martes 19 de marzo de 2024
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No alcanza con lamentarlo

El pueblo de Brasil consagró por el voto popular a un fascista, misógino, homofóbico y racista como nuevo Presidente. Por previsible, la noticia no deja de sorprender. Jair Bolsonaro superó por diez millones de votos a su competidor en el balotaje, Fernando Haddad, a quien días antes amenazó con meter preso. El triunfo del ex capitán del Ejército es inédito. Nunca antes en el continente alguien que haya reivindicado abiertamente a la dictadura militar y sus métodos de tortura fue avalado en las urnas. Para explicar el ascenso a la cima del poder de este oscuro diputado, los analistas coinciden en enumerar cuatro cuestiones: el rechazo a los gobiernos del Partido de los Trabajadores y a la corrupción generalizada, el hartazgo ante la creciente inseguridad (casi 70 mil homicidios anuales) y el malestar por la situación económica.

A mi juicio no puede obviarse el encarcelamiento del ex presidente Lula en un proceso judicial cuestionado que lo dejó fuera de la carrera electoral. Difícil saber cuál hubiese sido el resultado si el juez Sergio Moro no lograba la condena del ex dirigente metalúrgico por haber recibido un triplex como supuesta coima. La persecución a Lula no borra el entramado de corrupción que se instaló en Brasil en los últimos años. Gustavo Bebianno, presidente del partido de Jair Bolsonaro, el PSL, propuso a Moro como eventual presidente del Supremo Tribunal Federal. Una justicia a medida es un sueño compartido por todos los mandatarios de la región. Quizás Moro no acepte el ofrecimiento por cuidar las formas pero deja todo más claro. Uno más uno siempre es dos.

Consultada por el triunfo de Bolsonaro, la ex canciller de Mauricio Macri, Susana Malcorra señaló: “Es una vuelta al pasado”. Por su retiro, la diplomática, está liberada de la necesidad de enviarle gestos amigables a su vecino. Trance en el que está embarcado su sucesor en el Palacio San Martín. La democracia está en crisis en el mundo y estos experimentos políticos están lejos de cesar: “Es una vuelta a la década del 30”, agregó. Países cerrados, nacionalismos, xenofobia y autoritarismo. Como por entonces, las posiciones más reaccionarias encuentran inesperada adhesión entre legiones de desencantados. Como si fuera poco el futuro ministro de Economía del militar le apuntó al Mercosur. Bingo.

Mano dura y religión se llevan muy bien y Bolsonaro lo sabe. Se bautizó en plena campaña electoral y celebró su triunfo rezando. Los pastores evangélicos y las fake news, en un país donde más del 90 por ciento de sus votantes se informan por Whatsapp, tuvieron un rol clave. Los pastores emprendieron una fuerte campaña contra los ateos y el resto lo hicieron los militantes informáticos. Según un estudio del diario Folha de San Pablo sobre 1339 mensajes enviados indica que el 97% de las noticias compartidas por Whatsapp por los seguidores de Bolsonaro son falsas o distorsionadas. Esto se completa con un estudio de Datafolha que reveló que 6 de cada 10 electores del ex capitán se informaron mayoritariamente por Whatsapp, la red más popular de Brasil.

Hace tiempo que en las redes la verdad no importa. Sólo importa que lo publicado sea verosímil. Lamentablemente los grandes medios, esos que tienen editores responsables, también caen en la tentación de publicar noticias falsas si con eso pueden afectar al “enemigo” de turno. Hasta en el domingo de la elección, Haddad tuvo que pasar parte de su día en desmentir que hubiese abusado de un niño de once años. ¿El bombardeo de noticias falsas se reproducirá en la campaña argentina del año próximo? En Brasil se investiga a empresas que financiaron las campañas de fake news. El resultado del proceso será una anécdota.

Bolsonaro tiene legitimidad de origen. Esto es incuestionable en términos democráticos. El tiempo dirá si sostiene legitimidad de ejercicio. Si respeta los derechos humanos y a las minorías. Si no restringe libertades individuales ni persigue opositores como anunció en su campaña.

En tanto, como dicen en el campo, del otro lado nadie debería hacerse el tonto. Las fuerzas democráticas y progresistas tienen una tarea tan necesaria como compleja: aprender de sus graves errores y reinventarse como opción de gobierno. Esto no sólo vale para Brasil sino para toda Latinoamérica. El triunfo de Bolsonaro es un fenomenal y peligroso aviso.

Los políticos que dicen luchar por una sociedad más justa no pueden seguir desentendiéndose de temas tan sustanciales como la inseguridad. Reprimir el delito parece ser sólo una preocupación de la derecha. La inseguridad está en el tope de las preocupaciones populares pero las fuerzas progresistas no ofrecen opciones para enfrentarla. Es curioso porque se trata de un tema preideológico y que sufren más crudamente las clases populares. Los que no pueden pagar guardias o alarmas, ni refugiarse en un barrio privado. Políticas criminales modernas y eficaces no pueden ser demoradas por los clichés políticos. ¿Cuáles son las opciones a la mano dura? Lo mismo ocurre con la lucha contra el narcotráfico. A los ojos de los votantes, los políticos de derecha o centro derecha aparecen como los únicos con propuestas para enfrentar ese flagelo. Aunque después terminen fracasando.

La corrupción es otro de los temas tabú para la izquierda. Es evidente que el latrocinio no es una cuestión de bandería política. Un corrupto es un corrupto más allá de su ideología. Pero el combate para mejorar la calidad institucional tampoco está instalado con fuerza en los partidos progresistas. Sólo el Mas de Evo Morales, el Frente Amplio de Uruguay y el socialismo de Santa Fe pasan con aprobado ese examen y no es casual que las tres fuerzas se mantengan en el poder durante tantos años.

Y por último la calidad del Estado. A pesar de propiciar que el Estado tenga un rol central en la economía, las fuerzas de izquierda no se preocupan por defender la calidad de los funcionarios ni la eficiencia de la gestión pública. Los políticos neoliberales, en cambio, tienen claro que hay que achicarlo. Los políticos progresistas sólo plantean que no hay que tocarlo. Los ciudadanos que no encuentran respuestas en áreas como educación, salud y seguridad parecen condenados a soportarlo y, por esa razón, terminan despreciando lo público y eligiendo otras opciones que planteen mejoras de cualquier tipo. Cambiar la agenda. Cambiar las propuestas y la praxis política. Volver a ser vehículo de la esperanza de millones de seres postergados. Ése es el desafío si se quiere avanzar hacia una región más socialmente más justa.

“No hay derrotas ni triunfos definitivos”, dijo el viejo sabio José Mujica. Bolsonaro es el nuevo presidente de Brasil, no alcanza con lamentarlo.