viernes 29 de marzo de 2024
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La extinción de los diarios, ¿mito o realidad?

¿Cuánto tiempo de vida les queda a los diarios de papel?, ¿serán totalmente remplazados por sus equivalentes digitales o podrán seguir conviviendo?.

Diego Gualda, periodista, escritor, y editor de la revista Noticias, reflexiona con respecto al desafío pendiente que tiene el periodismo tradicional poniendo el ejemplo de los diarios sensacionalistas como los únicos que todavía funcionan en papel debido a que aún logran entretener al lector. Este fascinante mundo de las redacciones es adaptado a la ficción en su nuevo libro, «Putas, fantasmas y gatitos», que tiene a un medio amarillista como escenario principal. Con un estilo cargado de humor, sarcasmo y melodrama, Gualda contará la historia de un periodista que lucha para que no se cierre el diario en el que trabaja mientras enfrenta las presiones publicitarias, las amenazas y la competencia desleal.

A continuación, la mirada del autor sobre la situación actual de los medios gráficos:

(Por Diego Gualda) Hace mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana, alguien dijo –un cráneo de Google, si la memoria no traiciona a este humilde cagatintas– que a los diarios de papel no los va a matar internet, los va a matar el aburrimiento. Una máxima con tamaño tono de verdad revelada, de mensaje mesiánico llegado desde los confines de la sabiduría incipiente de la era digital, ha sonado tan cierta que ha sido repetida hasta volverla verdad.

Y nadie dice que no lo sea. Pero sí hay que admitir que el análisis es simplista.

A los diarios no solo los va a matar el aburrimiento, sino la falta de opciones para reinventarse. Esta merma de posibilidades, de planes «b», de caminos alternativos, se debe muchas veces a que la mayor parte de los comunicadores –y de los empresarios de medios– camina a ciegas en territorio desconocido, tanteando, a ver quién descubre sobre la marcha cuál es la próxima gallina de los huevos de oro.

Hubo un tiempo que casi suena prehistórico, donde los diarios daban noticias. Donde contaban cosas que nadie había dicho antes. En orden cronológico de aparición, la radio, la televisión, los portales de noticias y las redes sociales se fueron quedando, paso a paso, centímetro a centímetro, con un monopolio de la noticia anclado en la capacidad técnica de inmediatez. Hoy, hasta el noticiero de la noche tiene olor a viejo, apesta a la repetición de lo que ya se escuchó en la radio, ya se vio en los canales de noticias veinticuatro horas del cable, ya se leyó en Twitter.

Las revistas supieron adaptarse al cambio quizás un poco mejor que el diario, apostando al análisis en profundidad, al buen diseño gráfico, a la fotografía de alta calidad y a convertirse en un objeto preciado, en algo que el consumidor quiera poseer y coleccionar. La apuesta fue, en muchos casos, no solo por el contenido, sino por la belleza.

El diario, en cambio, aún cuando desde lo periodístico haya intentado cada vez más «arrevistarse», sigue siendo impresos en un papel barato y que deja los suaves dedos de lector manchados de tinta. Además, nadie colecciona diarios, nadie los guarda en su biblioteca. Al final del día, acaban –como siempre– convertidos en envoltorio de huevos, en sombrerito de pintor, en secador de pis de gato.

Los diarios grandes ya no se sostienen ni por circulación ni por pauta, sino porque sus empresas manejan otros negocios que sí son redituables. Muchos de los diarios «pequeños» (de alguna manera hay que llamarlos) suelen mantenerse vivos por ser subsidiarias de los grandes o a fuerza de pauta oficial (lo cual es más o menos lo mismo). Por supuesto, están condenados a revitalizarse o agonizar hasta morir, según el vaivén político y económico de turno.

Los que no la pasan tan mal, al menos de momento, son los diarios «de segmento», los que –ejerciendo un tipo de periodismo que definitivamente se hermana con el de la revista– apuntan a un tema y un público específico. Los deportivos, por ejemplo. O un diario sobre temas de salud que, entre su público, vende muy bien. Pero al fin y al cabo, no dejan de ser revistas en papel barato.

Los que siguen en pie son los diarios populares.

La prensa amarilla aún respira. De a ratos se asfixia, pero aún vive. Aferrada a un segmento que necesita gastar poco y que, muchas veces, no va a trabajar en el tren con una tablet 4G para consumir contenidos fuera de casa, encuentra un lector que se entretiene con escándalos de farándula y casos policiales; los primeros muchos más sórdidos que los segundos.

El gran riesgo que corren, en todo caso, es que nunca pasaron por el proceso de «arrevistamiento» de sus «hermanos mayores». En la medida en que la tecnología móvil sea cada vez más económica y accesible, sus lectores irán migrando –ya lo están haciendo– del papel a la pantallita.

El día en que el último lector del segmento popular tenga un smartphone (no falta tanto), los diarios deberán pensar seriamente en dedicarse a otra cosas.

Los mortales, ya veremos cómo diablos envolvemos los huevos con un iPad.

 

Tapas-Walda-FINAL2-(1)

Putas, fantasmas y gatitos
Publicada por: Letras del Sur
Edición: primera
ISBN: 9789874524997

 

 

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