viernes 19 de abril de 2024
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«Engaños digitales, víctimas reales», de Sebastián Davidovsky

Usamos mail, apps, WhatsApp, home banking, archivamos, compramos, subimos fotos. Y no percibimos que, del otro lado, alguien acecha todos nuestros datos y la intimidad. A partir de nueve casos argentinos, Sebastián Davidovsky explica cómo operan los criminales a través del grooming, phishing, ransomware y otros delitos a los que todos estamos expuestos.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

 

Capítulo 3 – Match y engaño

Hacía dos años que Estela, 50 años y divorciada, usaba Tinder. A pesar de haber tenido diferentes matches (cuando dos personas se eligen mutuamente), aquel 25 de marzo de 2017 hubo uno especial: coincidió con James Ferguson, alguien a más de ocho mil kilómetros de distancia. Ingeniero nuclear, había estudiado en la Universidad de California y trabajaba para la petrolera Shell. Vivía en Boston, Massachusetts. Por su actividad laboral, decía tener horarios acotados y por eso prefería el mail para conversar. Su perfil era atractivo y estaba interesado en ella. Así fue que comenzaron a hablar.

Al principio, las conversaciones (que ambos pasaban por un traductor automático; ella para el inglés, él para el español) giraban alrededor de cuestiones familiares, historias de vida, temáticas laborales. Estela se mostraba más desenvuelta que James. En los mensajes le escribía: “Quiero que veas que soy una persona divertida y feliz, madre de dos bellezas. Ojalá te gusten mis fotos, mis hijas, y quieras conocerme mejor. Quiero recibir noticias tuyas”. James agradecía. “Debo confesar que eres realmente hermosa”.

James le habló de Boston, la ciudad en la que vivía. Y de su personalidad: “Soy bastante espontáneo. Disfruto de la risa y de la diversión entre la gente. También tengo una personalidad extrovertida. Tomo a todos como son y respeto a la gente no necesariamente debido a su edad, sino por su nivel de madurez y la forma en que actúan”. También le reveló una trágica historia personal: su esposa falleció con un bebé en la panza. Él se encargó de la crianza del otro hijo, Jack.

Estela le respondió con su infancia, a ochenta kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Le contó de sus abuelos franceses y de su ex marido, con quien estuvo de novia tres años antes de casarse y con el cual convivió diecisiete años en matrimonio. “Hace cuatro años que estoy sin pareja […] Me gusta tu sonrisa, me gusta tu caballerosidad y todo el ENTUSIASMO que generaste en mi ser. Yo también espero tus mails y anhelo mucho poder verte personalmente. Tengo muchas ganas de un abrazo tuyo”, le decía.

A los pocos días del primer contacto, Estela ya creía que James era el elegido. “Cada día te pienso más y más. Creo que me iré de Tinder para no ilusionar a nadie […] y así poner todas las energías en esta increíble coincidencia”. James parecía igual de ilusionado: “Me encuentro involuntariamente sonriendo porque sé que en el otro extremo del mundo alguien está pensando en mí y se tomó el tiempo para escribirme un correo. Solo espero que el sentimiento sea mutuo. Me gustaría que supieras que soy un hombre muy honesto”. Pero le puso un freno al encuentro: “No hay necesidad de apresurarse. Si algo está destinado a ser, sucederá en el momento adecuado, con la persona adecuada y por la mejor razón”.

 

La rutina y la ilusión de verse

Pasaron diez días. Estela quería un diálogo más fluido, un contacto por WhatsApp. Y reclamaba: “Hay muchos mails míos sin responder no sé por qué. Quizás no te llegaron o no tenés tiempo”. Y por último quiso saber más: “No quise preguntar por el fallecimiento de tu esposa ni por tu hijo Jack… Entiendo que te cuesta abrir el corazón, pero yo quiero que me dejes entrar. ¿Te gustaría que me tome un avión y vaya a tu encuentro? Solo tienes que pedirlo y yo voy. Pero, por favor, pasémonos los teléfonos para escucharnos las voces. Estoy con dos amigas, tomando un rico café y hablando de la posibilidad de que quizás seas mi hombre soñado”. Y le mandó la confirmación: la foto de las tres mujeres con sus respectivas tazas.

