¿Qué es la historia del conocimiento? ¿Un relato capaz de explicar el éxito o la utilidad de teorías y descubrimientos en las disciplinas académicas? Peter Burke, el máximo referente de este campo de estudios, aclara que es algo más variado, complejo e interesante, que interpela a los lectores de hoy al dar herramientas y perspectiva para entender cómo se llegó a la revolución digital y la sobrecarga de información que conlleva.
¿Qué hacer frente a la acumulación de datos “crudos”? ¿Cómo seleccionarlos, clasificarlos y decidir sobre su validez? ¿Cuándo se convierten en conocimiento sistematizado en la “cocina” de las ciencias? Sostenido en su formidable erudición y medio siglo de investigaciones y docencia, Burke describe las operaciones necesarias para organizar masas de información. A la vez, explica con gran claridad términos fundamentales y propone una guía para pensar a partir de ellos. De la Biblioteca de Alejandría al trabajo en línea de nuestros días, traza un mapa de problemas que funcionan como temas de indagación en Oriente y Occidente. Mientras pone la lupa sobre las instituciones (Iglesia, Estado, Universidad) que determinan qué se considera ciencia en un momento dado, contempla los saberes prácticos y las dificultades para encontrar fuentes y registros de ese corpus rico que circula fuera de la academia. Así, cuestiona concepciones simplistas de la división del trabajo intelectual entre centro y periferia, sin dejar de interrogarse por la utilidad de los conocimientos, los modelos de intelectual y el modo en que se difunden o popularizan los desarrollos especializados.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
El uso de los conocimientos
El de “conocimiento útil” es un eslogan muy difundido desde hace mucho tiempo, tanto que ha sido el foco de organizaciones y campañas, de mediados del siglo XVIII en adelante. En Érfurt, la Academia de Conocimientos Útiles (Akademie gemeinnütziger Wissenschaften) fue fundada en 1754. En Filadelfia, la Sociedad Filosófica de los Estados Unidos para la Promoción del Conocimiento Útil data de 1766, y a ella le siguieron sociedades similares en Trenton, Nueva York, Lexington y otros lugares. En Gran Bretaña, la Sociedad para la Difusión del Conocimiento Útil se fundó en 1826, y en Francia el Journal des Connaissances Utiles se fundó en 1832.
Desde luego, es necesario preguntarse útil para quién, o para qué. Como es sabido, diversos conocimientos se han utilizado para diversos fines. En la Europa de principios de la Edad Moderna, por ejemplo, el estudio de la retórica clásica se utilizaba en el ámbito del derecho y la política. Los imperios apenas podían sobrevivir si no tenían acceso a un conocimiento detallado del terreno y sus recursos. El conocimiento geográfico también se utilizó para la guerra; de allí el empleo de ingenieros topógrafos en los ejércitos de Napoleón, por ejemplo, que relevaron y cartografiaron Austria, Italia y Rusia. Más tarde en el siglo XIX fue el turno de los prusianos, cuya victoria en la guerra de 1870-1871 contra Francia fue descripta por un geógrafo como “una guerra librada tanto con armas como con mapas”. Desde la Guerra del Golfo (1990-1991), los ejércitos han hecho uso de los sistemas de información geográfica.
En la guerra y en los negocios, es tan importante descubrir los planes y la tecnología de los adversarios cuanto mantener en secreto los propios. En suma, el conocimiento a menudo está al servicio del control, un factor que Foucault ha destacado en su famosa afirmación, citada antes en este libro, de que “el saber conlleva efectos de poder”.
