“El 28 de julio de 1978 me encontró abrigado. Había faltado al colegio. Estaba desde el mediodía haciendo cola en el Luna Park para entrar a ver algo denominado Festival de la Fundación Genética Humana (…) Iba a presentarse para un público masivo la nueva banda de Charly García”.
De esta manera, invocando sensaciones personales mientras se preparaba para asistir a los comienzos de la leyenda, inicia su análisis Walter Domínguez. De allí en más, acompañado por el relato coral de distintos músicos, el autor se sumerge en una deconstrucción exhaustiva de la obra de Serú Girán, uno de los grupos más importantes del rock argentino, a cuarenta años de aquel primer show que cambiaría la historia.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
Capítulo 5 – Nunca pensé encontrarme con el diablo
Para cuando sus integrantes se pusieron a trabajar en su tercer álbum, Serú Girán ya era el grupo de rock más popular de la Argentina. El desconcierto provocado por el disco debut y sus actuaciones en el Luna Park y en Obras era cosa del pasado. Tras la salida de La grasa de las capitales, cargado de poder instrumental y letras irónicas, la consolidación del grupo era una realidad.
También había comenzado a despejarse el velo acerca de su esencia. Serú era una banda hecha y derecha. Si bien Charly García era el líder en cuanto a composición y actitud, no era el único (literalmente) que llevaba la voz cantante. David y Pedro decían lo suyo desde lo musical y desde las palabras. Moro, con el rol que asumen el noventa por ciento de los bateristas, aportaba su impronta desde el ritmo, con peso propio. En cierta medida, le cabe lo mismo que a Ringo Starr en Los Beatles: todo el mundo dice que había bateristas mejores o que no se entiende su contribución al grupo, aunque sin el fino toque de Ringo, su tempo perfecto ni su humor, los Fab Four serían impensables.
Tampoco es posible imaginar la música de Serú Girán sin los tambores, el ritmo y el golpe de Oscar Moro. No se puede. La versatilidad de Moro —a quien aún hoy algunos suponen solamente como un baterista de rock duro— es parte de la naturaleza del grupo. Esa facilidad para ir de la batucada al ritmo furioso o sincopado de las composiciones de la banda no era para cualquiera. Se sabe que el bajo y la batería forman la base de una agrupación. En Serú, con el bajo de Pedro muchísimas veces tocando melodías a la par de García y Lebón, la base —sólida— la constituía la batería de Moro. A partir de allí, de su toque, de su sostén rítmico, empezaba a edificarse la música del cuarteto.
A principios de 1980, Serú Girán se había acostumbrado a tocar para públicos masivos. En febrero fue parte del primer festival de rock de La Falda, en Córdoba. En marzo actuó en un show multitudinario que se hizo en La Rural de Buenos Aires, con León Gieco y el Dúo Fantasía, entre otros. Y ya habían tenido su “encuentro con el diablo”, algo que derivó en una canción curiosa y muy festejada pero con versiones encontradas.
El primer rumor cuenta que los músicos tuvieron una reunión con un tal “señor Olira”, supuestamente asesor de temas de la juventud del funesto general Roberto Viola, presidente de facto de la Argentina por ese entonces. Allí, como gesto de apertura hacia los jóvenes, Olira les habría preguntado cuáles eran sus reclamos. Según el relato que hizo García algunos años después, el manager (a esa altura sí lo nombraban así) Daniel Grinbank señaló lo caro que resultaban los carteles para promocionar los shows. Y Charly, en sus propias palabras, explicó qué reprochó él: “Yo le dije que tenía que cortarla con la censura. Es bárbaro que un tipo como yo no se cague y vaya y le diga que no tiene que haber más censura porque, si no, nadie va a poder escribir nada, y estamos cagando nuestra cultura. Por ahí, hace tres años yo hubiera dicho ‘no voy, no quiero transar con esta gente’. Y ahora voy y le digo la verdad a este tipo”.
Así leídos, a años luz de los hechos, los dichos de Charly suenan tan ingenuos que incluso provocan ternura. Por más populares que fueran los Serú Girán en 1979, por esos días los militares ejecutaban un plan de exterminio sistemático de sus opositores, de los amigos de esos opositores y hasta de inocentes que solo cometían el pecado de estar cerca. Es difícil pensar que los ácidos comentarios del músico podían pasar desapercibidos. Aunque es cierto que en el Universo García todo es posible, como también lo es que los militares no dimensionaran el poder del rock; o, por considerarlo música superficial, prefirieran que los jóvenes invirtieran sus energías y su tiempo haciendo música en lugar de gastarlo haciendo política activa.
Como fuera, según declararon García y Lebón en una entrevista posterior, existe otra versión del supuesto encuentro que originó la canción. Esta vez negaron la existencia de la reunión con el “señor Olira”, aduciendo que “Encuentro con el diablo” ya había sido escrita por Charly (aunque en los papeles la firman ambos) en los albores de la banda, cuando estaban en Buzios, inspirado —eso sí, y está claro— en “Sweet Home Alabama”, el tema de los norteamericanos Lynyrd Skynyrd. El tema es tan parecido —o “afanosamente inspirado”, en la jerga habitual de los músicos— al de la banda de los Estados Unidos que, durante años, en el entorno de Serú esperaron el reclamo por plagio. Por suerte para los argentinos, nunca llegó.
En aquel 1980 Serú Girán editó Bicicleta, su tercer álbum, que traía clásicos como “Canción de Alicia en el país”, “Cuánto tiempo más llevará”, “A los jóvenes de ayer” y “Desarma y sangra”. Para muchos, es el mejor de la banda.