Por fin James se aflojó. “Perdí a mi difunta esposa cuando tenía solo 45 años en un espantoso accidente automovilístico hace tres años, con nuestro bebé que estaba por nacer. Es una experiencia de la que no me gusta hablar porque me dejó malos recuerdos […] Si no te importa, por favor, no me gustaría hablar de esta triste experiencia, gracias por tu comprensión. Y Jack tiene 8 años”.

James le explicó que era hijo único y que había sido muy mimado de pequeño. “Ahora vivo solo y a veces cuando vuelvo a casa es demasiado tranquilo y solitario. Me gustaría que haya alguien y preguntarnos cómo fueron nuestros días. Esperemos que pronto llegue la experiencia”. Y le adjuntó una imagen: otra vez él sonriendo.

El 9 de abril de 2017 llovía mucho en Buenos Aires y Estela fue al cine con sus hijas. Interrumpió la función para insistirle a James por mail desde el teléfono: “Quiero encontrarte en persona. Es lo que siento: ganas de verte”, se animó. “Estoy muy feliz de escribirte y saber que algún día quizás nos podamos visitar. Tenés una sonrisa que enamora. Tu foto riendo es lo más. Cuidate mucho y quiero que sepas que estoy muy, muy entusiasmada por conocerte en persona”, insistió Estela.

“En el pasado nunca creí en las citas por internet hasta que mi amigo Barry tuvo éxito y se casó con su esposa. El futuro tiene grandes oportunidades. También tiene trampas. El truco será evitar las trampas, aprovechar las oportunidades”, le respondió el ingeniero. Y por primera vez le dijo de verse: “La distancia no es una barrera para nosotros y puedo viajar a visitarte”.

La ilusión de Estela crecía: todo parecía encaminarse. “Te cuento un secreto: te hiciste querible para mí y te mando esta frase que me gusta mucho… El mejor regalo es que alguien te abrace y te diga ‘Pase lo que pase, siempre estaré a tu lado’”.

Recién a fines de abril, casi un mes después de haberse “conocido”, James le dio a Estela su número de celular. Ahí empezaron a conversar por WhatsApp: pero solo con mensajes escritos. Ferguson nunca atendía las llamadas de voz que le hacía Estela, quien seguía sin cumplir su anhelo: escuchar la voz del estadounidense.

 

Ansiedad

“Hoy les hablé a mis hijas de vos”, le reveló Estela, y le pidió una fecha de encuentro. Le ofreció viajar ella; le dijo que estaba pensando en hacer un máster en Boston, estudiar inglés para no depender del traductor digital. James no le dio una fecha exacta, pero mantuvo viva la ilusión: “Pronto estarás en mis brazos, te lo prometo. Tus hijas son mis hijas y mi hijo Jack es tu hijo. Vendré por ti, mi querida, pronto”.

Unos días después él le escribió. “Estoy viajando mañana a Nueva Zelanda por trabajo en altamar. En tres semanas, cuando termine todo, mis colegas y el equipo de ingenieros volarán de nuevo a Boston mientras que yo iré a visitarte y pasaré por lo menos un mes. Quiero que seamos la familia más feliz”. Ya tenían fecha para verse: 25 de mayo.

Mientras Estela pensaba en cómo recibiría a su amado, y qué harían en todo el tiempo que él estaría en el país, James la sorprendió con un gesto de amor: “Ayer estaba de compras y sentí que debía comprarte algo porque creo que el amor no solo debe ser dicho o confesado por las palabras, sino que requiere de acciones. Necesitaría tu nombre completo, dirección de la oficina o casa y teléfono para mandártelos; esto es solo para mostrarte lo sincero, listo y puro que es mi corazón. Por favor no digas que no a mi pedido porque me hará mucho daño y me sentiré rechazado”. Mientras, le adelantó sus pretensiones para la visita: “Creo que es mejor si elegís vos dónde nos alojaremos; será en un hotel cinco estrellas, aunque no me molestaría alquilar un departamento”.