La iglesia de la contrarreforma
Esa afirmación de Foucault puede esclarecerse con la historia de la Iglesia católica en la época de la llamada “Contrarreforma”, en los siglos XVI y XVII. La difusión del protestantismo fue una suerte de llamado de atención para las autoridades, al cual respondieron de varias maneras. En primer lugar, la Iglesia hizo mayores esfuerzos que antes para difundir el conocimiento religioso entre la gente común mediante sermones así como –una novedad– clases de catecismo. La modalidad de preguntas y respuestas del catecismo facilitó la tarea de evaluar los conocimientos religiosos. En segundo lugar, los obispos hicieron intentos sistemáticos por adquirir información sobre prácticas religiosas. Para asegurar que nadie dejara de confesarse, se hicieron censos en cada diócesis. También se esperaba que los obispos realizasen visitationes, en otras palabras, inspecciones a cada parroquia, para evaluar cuestiones que iban desde el estado de la iglesia parroquial y su mobiliario hasta el comportamiento y las creencias del laicado (si había herejes, cuántas personas habían sido excomulgadas o cuántas vivían en concubinato). Se elaboraban cuestionarios tipo para poder cotejar la información proveniente de diferentes fuentes.
En España, Italia, Portugal y las regiones católicas del Nuevo Mundo, los esfuerzos de los obispos estuvieron secundados por los de la Inquisición, que investigaba tanto la fe como el comportamiento y que a lo largo de los siglos acumuló un impresionante “banco de datos” del que ahora se valen los historiadores para sus propios fines. Entre las nuevas órdenes religiosas fundadas durante la Contrarreforma estaba la Compañía de Jesús, que creció muy rápidamente en número y estableció misiones en diferentes partes del mundo, desde Canadá hasta Paraguay y desde India hasta Japón. Un rasgo distintivo de la organización de los jesuitas era el alcance y la sofisticación de su sistema de información. Se trataba de un orden centralizado, gobernado por un “general” con sede en Roma, a quien las casas o los colegios jesuíticos de todo el mundo enviaban con regularidad una serie de informes o “cartas anuales”, lo que permitía llevar un control minucioso de lo que estaba ocurriendo en cada lugar y extender “un brazo largo” donde y cuando fuera necesario.
También entre los protestantes el clero estaba preocupado por difundir el conocimiento religioso entre las personas comunes y por saber sobre ellas. La primera cuestión puede esclarecerse al seguir la historia de las dos sociedades británicas, la Sociedad para la Promoción del Conocimiento Cristiano (SPCK, por sus iniciales en inglés), fundada en 1698 para apoyar a los misioneros, y la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, fundada en 1804 para facilitar el acceso a la Biblia en el mundo entero. En cuanto al segundo punto, los protestantes, como los católicos, realizaron “visitas” de inspección. En Suecia, del siglo XVII en adelante, el clero acudió usualmente a las casas de los laicos para evaluar la habilidad de todos los miembros de la familia a la hora de leer y comprender la Biblia.
Burocratización
Los procesos de formación de los Estados y la centralización del gobierno en los primeros tiempos de la Europa moderna implicaron el uso de una cantidad creciente de información. Los historiadores han señalado el surgimiento de lo que la socióloga canadiense Dorothy Smith denomina “formas de organización mediatizadas por los textos”, tales como la escritura de cartas, la confección y anotación de informes, la elaboración de formularios y cuestionarios, etc., que se asocian con lo que se conoce como Estado de la información, Estado de archivos o Estado de documentos –actualmente en proceso de transformarse en Estado digital–.239 Dicho proceso puede describirse como el surgimiento de la “burocracia” en el sentido original del término, el gobierno de la oficina [bureau] y sus funcionarios. Estos emitían y hacían un seguimiento de las órdenes escritas y las registraban en sus archivos, junto con los informes sobre la situación política nacional e internacional, que servían como herramientas para la toma de decisiones. Poco a poco, el gobernante de a caballo se transformó en el gobernante sentado en su escritorio, como en los famosos casos de Felipe II de España en el siglo XVI y Luis XIV de Francia en el XVII.
A veces se reunían datos mediante formularios impresos (que ya se usaban en el siglo XVI en Venecia para compilar el censo) y también mediante el uso de cuestionarios, como en el caso del Imperio Español, donde la recopilación sistemática de información sobre el Nuevo Mundo comenzó cuando en 1569 se envió un cuestionario con treinta y siete ítems a funcionarios locales de México y Perú; en 1577 le siguió un cuestionario impreso, con cincuenta ítems. Como ha señalado el historiador alemán Arndt Brendecke, el empirismo fue una herramienta del imperio.