En principio, el disco iba a ser doble pero la idea fue descartada por una cuestión de presupuesto. Así quedaron fuera de la lista algunos temas que luego irían a parar al próximo álbum, Peperina, como “José Mercado”, “20 trajes verdes” o “Parado en el medio de la vida”. “Bicicleta” era uno de los nombres que Charly había sugerido para bautizar a la banda antes de llamarla Serú Girán. Se recicló para su tercer disco.
Para su presentación en Obras Sanitarias el 6 y 7 de junio armaron una puesta en escena inédita para las bandas de rock en la Argentina. Estuvo a cargo de la artista plástica Renata Schussheim, admiradora (y amiga) de García desde que escuchó La Máquina de Hacer Pájaros y pidió que le presentaran al músico.
Schussheim no solo se ocupó de la escenografía (con bicicletas, conejos y flores, muy en la onda de Alicia en el país de las maravillas, el libro de Lewis Carroll que inspiró la canción), sino que también se hizo cargo de las fotos, de los afiches y de todo lo que tuviera que ver con la imagen del grupo. Renata quería que incluso el estadio “oliera lindo” y lo llenó de inciensos encendidos. Obviamente, cuando la masa entró al estadio el aroma duró apenas un minuto.
Hasta entonces, ninguna banda argentina había mostrado tal preocupación por la puesta visual de un show. Otra vez Serú, con García a la cabeza, en el rol de precursores.
De hecho, tras constantes peleas y desacuerdos con su compañía discográfica, Bicicleta fue editado por SG Discos (Serú Girán Discos), el sello que armaron los músicos con su manager Grinbank, que al mismo tiempo fue una muestra de la independencia con la que comenzaba a manejar la banda su propio negocio. Grinbank y los Serú habían observado con atención la experiencia de autogestión de Almendra, la banda pionera del rock argentino con Luis Alberto Spinetta, Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García, para El valle interior, el disco de su regreso que auto-produjeron con el manager de la banda, Alberto Ohanian. La movida les cerró y decidieron imitarla. En épocas sin MTV ni un mercado de videos, Bicicleta se posicionó como el disco más vendido del país en el ranking que armaba el Centro Cultural del Disco, la cadena de disquerías más importante de entonces, por lo que la satisfacción fue completa.
En agosto Serú fue a tocar al Monterrey Jazz Festival en Río de Janeiro. ¿Qué podía pasar en ese reino del jazz rock con los argentinos, cuando el público era capaz de ignorar a un artista como John McLaughlin? Nadie lo sabía. Era tan así que incluso Charly expuso su miedo al respecto.
Sin embargo, la reacción de los brasileños con Serú, que tocó en la primera parte del concierto con Pat Metheny y George Duke, recogió tantas alabanzas que los organizadores le propusieron al grupo volver a presentarse en la segunda parte, la más importante, con McLauglin, la banda sensación del jazz rock de ese momento, Weather Report —en la que el bajista era Jaco Pastorius, el ídolo y a quien imitaba Pedro Aznar— y los locales Hermeto Pascoal y Egberto Gismonti.
El éxito de Serú en tierras brasileñas mostró que podían triunfar con su música donde se lo propusieran, y que no tenían nada que envidiarle a nadie. Claro que esos shows en Brasil fueron el punto de partida para la futura separación de la banda: fue allí que Pedro conoció a Pat Metheny, quien más adelante le propondría formar parte de su grupo. Pero eso es historia futura.
Un mes después de Brasil, y tres antes de la presentación oficial de Bicicleta, Serú volvió a Obras para ofrecer dos de los conciertos más emocionantes de la historia del rock argentino: la unión de la banda de Charly García con la de Luis Alberto Spinetta, Spinetta Jade.
La inesperada reunión fue gestada por sus máximos líderes, que siempre se quisieron y respetaron. Surgió cuando la revista Hurra —de Ediciones de la Urraca, la misma de la icónica revista Humor—, publicó en su tapa una nota sobre la rivalidad entre ambas bandas. “¿El rock es un partido de fútbol?”, se tituló. La imagen de portada exhibía dos caricaturas de Charly y de Spinetta, el primero con la camiseta de Boca y el otro con la de River (a pesar de que ambos son fanáticos del Millonario, vale la pena aclarar).
Esos conciertos del 12 y el 13 de septiembre se cerraron con los dos grupos juntos tocando “Crisálida”, de Spinetta, y “El mendigo en el andén”, de Serú. La propia revista Hurra terminó por cerrar las diferencias, cuando en su número siguiente hizo la crítica del concierto y tituló “Cuando todos pateamos hacia el mismo arco”.
El 30 de diciembre Serú Girán culminó el año a lo grande, con un concierto gratuito en La Rural en el que se convocó la mayor cantidad de espectadores hasta entonces para un show de rock, sesenta mil personas. A la mañana siguiente hubo dos noticias. La primera contaba que Serú Girán había convocado a sesenta mil jóvenes. La otra, que no hubo detenidos. Un milagro para la época en la que la represión seguía viviendo en las calles (pero que tendría su correlato con haber sido un concierto organizado por el canal del Estado, con todo su aparato y para ser reproducido allí). La leyenda cuenta que, al momento de seducir a Freddie Mercury para que viniera a tocar a la Argentina al año siguiente, le mostraron imágenes de ese show y su convocatoria. “¡Allí hay un público de rock!”, se habrá asombrado el siempre bien recordado Freddie.