“Yo también compré algo para darte cuando te vaya a buscar al aeropuerto en Buenos Aires”, respondió Estela. Y fue por más: “Estuve averiguando, y como soy docente universitaria, podría hacer cosas relacionadas con mi profesión en Boston, así que nunca se sabe dónde estará nuestro destino llamado felicidad”.

James le explicó qué le enviaba, como adelanto de su encuentro: “Te estoy mandando un iPhone 7 Plus, un iPad Air, juegos de joyas, un auricular con traducción simultánea, una computadora Apple, un anillo de diamantes y una rosa de plástico con dinero en un paquete sellado y escondido para que puedas resolver algunas de tus necesidades diarias y prepararte para mi visita. El paquete llegará en tres o cuatro días”. Y le dio la dirección para seguir el envío: la empresa Airo Speed Courier Company (alojada en el sitio www.airospeedc.com) y el número de seguimiento 83735410292732.

“Me has dejado muda”, respondió Estela. “Una vez que reciba los regalos, sacaré fotos con mi cara de felicidad y te las enviaré. Te amo con el alma. Tu princesa”.

“El anillo de diamantes en el paquete es un anillo ajustable”, le aclaró él. Y volvió al encuentro. “Te voy a avisar cuando termine mi trabajo para que puedas hacer la reserva de hotel —le explicó—. La señal de la red móvil aquí en el mar es muy pobre, y me lleva tiempo antes de que pueda enviarte un correo. […] Que tengas un día maravilloso y que siempre pienses en nosotros”. Con el mensaje llegó una foto: esta vez era de James en altamar. Emocionada, Estela respondió: “Verte en tu trabajo me acerca a vos”.

 

¿Y el regalo?

Mientras Estela hacía F5 en la página de Airo Speed, empezaron los problemas. James le escribió un correo urgente a Estela. “Acabo de recibir una llamada de la empresa de mensajería en Malasia que me despertó del sueño. Me explicaron que nuestro paquete se ha puesto en espera debido a que el dinero que escondí fue detectado por la aduana durante la revisión en el punto de comprobación del aeropuerto. Les he explicado mi razón para poner el dinero allí y les rogué que lo liberaran, pero dijeron que tenemos que pagar US$ 1980 como penalidad por defecto antes de que pueda ser liberado y entregado a ustedes. Como ya sabes, cariño, no tengo acceso a cualquier transacción bancaria de pago aquí en el extranjero. Les expliqué mi situación y les rogué que te lo entregaran, pero dijeron que no es posible y que debemos pagar los cargos […] Me insistieron con que debemos hacer el pago inmediatamente, de lo contrario nuestro paquete será confiscado […] Les dije que usaran el dinero que hay adentro, pero me explicaron que eso violaría la ética de la empresa. Amor: esa cantidad no es nada en comparación con lo que hay adentro del paquete. Lo recuperarás apenas recibas el envío. Por favor, escríbele a la empresa de mensajería y pregúntales cómo puedes hacer el pago para liberar el envío. Te amo y te quiero mucho. Tuyo para siempre, James”.

La mañana siguiente, al ver el mensaje, Estela se fue corriendo a un Western Union del Carrefour de Martínez, en la avenida Santa Fe 2349. Al llegar, se dio cuenta que necesitaba más datos y consultó por mail desde el celular a Airo Speed Courier Company. Le pasaron el nombre de a quién debía depositarle: una tal Hariati Binti Aning, en Malasia. Lo hizo a las 9.30 de la mañana. En el concepto del envío del dinero, fue muy precisa: “ayuda familiar”. Pero un error en el procesamiento del pago hizo que tuviera que regresar a corregir unos datos: estaba mal escrita la dirección. Tras perder toda la mañana y pagar 1980 dólares (unos 31.500 pesos más 1240 pesos de impuestos, con el dólar a 15,9 pesos), decidió esperar un poco y volvió a contactarse con Airo. Sin embargo, en la web de seguimiento decía que el paquete estaba detenido en Malasia.