Como hemos afirmado, los regímenes imperiales, en especial los nuevos, tienen una acuciante necesidad de recabar información sobre las tierras que forman parte de sus dominios. Sin embargo, visto que los primeros gobiernos modernos impusieron demandas crecientes a esas poblaciones, ya fuese en relación con las tasas, el servicio militar o la conformidad religiosa, emplearon métodos similares a escala nacional con una frecuencia cada vez mayor. Por ejemplo, a Jean-Baptiste Colbert –más conocido como ministro de Finanzas de Luis XIV– también podría considerárselo un ministro de Información. Así, restableció a los funcionarios provinciales conocidos como intendentes, pero “transformó sus funciones”: de recaudadores de impuestos pasaron a ser observadores e informantes, lo que produjo “un enorme repositorio de información”. Como observa Jacob Soll, “el detalle llegó hasta el recuento del número de vacas en una localidad dada”. Colbert envió cuestionarios, recibió informes de la India y de otros lugares, intentó que la enseñanza pasase a estar bajo el control del Estado y fundó archivos para que la información recolectada pudiera preservarse y utilizarse.
La elección de estos ejemplos europeos no implica que los gobiernos de otros lugares no participaran en este proceso general. En el Imperio Mogol moderno, el régimen de Akbar fue conocido como “gobierno de los documentos” [kaghazi raj ], un sistema que la Compañía Británica de las Indias Orientales hizo suyo cuando, además de comerciar, comenzó a gobernar. El gobierno chino moderno, en sus primeros tiempos, también fue un gran productor de documentos oficiales.
En Europa, del siglo XVIII en adelante, la centralización de los gobiernos fue más lejos aún, en la medida en que el Estado informado se convirtió poco a poco en un Estado de vigilancia, la cual podría estar a cargo de informantes humanos o, en años recientes, de cámaras, micrófonos y computadoras. La vigilancia estuvo apoyada por la exigencia de que los individuos llevasen consigo algún tipo de documentación para comprobar su identidad. Los pasaportes existen desde hace mucho tiempo, pero como requisito general para viajar a países extranjeros se remontan sólo a la Primera Guerra Mundial, en tanto que el sistema fue codificado en conferencias organizadas por la Liga de las Naciones durante la década de 1920. En muchos países, las cédulas de identidad pasaron a ser un requisito para todos los ciudadanos –en Francia en 1940, en Alemania más o menos hacia esa misma época, etc.–.
Las interpretaciones acerca de la utilización de la información por parte del Estado son controvertidas. Por un lado está Michel Foucault, quien, al presentar lo que podría llamarse una “interpretación maliciosa” de los motivos de los gobiernos, enfatiza la existencia de un de seo de ejercer control. Entre sus seguidores podría incluirse al historiador británico Vic Gatrell, quien cita el ejemplo de la creación del Registro Británico de Delincuentes Habituales (1869), que facilitó el encarcelamiento de los reincidentes. En contraste, otro historiador británico, Edward Higgs, ofrece una interpretación más “benévola” de los usos oficiales de la información. Centrado, como Gatrell, en el siglo XIX, sostiene que la información que recolectaba el gobierno central era empleada en esencia para fortalecer, defender y difundir los derechos de los individuos (a las pensiones, por ejemplo). Afirma que la información “apuntala los derechos y las libertades generales dentro de una sociedad pluralista”. También en épocas modernas se recolectaba cierta información con el fin de contribuir al bienestar, como los censos de bocas que alimentar en determinadas ciudades en tiempos de hambruna. Como suele suceder, de cada interpretación puede decirse algo a favor, y en cada régimen específico la importancia relativa del bienestar y la vigilancia es diferente.
