla» contra el presidente filipino Ferdinand Marcos (1986), la «revolución naranja» contra el gobierno de Ucrania (2004-2005), la «revolución rosa» contra el gobierno de Georgia (2003) y muchas más.

El derrocamiento de Slobodan Milosevic11 en Belgrado en octubre de 2000 sirvió de modelo para futuras revoluciones de colores. El descontento popular generalizado fue manipulado por la red «Otpor», financiada y adoctrinada por Estados Unidos y Soros para llevar al poder a un gobierno supeditado a los intereses políticos y económicos occidentales. Inmediatamente después del golpe de Estado del año 2000 tuvo lugar el robo generalizado de los activos estatales y públicos de Serbia, lo cual provocó la total desindustrialización del país balcánico. El gobierno de Belgrado se ha visto obligado a aceptar de facto la «independencia» de Kosovo para acercarse al difícil objetivo de entrar en la Unión Europea.

La «revolución de las rosas»12 de 2003 la llevó a cabo el movimiento Kmara en Georgia, una copia exacta de la red serbia Otpor, con la que coincide hasta en el emblema del puño cerrado. Sus activistas recibieron entrenamiento y asesoramiento de manos del Instituto Libertad, vinculado a Estados Unidos y financiado por el Open Society Institute de Soros. Se catapultó al poder a Mijaíl Saakashvili, un político corrupto prooccidental sobre el que actualmente pesa una orden de busca y captura emitida por el gobierno de Georgia por varios cargos penales.

La historia siguió en el año 2004 con la «revolución naranja» en Ucrania —el gran ensayo para el golpe de Estado del Maidán una década más tarde—, y en 2005 con la «revolución de los cedros» en el Líbano13 y la «revolución de los tulipanes» en Kirguistán, también financiadas por el Instituto Libertad, con sede en Estados Unidos.

En 2006, el Congreso aprobó la «Ley de Apoyo a la Libertad de Irán», que ofrecía el dinero de los contribuyentes para la financiación de grupos opositores al gobierno iraní y que iba acompañada de un presupuesto en negro de cuatrocientos millones de dólares para fomentar la agitación en Irán.14 En 2012, Seymour Hersh escribió que Estados Unidos había proporcionado financiación y entrenamiento a la Organización Muyahidín del Pueblo de Irán,15 un grupo armado clasificado como organización terrorista por el Departamento de Estado estadounidense.

Pisándole los talones a la revolución de los jazmines,16 que dio pie a un cambio de régimen en Túnez en 2011, apareció un movimiento de protesta popular en contra del presidente egipcio Hosni Mubarak, que utilizaba el Movimiento Egipcio por el Cambio (Kefaya)17 como agente de cambio.

En 2012, el presidente Obama autorizó a organismos gubernamentales estadounidenses a que apoyaran el violento cambio de régimen en Siria. A principios de 2013, la Administración gastó más de 250 millones de dólares para ayudar a los rebeldes «moderados», esto es, a los yihadistas que más tarde aunaron fuerzas con el ISIS y Al Qaeda. La insurgencia contra Bashar al Asad ha contribuido directamente al auge del ISIS, y en este momento no se vislumbra el fin de esa última guerra.

En cuanto a la revolución del Maidán acaecida en 2014 en Ucrania, Estados Unidos no tuvo reparos en admitir que su preparación costó a los contribuyentes estadounidenses cerca de 5.000 millones de dólares a lo largo de la década anterior.

La Freedom House y la Fundación Nacional para la Democracia (NED), la organización no gubernamental financiada por el gobierno de Washington que aboga por los cambios de régimen, desempeñan un papel clave en las revoluciones de colores y las revueltas que azotan en estos momentos el mundo islámico.

La NED,19 el canal de financiación creado por el Congreso estadounidense para el «Proyecto Democracia», es un plan confidencial con un objetivo claro: socavar a todos y cada uno de los gobiernos del mundo cuyos intereses no coincidan con los intereses a largo plazo declarados públicamente por el gobierno estadounidense. Con un presupuesto anual de cien millones de dólares, se ha dedicado a preparar en silencio una ola de desestabilización de régimenes por todo el norte de África y Oriente Medio, desde las invasiones militares estadounidenses de Afganistán e Iraq en 2001-2003. La lista de países donde la NED está activa es reveladora. En su página web se enumeran Túnez, Egipto, Jordania, Kuwait, Libia, Siria, el Yemen y Sudán, así como, curiosamente, Israel. Qué casualidad que en casi todos estos países se hayan producido levantamientos populares «espontáneos » para reivindicar un cambio de régimen.

La Freedom House, fundada en 1941, es una organización neoconservadora de desestabilización con sede en Washington. Durante la guerra fría se utilizó como vehículo de la propaganda anticomunista de la CIA. Entre sus nobles proyectos figuraba la puesta en marcha del Comité Estadounidense para la Paz en Chechenia (ACPC por sus siglas en inglés).20 «El objetivo del grupo era descarado: interferir en los asuntos internos de Rusia bajo el ambiguo lema de que la “guerra ruso-chechena” debe resolverse de forma “pacífica”.»

El ACPC lo dirigía Zbigniew Brzezinski, ex asesor de Seguridad Nacional estadounidense, quien desarrolló, junto con el doctor Bernard Lewis, un experto en el islam de los servicios de Inteligencia británicos, la célebre «Carta Musulmana» contra la Unión Soviética, «mediante la cual podían utilizarse radicales islámicos para librar una guerra irregular contra los soviéticos. Esa política, financiada por Estados Unidos, el Reino Unido y Arabia Saudí, dio origen a Al Qaeda».

Las investigaciones sobre la trayectoria de los terroristas de Al Khattab de Chechenia y del norte del Cáucaso, que llevan décadas en activo, ponen de manifiesto que «los actuales ejércitos terroristas muestran una cadena ininterrumpida de relaciones23 con los apoyos británicos, estadounidenses y saudíes de Osama bin Laden y los precursores de Al Qaeda, que se remonta a la guerra de Afganistán de 1980 contra la Unión Soviética. Ésta se ha convertido ahora en la guerra yihadista contra Rusia».

Dicho de otro modo, las facciones de la élite de poder de Estados Unidos, en colaboración con Londres y Arabia Saudí, utilizaron el sistema del terrorismo islámico para llevar a cabo operaciones encubiertas contra Rusia, sobre todo en Chechenia y en otras zonas del norte del Cáucaso.

«En el presente, los terroristas del norte del Cáucaso —a través de su papel clave como comandantes de los ejércitos rebeldes aliados de Al Qaeda en Siria— reciben más apoyo que nunca de Londres y de sus aliados Arabia Saudí, Qatar y Turquía, con la aprobación de la Administración Obama.»

 

Fuera de Control
Una investigación sobre los auténticos protagonistas de una estrategia geopolítica que está cambiando el mundo.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 12/01/2015
Edición: 1a
ISBN: 9789504948988
Disponible en: Libro de bolsillo
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