Ante la insistencia, le contestaron: “Mañana vamos a poder confirmar si ingresó el pago. Esto es porque usted demoró en hacer el pago y la mayoría de las oficinas ya están cerradas aquí, pero tenga la seguridad de que su paquete está en buenas condiciones y estará en el próximo envío disponible mañana. Gracias”. La respuesta la firmaba la Sra. Nurul Aida, coordinadora regional de Asia Sudoriental.

“Ya realicé el pago —avisó Estela a James—, ya lo comuniqué a la empresa por mail y adjunté el comprobante, perdón pero recién termino con todas estas idas y venidas, es muy complicado enviar dinero y se paga mucho impuesto por girarlo por Western Union […] Te mando un beso y te pido disculpas, pero yo lo único que quería era verte en persona para creer, necesitaba un abrazo, tomarte de la mano, nada más que eso […] tuve que pagar la mitad de mi sueldo, sé que me lo devolverás porque confío, pero ponete por un minuto en mi lugar. Sé que para vos es importante que lo que compraste llegue a destino, pero quiero que sepas que yo cambiaría todo eso por una noche con vos y no haber tenido que pasar por esto […] Estoy un poco triste… Es como si todo lo que fluía como una novela hubiera dejado de fluir”.

James agradeció: “Cuando estoy trabajando en el extranjero no puedo participar en ninguna transacción bancaria. Voy a llamar a la empresa de mensajería ahora y les digo que hemos hecho el pago y envío el boleto a ellos. Te quiero mucho y te amo mucho. Besos y abrazos”.

 

El fin de la ilusión

A Estela le llegó otro mensaje del courier, Airo Speed: debía abonar otros 2000 dólares en concepto de seguro para poder liberar definitivamente el paquete con el iPhone 7 Plus, el iPad Air, los juegos de joyas, el auricular con traducción simultánea, la computadora Apple, el anillo de diamantes y, sobre todo, la rosa de plástico con el dinero.

Estela ya estaba agotada y no entendía. No quería los regalos. Ni pagar más. “Hola, es urgente, hoy están pidiendo un pago de un seguro, que no fue lo que dijeron ayer, yo creo que deberían liberar la mercadería porque la multa ya fue abonada —le escribió a James, desesperada—. No puedo realizar ese pago porque nada garantiza que luego pongan más trabas, creo que la empresa de mensajería debe responder jurídicamente por todos los daños ocasionados. Estoy muy triste y no tengo garantías de que, abonando semejante suma de dinero, eso llegue a destino […] La verdad, estas complicaciones me ponen mal. Lo que digas yo haré”.

Estela estuvo a punto de hacer el otro giro hasta que el comentario de una de sus más íntimas amigas le hizo darse cuenta de que era una estafa. “Hasta acá llegué. La empresa que te perjudicó pagará por los daños y si sos un alma noble entenderás y si no la vida se encargará de que con alguna enfermedad terminal y muy dolorosa pagues por los daños causados. No me importa: el dinero va y viene y no lo necesito —le escribió a James, con rabia—. Lo lamentable de este mundo es que haya tipos como vos. Robaste la identidad de un pobre tipo, jugaste con vaya a saber cuántas mujeres, por suerte para mí Tinder es un juego. Es la primera vez que me pasa esto, fuiste un muy lindo aprendizaje, gracias, aprendí que hay mentes muy enfermas y sos una de esas. Hasta la próxima vida. Mamarracho”.

James respondió que ese mail era lo peor que le había pasado “después del fallecimiento de su esposa. Estoy muy herido. Pensé que lo que compartimos era amor verdadero. Realmente me rompe el corazón que esto ya suceda, es el primer problema que encontramos como marido y mujer”. Estela enfureció.

 

Un crédito para pagar la estafa

Ese mismo mes, otras víctimas argentinas ya habían caído en sus manos y en una trampa calcada: una contadora mendocina que llegó a frenar el pago de la “encomienda”, como publicó Los Andes. Pero al menos siete mujeres hicieron pagos vía Western Union a Malasia, a nombre de una mujer conocida por Estela: Hariati Binti Aning. En todos los casos, con la misma modalidad: un match en Tinder, intercambio largo de mensajes amorosos, un supuesto envío de regalos, y todo mientras el protagonista, ingeniero nuclear, se encontraba de viaje en lugares remotos, inaccesibles y aislados. Una búsqueda en la web de sus imágenes arroja resultados sorprendentes: James Ferguson fue alguna vez Martin Adams, Harry Trump y Robert Jude.

