sábado 27 de abril de 2024
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M & M

La final fue la que se esperaba, pero con el resultado menos previsto. Sólo dos en una veintena de encuestas daban a Sergio Massa como ganador de la primera vuelta electoral en Argentina y lo hacían por una diferencia mínima. El resto ubicaba a Javier Milei ganando cómodo. Incluso desde el espacio de La Libertad Avanza pronosticaban un posible triunfo sin necesidad de balotaje. Para eso tenía que llegar a cuarenta puntos con diferencia de diez y no superó los treinta. Casi todos afirmaban que Patricia Bullrich estaba en un tercer lugar y, por lo menos en eso, no se equivocaron. La diferencia a favor del candidato oficialista (6,5 por ciento) le da una oportunidad de pelear por la Presidencia de la Nación aun con el rol de Ministro de Economía en un país con 140 por ciento de inflación y con cuatro de cada diez personas en la pobreza. Una suerte de milagro laico. Para lograrlo contó con la división de la oposición y con la inestimable ayuda de Javier Milei. El ideario disparatado y agresivo del libertario le puso un techo electoral en esta instancia. Muchos ciudadanos votaron por cuestiones ajenas a la difícil situación económica que viven. El domingo pasado comenzó otro tipo de contienda donde quienes quedaron fuera del ring tendrán un rol fundamental.

Milei tiene como principal fortaleza las dos terceras partes del electorado que votó por alguna forma de cambio. Desde la noche de la elección apuesta a seducir al sector más antikirchnerista de Juntos por el Cambio. Antes reivindicó los números obtenidos en dos años de existencia (tendrá 40 diputados y 8 senadores), una hazaña amparada por un grupo empresario, algunos medios de comunicación y la bronca de millones de argentinos con la dirigencia tradicional. Su principal debilidad es él mismo y sus propuestas. Sólo en la última semana, desde su fuerza se propició renunciar a la paternidad, romper relaciones con el Vaticano (algo insólito ya que pelearse con el Papa Francisco es como cuestionar a Messi en un país de mayoría católica como Argentina) y se ratificó la idea de cortar derechos adquiridos.

En un intenso raid mediático post elecciones, Milei elogió a Mauricio Macri y le ofreció el Ministerio de Seguridad a Patricia Bullrich, a quien días atrás calificó de montonera y acusó, falsamente, de haber colocado bombas en jardines de infantes en los años setenta. Pero no se privó de cuestionar, otra vez, a Horacio Rodríguez Larreta y calificó a «los radicales» de traidores. Dos sectores que conforman el espacio al que necesita seducir. No le preocupa, su apuesta es recrear la pelea en términos de «kirchnersimo vs. antikirchnerismo».

Los crujidos en Juntos por el Cambio comenzaron a escucharse en todo el país al ritmo de los movimientos de Milei. Gerardo Morales, el presidente de la UCR, se ofendió por el apoyo explícito de Bullrich a Milei en la noche de la derrota. Si bien no lo nombró, se manifestó abiertamente contra Massa. «No era lo que habíamos acordado», se molestó el gobernador de Jujuy, que se bajó del escenario. El partido de Elisa Carrió, quien apareció en la noche más triste de la coalición para abrazar a Patricia, se manifestó claramente por la prescindencia: «ni con Massa ni con Milei». La fundadora de la Coalición Cívica sabe que los apoyos explícitos pueden terminar con la ruptura.

En la UCR hay opiniones diferentes, conviven el antikirchnerismo con aquellos que se resisten apoyar a alguien que aseguró que durante la última dictadura «hubo excesos» y no crímenes atroces, y calificó a Raúl Alfonsín como «el peor presidente de la historia». Difìcil equilibrio, tampoco quieren enemistarse con los votantes antiperonistas de sus provincias. Massa apuesta a profundizar esa contradicción planteando que la elección será «fascismo vs. democracia». Mauricio Macri es quien puede encender la mecha que detone una ruptura en el espacio si, finalmente, verbaliza lo que piensa sobre Milei.

En tanto Massa, ratificó que es massista de la primera hora. Por eso, la cuidada escenificación de su discurso del triunfo: solo y con la bandera argentina detrás. Sin Cristina Kirchner (a la que no mencionó) y, obvio, sin Alberto Fernández. A esa estrategia de despegue, con giro hacia el centro incluido, hay que sumar similares cuotas de ambición y convicción. Esos sentimientos que lo llevaron a asumir el Ministerio de Economía primero y la candidatura a Presidente después. Recursos que le sirvieron para convencer a gobernadores e intendentes del PJ para que jugaran a fondo, algo que no hicieron en las PASO. Massa explotó al máximo una campaña que agitó el miedo a los recortes anunciado por Milei. Para eso no escatimó golpes bajos como los carteles con las tarifas que los usuarios deberían pagar sin subsidios en al transporte.

Su mayor desafío será presentarse como una opción viable, siendo parte de un gobierno que agravó la penurias económicas de los últimos años.

Un dato significativo es que los escándalos de corrupción no afectaron la buena elección del PJ, que ganó en Lomas de Zamora a pesar del impúdico espectáculo que brindó Martín Insaurralde en un yate y junto a una modelo, con los gastos pagados con dinero de origen ilegal. El caso es una mancha indeleble, pero sin consecuencias electorales. Ojalá no pase lo mismo en tribunales.

El sistema político argentino quedó en medio de un terremoto: la irrupción de una fuerza de extrema derecha con representación territorial y muchos legisladores; el recambio generacional en el peronismo en base a dos nombres, Massa y Kicillof; la posibilidad de división de la que fuera la principal fuerza de oposición, y la fragmentación política que no otorgó supremacías y obligará a negociar en el Congreso.

El final de la pelea entre M & M está abierto. Se viene un balotaje en medio de un crisis económica, política y moral de proporciones. Cualquiera sea el resultado, ya nada será como lo conocimos.