Utilización del conocimiento en los negocios
Los estudios de los usos del conocimiento en los negocios se multiplican. Un foco de interés es el manual del comerciante. De finales de la Edad Media en adelante, se produjeron cada vez más manuales que proporcionaban a los comerciantes, en especial a aquellos que vivían en el extranjero, información esencial sobre contabilidad así como sobre los productos, sus pesos y medidas, y las monedas que un veneciano, por ejemplo, podía encontrar en Florencia, Brujas, Alepo, etc., además de consejos sobre cómo evitar estafas. Una suerte de conocimiento práctico, más o menos tácito, que antes se transmitía mediante el ejemplo o de boca en boca a los parientes y empleados, ahora se plasmaba por escrito, se imprimía y de este modo se ponía a disposición de un público más amplio.
A medida que los emprendimientos se incrementaban, en la era de las empresas comerciales que compraban y vendían en muchos lugares del mundo, su necesidad de información escrita aumentaba. Un célebre ejemplo de lo que en nuestros días describiríamos como una “empresa dedicada a la creación de conocimiento” es la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, la VOC. Ha sido calificada como una de las primeras “multinacionales”, y a veces su notable éxito se atribuye a la eficiencia de su red de comunicaciones, que le permitía transmitir información desde el centro, en Ámsterdam, hacia las sedes asiáticas en Batavia (actual Yakarta), y hacia las sucursales en Nagasaki, Surat y otros enclaves y, lo que es aún más importante, desde las sucursales locales hacia el centro. Los mapas y gráficos de la compañía se actualizaban de modo permanente a partir de la nueva información que se reunía. Los sobornos, eufemísticamente llamados “propinas”, permitían a la compañía acceder a información de diplomáticos tanto holandeses como extranjeros. Lo más destacable sobre el sistema de información de la VOC era el uso de reportes escritos periódicos que aportaban información comercial esencial, a menudo en forma de estadísticas: informes de las sucursales locales y un informe anual del gobernador general en Batavia a los directores en Ámsterdam. Hacia finales del siglo XVII, ya se analizaban cifras de ventas con el fin de determinar qué políticas de precios seguir y cuál era la demanda de pimienta y otros productos de Asia.
Lo todavía inusual en lo que podríamos llamar “políticas del conocimiento” de la VOC se volvería algo corriente más tarde, especialmente en la época del surgimiento de las grandes industrias en los Estados Unidos y otros países, a finales del siglo XIX. Al igual que los Estados, estas empresas eran burocracias administradas por empleados a quienes se conocía como “gerentes”. Cada vez más información llegaba a las empresas y circulaba dentro de estas en forma de estadísticas, reportes, correspondencia, órdenes escritas y demás, con la ayuda de la aparición de la nueva tecnología de oficina, desde la máquina de escribir y los archivos hasta los sujetapapeles. Los últimos años del siglo XIX también fueron el momento en que apareció lo que hoy en día se conoce como “Investigación y Desarrollo” (o “R & D”, por sus iniciales en inglés); en ese entonces grandes firmas construyeron laboratorios y contrataron científicos con el fin de producir nuevos o mejores productos. En 1876, por ejemplo, el inventor Thomas Edison abrió el primer laboratorio de investigación industrial del mundo en Menlo Park, Nueva Jersey. Bajo contrato, se tomó a químicos para descubrir pigmentos sintéticos y a farmacéuticos para producir nuevos medicamentos.
En esa época hubo también un creciente interés por difundir información sobre las empresas y sus productos mediante la publicidad en los diarios, en la vía pública y en la radio. Gracias a una publicidad agresiva, a finales de la época victoriana el “jabón Pears” estaba en boca de todos en Inglaterra. Durante la década de 1930, los estadounidenses eran encuestados en la calle para determinar la efectividad de la publicidad. La “investigación de mercado” sistemática había comenzado.
