viernes 29 de marzo de 2024
Cursos de periodismo

«Pasaron cosas», de Pedro Rosemblat

En estos relatos delirantes, lisérgicos, casi oníricos, Rosemblat, el Cadete, hace estallar la idea de verosimilitud para proponer que los años macristas quizás sean demasiado difíciles de comprender solo con las herramientas de la realidad.

Pero a no dejarse engañar: lejos de una catarsis resignada o de un juego creativo, lo que Rosemblat produce es una crítica a la vez corrosiva e hilarante, en la que subyace, ni más ni menos, que la intención de reconstruir el país. 

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Panelista por accidente

Un auto queda atascado sobre las vías del tren. La conductora es una viejita que ronda los ochenta años y está completamente en shock. El vehículo no responde y sus piernas tampoco, el tren se aproxima a toda velocidad y la señora se muestra vencida. El motorman hace sonar la bocina dos veces, pero el destino parece estar resuelto. Un segundo antes del impacto, un hombre uniformado corre hacia las vías, fuerza la puerta, carga a la abuela en brazos y la salva. Las cámaras de seguridad registran la epopeya y en menos de treinta minutos el video acumula más de veinte millones de reproducciones en YouTube. Se vuelve viral, no solo en la Argentina, sino en todo el mundo. La realidad supera a la ficción, una escena de Spielberg en un paso a nivel del Mitre.

El héroe se llama César Colizzio, acaba de cumplir 23 años y en la Policía de la ciudad tiene el rango de cadete. Supongo que la confusión vino por ahí. En la reunión de producción uno habrá dicho “llamalo al cadete” y, en el revoleo, un topo medio pasado de rosca me llamó a mí. Yo, sin pensarlo demasiado, acepté la invitación.

El canal queda en Palermo, en una de las manzanas más concurridas del barrio. En la puerta sobran autos oficiales con choferes de traje que esperan a que algún funcionario termine una entrevista amistosa.

Me anuncio en recepción y me viene a buscar un muchacho de producción.

—¿Vos sos el cadete? —me pregunta.

—Sí, mucho gusto.

—En el video parecés más petiso.

Lo sigo por pasillos oscuros y llenos de cables hasta la sala de maquillaje, donde me presenta a una mujer muy alta y se va a resolver asuntos más urgentes. Mientras la gigante me saca el brillo de la frente, empiezo a buscar las primeras caras conocidas. Yo, que no estoy pasando por mi mejor momento, miro el programa casi todas las noches. Me parece rarísimo de repente estar acá, en el espacio de trabajo de todos ellos, a punto de ser parte de ese mismo panel y dar mi opinión sobre cualquier cosa que me pregunten.

Terminan de maquillarme y le avisan a un tal Ariel, que al instante manda a un muchacho para que me coloque un micrófono y me asigne una silla dentro del estudio. Una vez ubicado, intento reconocer al resto de los invitados, pero no lo logro. Los reflectores están apagados y no puedo darme cuenta ni de a quién tengo al lado. Le pregunto a la persona más cercana quién es y me contesta que me vaya a la mierda. Por la voz me doy cuenta de que se trata de María J., una de las panelistas estables del programa.

Las luces se prenden todas juntas y más rápido que inmediatamente Santiago, el conductor, comienza su editorial.

—Argentinos, buenas noches. Bienvenidos, una vez más, acá, al programa donde todos hablan, donde todos tienen la posibilidad de opinar. Porque creemos, de verdad, que más allá de lo que nos digan los políticos, que van y vienen, un día están acá y al otro día están allá, los argentinos somos todos lo mismo, todos queremos una sola camiseta que es la celeste y blanca. Y si hablamos y nos respetamos, nos vamos a poner de acuerdo.

Esa frase me suena de algún lado, pero no sé de dónde. ¿Es una crítica o un elogio? ¿Se la escuché a él o a otra persona? Antes de que pueda ordenar mis ideas, Paulo se adelanta en el uso de la palabra.

—Para destacar, Santiago, la labor del comisario Frattinolli, que ha llegado en tiempo y forma al lugar de los hechos para abatir a los delincuentes que intentaron robar un gallinero. Necesitamos más comisarios así.

Evidentemente hay una noticia que se me escapa, porque yo no sé de ningún Frattinolli y de ningún gallinero. Pero Santiago la caza al toque.

—Comisarios argentinos, algunos buenos, otros malos, todos argentinos, de carne y hueso como vos y como yo. Y ya saben, la mejor carne la encuentran en Supermercados Colotto. Supermercados Colotto, cada día te quiere más. ¿Qué otra cosa tenemos, chicos?