Estela evitó caer en la segunda transferencia. Pero María del Carmen (no es su nombre real), otra mujer de 50 años que buscaba conocer gente vía Tinder, no corrió con la misma “suerte”: aunque no fue James Ferguson, sino Williams Morgan.

Morgan era ingeniero igual que Ferguson. Pero vivía en Houston, Texas. También trabajaba para una petrolera. Y debió irse a trabajar a Nueva Zelanda, desde donde decidió mandarle un iPhone 7S Plus, una laptop Apple, un iPad Air, un anillo de diamantes y algunos dólares perfectamente ocultos en el paquete de la computadora. También obtuvo de la página web de la empresa de logística (esta vez llamada Air Free Logistics) el número de tracking para que siguiera el supuesto envío. Y sí, de nuevo: el paquete varado (ahora, en México). La excusa: Morgan le solicitaba ayuda porque él no tenía el token para transferencias.

María del Carmen abonó la multa y luego el seguro del envío. En el cruce de mails, le explicaba al falso correo que ese dinero era de su “prometido”. Tras hacer esos pagos, los pedidos de dinero siguieron: le decían que, como los supuestos dólares ocultos sumaban más de 80.000, debía crearse una cuenta bancaria para que se los pudieran transferir, ya que era ella la beneficiaria del envío. Ella accedió con la condición de que luego pudiera devolverle el dinero a Morgan.

Por tal motivo le abrieron una cuenta en el “Banco Universal” (una institución falsa, que crearon para la ocasión) para lo cual tuvo que enviar su pasaporte y DNI. Para poder transferirle luego el dinero a Morgan, debía crearse también un código de autorización. Para obtener eso, desde el banco le informaron que debía abonar 4500 dólares. Los pagó. Luego, vendría la autorización por “certificación de procedencia lícita del dinero”: otros 9000 dólares. Con ayuda de su madre y de un crédito en el Banco Itaú por 287.668,60, María del Carmen logró reunir el dinero para destrabar la operación. El crédito, aún vigente, vence el 8 de junio de 2021, con una tasa mensual de 36,5 por ciento. Son, en total, 48 cuotas de 16.001,87.

La empresa de logística, mientras tanto, “esperaba” estos trámites bancarios para poder liberarle el dinero del paquete y le advertía que se le estaban generando costos adicionales de depósito por las demoras en la apertura de la cuenta bancaria. María del Carmen les respondió que no podía hacer más giros porque había superado el límite mensual de Western Union. Le dieron una excepción de quince días; tras dos semanas depositó el dinero: otros 6200 dólares.

Cuando todo parecía solucionado, apareció el abogado de Morgan para decirle que el “ingeniero” había sido detenido por “lavado de dinero” y que necesitaba plata con “urgencia” para poder defenderlo. Las conversaciones con pedido de dinero fueron más extensas que en el caso de Estela: de marzo a julio. Una amiga de María del Carmen, entonces, la alertó. Pero ya había perdido 30.000 dólares.

 

No fueron las únicas

Los engaños, lejos de terminarse, siguieron. A fines de 2017, a Clara la estafaron por 1540 dólares. Fue un tal Eric Brandon. Y usó la misma lógica: primero, un match en sitio de citas. Luego, intercambio de correos electrónicos y mensajes de WhatsApp. Sin haberse visto en persona o siquiera por videochat (por Skype o WhatsApp, por ejemplo), empiezan las primeras declaraciones de amor. Entonces aparece el viaje laboral, y el envío de regalos que la víctima no solicitó. Y los problemas con el envío y la exigencia de pago para liberarlo.

Tanto Estela como María del Carmen y Clara, cuyos nombres son ficticios para proteger a las víctimas, denunciaron las estafas ante la Justicia, aunque no pudieron recuperar el dinero: del otro lado, una fotocopia es suficiente para retirar el dinero, y se usa documentación falsa, o se usa la del remitente.