Reutilización
En estas últimas páginas se analizaron por separado los usos del conocimiento en los ámbitos religioso, político y económico. Sin embargo, no debe olvidarse la reutilización. Tanto las técnicas para adquirir información como la información misma se han trasladado a veces de un “usuario” a otro. A inicios de la Edad Moderna en Europa, por ejemplo, el cuestionario, una herramienta para adquirir información útil, se trasladó de la Iglesia al Estado. En los Estados Unidos, en el siglo XX, las técnicas de investigación de mercado se adaptaron a usos políticos, y tomaron la forma de encuestas de opinión pública. Los curadores de los museos imitaron la forma novedosa que las tiendas encontraron a la hora de exhibir productos en las vidrieras. Los ficheros pasaron de las oficinas a las bibliotecas y a los estudios de los investigadores individuales.
También se produjeron transferencias desde el ámbito político hacia el académico. Originariamente los documentos de los archivos de los gobiernos se preservaban porque se pensaba que podían ser útiles en la tarea administrativa cotidiana. Recién a partir de la Revolución Francesa esos archivos gubernamentales se abrieron gradualmente al público, en especial, aunque no de manera exclusiva, a los historiadores profesionales. En 1800 se fundaron los Archivos Nacionales de Francia; la Oficina de Registro Público de Inglaterra abrió en 1838; el Archivo General de Simancas, en España, abrió en la década de 1840; los Archivos Vaticanos comenzaron a funcionar en 1881, etc. Una vez caídos los regímenes comunistas en Europa, después de 1989, incluso los archivos de las policías secretas, tal como la Stasi de Alemania del Este, se abrieron al público y han comenzado a aparecer estudios basados sobre este material.
Utilización errada
Emplear diferentes tipos de conocimientos tiene consecuencias, algunas no de seadas y, en ocasiones, de sastrosas. Como escribió de manera memorable el poeta inglés Alexander Pope, “un poco de conocimiento es cosa peligrosa”. Este es el argumento central del libro de James Scott, Seeing like a State [Ver como un Estado] (1998). Scott, un antropólogo que ha realizado un trabajo de campo en el Sudeste Asiático y se ha interesado especialmente por los problemas de los campesinos, muestra “cómo han fracasado ciertos esquemas para mejorar la condición humana”. A partir del siglo XVIII –afirma–, se han sucedido los intentos de “volver legible una sociedad”. Volverla legible significa no sólo recolectar mapas, estadísticas e información de otro tipo, sino también “organizar a la población de manera tal de simplificar las funciones clásicas del Estado de recaudación impositiva, reclutamiento para el servicio militar y prevención de las rebeliones”. Scott comienza su análisis con la ingeniería forestal en Alemania, donde el Estado consideró que los bosques eran fuente de ingresos, y los silvicultores se enfocaron en estimar y administrar esos ingresos. “El bosque alemán se convirtió en el arquetipo para imponer a la naturaleza de sordenada conceptos científicos ordenados prolijamente.” Los árboles se plantaron en hileras, como si se preparasen para un desfile. De la disposición asignada a los árboles, el libro pasa a la asignada a las personas, cuando indaga lo que el autor llama “alto modernismo autoritario”, con ejemplos concretos tales como la colectivización de la agricultura en la Unión Soviética, la fundación de Brasilia, el “reasentamiento obligatorio” en Tanzania, etc. En cada caso, Scott enfatiza las consecuencias negativas de los planes respaldados por el poder estatal e impuestos sin consideración alguna de las situaciones y los problemas locales.
Seeing like a State podría describirse como la crítica de un antropólogo no sólo del Estado moderno, sino también de la sociología y, de modo más general, del conocimiento supuestamente universal y descontextualizado. El autor sostiene que “ciertas formas de conocimiento y control requieren un estrechamiento de la visión”, y hace un elocuente llamado a valorizar un conocimiento alternativo, que según la ocasión resulta descripto como local, práctico o contextualizado, “el valioso conocimiento del cual los esquemas de la alta modernidad se privan cuando, sin más, imponen sus planes”. Estudios más recientes sobre los peligros de planificar sin el apoyo de los saberes locales respaldan el argumento de Scott.