En esa milésima de segundo siento unas ganas irrefrenables de hablar. Decirles en la cara, en vivo, con respeto, pero sin reservas todas las cosas que pienso cada noche mientras miro el programa.

Casi lo suelto, pero Silvia me primerea y arranca con su perorata clásica.

—Santi, con respecto al tema del día, que es el G-20, me parece importante señalar que este año Roberto Baradel cambió el auto. Ahora maneja un Ford Fiesta modelo 2004. ¿Es casualidad esto en el marco del G-20? ¿A nadie le parece sospechoso que justo este año Baradel se haya comprado un auto? ¿Qué planea hacer con ese auto? —dice mirando a cámara y frunciendo el ceño, con gesto de meme.

Se me disparan muchas dudas porque yo realmente no tengo idea qué planea hacer Baradel con ese auto. Usarlo, supongo, no lo sé, todo es una gran confusión. Hasta que volvemos a escuchar la voz familiar de nuestro conductor.

—Qué increíble lo que decís, Sandra.

—Silvia.

—Silvia. Increíble lo que decís, porque el G-20 representa lo que somos los argentinos. Somos eso: argentinos, nada más. No nos importa si este se llama Macri o aquella se llama Cristina o Fulano. No nos importa que se peleen para ver quién tiene más poder. Chicos, a ver, no nos importa un carajo nada.

Dejo de mirarlo a Santiago para concentrarme en el resto de los invitados. Quiero tener más precisiones sobre el panel que estoy integrando. Confirmo que mi compañera de banco es María J., pero es la única que puedo vislumbrar con relativa claridad. Las luces de frente me hacen imposible ver más allá de un brazo de distancia. Logro adivinar la presencia de Julio Bárbaro, simplemente porque no falta nunca. Y registro la inconfundible voz de Sergio Massa cuando comienza a hablar.

—San, si yo digo “todos”, vos me contestás “juntos”. Va: todos.

—Juntos —contestó Santiago.

—¡Todos! —se entusiasmó Sergio.

—¡Juntos!

—¿Tan difícil es?

Massa mira a cámara con el mismo gesto que cinco minutos antes había puesto Silvia.

Paulo se larga a llorar y todos se unen en un aplauso. Yo aplaudo también, no puedo evitar hacerlo cada vez que aplauden todos alrededor. La cámara me poncha justo, un bajón. Brancatelli corta la escena sin anestesia.

—Por favor, qué papelón, muchachos.

—¡Papelón es el auto de Baradel, Brancatelli! —rebate Silvia—. ¿De eso no vas a decir nada?

Santiago no lo deja contestar y aprovecha el momento para contarnos algo que le parece muy importante.

—Chicos, a ver, ¿sabían que el Municipio de Lanús sumó quinientos nuevos patrulleros para que vos te sientas más seguro? Yo me pregunto, y les pregunto a ustedes, ¿no podríamos ser todos como el ministro de Seguridad de Lanús?

Noto cómo Massa se altera ante la presencia de una pauta superadora. No llego a verlo en su gesto, pero se siente en el ambiente. Sergio está medio caliente, aunque mantiene la compostura y supera el momento con una frase marca registrada.

—Santiago, si nacemos con la debilidad de caer, es porque tenemos la fortaleza para levantarnos.

Otra vez, aplausos. Y sigue Silvia.

—Es fundamental lo que señala Sergio, porque Baradel se compró un auto y eso no puede pasar desapercibido. ¿Quién nos explica para qué compró un auto Baradel?

—El comisario Frattinolli, Silvia. Él te lo puede explicar porque realmente lo sabe todo, es maravillosa la labor del comisario.

Paulo se deshace en un elogio infinito hacia un servidor público al que, evidentemente, tiene en alta estima.

En este momento me doy cuenta de que nunca voy a poder abandonar mi lugar de televidente. Que la cercanía física no achica la distancia enorme que existe entre el frenesí de este panel y mi pasividad como espectador.

Me entrego a la aventura que proponen. Me prendo un pucho ahí mismo y me relajo. Tan compenetrados están con la charla que nunca advirtieron el humo, siguen como si nada.

—Hay algo que nadie dice y tiene que ver con los chinos. Porque todos damos por sentado que en China hay como mil millones de personas. Y yo me pregunto si no será todo una gran mentira. ¿Quién contó a los chinos? ¿Cómo sabemos que no nos están vendiendo fruta?