En otros casos, las víctimas, guiadas por el amor, terminaron viajando a concretar su encuentro esperado, como la alemana Heide Mareike Rachidi, que en 2018 fue hasta Paraguay y quedó varada en el aeropuerto Silvio Pettirossi, después de que el supuesto amor de su vida le pidiera 500.000 euros como adelanto para preparar un casamiento y una futura vivienda en la que convivirían ambos. Por supuesto, nunca apareció.

Y, en Estados Unidos, Renee Holland creyó que conocía a Michael Chris, un marine que aseguraba desmontar bombas en Irak. Se contactaron a través de Facebook. Después de esperarlo una vez en el aeropuerto de Filadelfia y de transferirle al menos 30.000 dólares a escondidas de su marido, finalmente se dio cuenta del engaño. Chris la sedujo en realidad con imágenes de Daniel Anonsen, un verdadero militar, quien tiempo más tarde descubriría, gracias a la policía, que al menos sesenta y cinco perfiles de Facebook e Instagram utilizaban sus fotos. Al denunciarlos, esperó seis meses para que solo eliminaran menos de la mitad. Chris decía necesitar el dinero para remedios para su hija, para visitar a su familia en Estados Unidos, pero le aseguraba también que devolverlo no sería un problema una vez que cobrara el seguro debido a sus “heridas en combate”. Toda esta historia salió a la luz cuando el marido de Renee la asesinó al enterarse de todo el dinero familiar que había gastado. El FBI investigó cómo la red que había engañado a Holland operaba desde Nigeria.

Según The New York Times, la agencia de investigaciones recibió en 2018 unas 18.500 quejas de víctimas de fraudes amorosos por internet y otros similares, con pérdidas declaradas que exceden los 362 millones de dólares, setenta y uno por ciento más que en 2017. También reveló algo novedoso: a partir de 2019, gran cantidad de organizaciones defensoras de las víctimas se reunieron cinco veces con Facebook y con once oficinas del congreso distintas para presionar en favor de una ley que haga responsables de tales delitos a las redes sociales.

 

El 10 de mayo, Estela no aguantó más. “No sé quién está ahí y cuántos son los que forman esta banda de estafadores. Sé muy bien que no sos James Ferguson, pero pronto llegaré al verdadero, porque el abrazo que yo quería era el de ese que está en la foto, y te puedo asegurar que lo encontraré. Por suerte, James Ferguson existe y es un hombre noble, pero estás a mil años luz de llegarle a la suela del zapato. Solo podrás ser una foto de ese hombre a quien le has robado la identidad”, le dijo al estafador. “James” se mostró dolido; prometió recuperar el paquete y viajar a la Argentina. Y le pidió los datos necesarios para pagarle todo el dinero adeudado. “Ya hablé con mi madre y ella se va a encargar de devolverte la plata. Y ya verás: luego de que termine mi trabajo, estaré allí en Buenos Aires. Sos una mujer muy buena”, le dijo. Pero Estela ya no le creyó. Tras más de cincuenta mails y un mes y medio de intercambios, todo se había acabado. Estela nunca pudo escuchar su voz ni conocerlo. Ese día cortaron todo tipo de vínculo. El falso ingeniero estadounidense nunca le devolvió el dinero ni —menos aún— vino a visitarla al país. Tampoco ella pudo darle el regalo con el que lo esperaba en Ezeiza. Y a la vez dejó de buscar posibilidades de desarrollo profesional en Boston. Lo último que le dijo reveló el dolor de esos cuarenta y cinco días de engaño y frustración: “No me escribas más porque vos no sos James Ferguson. Y yo le escribía a él”.

Engaños digitales, víctimas reales
Historias de estafas por internet y hackeos en la Argentina. Cómo operan los criminales, cómo funcionan las estafas y cómo estar prevenidos para evitarlas.
Publicada por: Ediciones B
Fecha de publicación: 09/01/2020
Edición: 1a
ISBN: 9789877801569
Disponible en: Libro de bolsillo
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