La que habla es la excanciller Susana Malcorra, que tiene un look mucho más desacartonado que el que tenía cuando era funcionaria. Riñonera y una gorra verde con visera para el costado, cancherísima. Es interrumpida de prepo.

—Yo eso no te lo voy a permitir.

—¿Y vos quién mierda sos? —pregunta Julio Bárbaro.

—Yo soy Carlos Emilio Gómez Rodríguez, presidente de la Cámara Argentina de Supermercados Chinos. Y eso no te lo voy permitir.

Antes de que se desate la violencia, el conductor del programa asume una voz conciliatoria.

—Chicos, silencio, por favor. Porque la gente nos está mirando y no entiende nada. Ven que estos se pelean con aquellos, aquellos discuten con estos. Y en el medio, la gente, que se levanta temprano para ir a trabajar y piensa “mmm… qué ganas de desayunar un Yogurex de frutas tropicales. Yogurex de frutas tropicales, arrancá la mañana con toda”.

Mis pupilas ya se acostumbraron a la luz de frente y comienzo a ver todo con más claridad: la fresca carmela de Paulo, la mirada perdida de Silvia, el nudo mal hecho de la corbata verde de Bárbaro, las ojeras de Grabia. De cerca no se parecen en nada a como los muestra la tele.

Detrás de cámara también gritan y se tiran cosas. Discuten técnicos con productores, sonidistas con camarógrafos, los de catering con los asesores de prensa de Massa, un berenjenal que nada tiene que envidiarle al panel titular. Creo que me confundí y en lugar de un pucho me prendí un porro que tenía en el atado. Bárbaro me viene a pedir una seca y yo sé que él no fuma tabaco, así que sí… me prendí un porro. Cuando me quiero dar cuenta ya estamos los dos cagándonos de risa del discurso presidencial que ensaya Sergio.

—Santi, vos pensá que en la Argentina con una parrillada para dos comen cuatro. Es el único país del mundo donde pasa esto. Vos te vas, por ejemplo, a Italia, y cuando pedís una pizza para dos te sirven una pizza para dos. Dice para dos porque comen dos personas. Y en España ocurre lo mismo. ¿Cuántos comen con la paella para cuatro? Pues cuatro, hombre. Ni tres, ni cinco. Cuatro. Pero en la Argentina no, en la Argentina te dicen que con la parrillada para dos, comen tres. O que con la parrillada para tres comen cinco. Y de esa manera, Santi querido, es imposible que un país funcione. No hay seguridad jurídica. Durante mi gobierno, con la parrillada para tres van a comer tres personas. Eso es bajar el déficit.

Bárbaro se descompone y lo sacan del estudio sin que la cámara lo ponche. Cuando lo veo en la camilla me quedo medio careta. Los técnicos y productores ahora están en silencio, también los asesores de prensa. En el estudio de repente reina una sospechosa tranquilidad, que se sostiene en la atención que todos le estamos prestando a las palabras —aparentemente— finales de Santiago.

—A ver, chicos. La vida no es esto que sale en televisión. La vida no pasa por una pantalla ni podés darle likes ni bloquearla. La vida sucede allá afuera y es maravillosa, pese a todo. Probablemente nos cueste ver lo mágico de la vida porque nos tienen distraídos con otras cosas: política, peleas, mafia. Pero la vida es luz, la vida es universo, la vida es amor. Tenemos que abrazarnos a las cosas que nos hacen bien y tenemos que soltar todo lo demás. Cada uno sabe qué cosas le hacen mal y qué cosas le hacen bien. Y el que no lo sepa…

—Que le pregunte al comisario Frattinolli, Santiago, es una persona maravillosa.

—Muchas gracias, buenas noches —dice.

Y así termina el programa.

Todos conocen el plan de evacuación. Saben, paso a paso, lo que tienen que hacer para retirarse del estudio sin pasar por delante de una cámara o irrumpir en la escenografía de otro programa. Yo no. Y tampoco tengo tiempo de preguntar porque desaparecen de mi vista igual que cuando los veo por la tele. Me quedo solo en esa silla de acrílico transparente, mirando el mismo decorado de todas las noches, los colores tan familiares, las pantallas encendidas. Por un momento, me siento como en casa.

Pasaron cosas
Pedro Rosemblat, el Cadete, repasa los años macristas en una serie de relatos delirantes. Con prólogo de Pedro Saborido.
Publicada por: Reservoir Books
Fecha de publicación: 07/01/2019
Edición: 1a
ISBN: 9789873818684
Disponible en: Libro de bolsillo
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