viernes 19 de abril de 2024
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«Qué es la memoria», de Quiroga Rodrigo Quian

¿Los animales y los androides tienen recuerdos como los seres humanos? ¿Sus memorias les permiten ser conscientes de su propia existencia? ¿Cómo hacen las neuronas para guardar y evocar información? En el momento de la muerte, de la extinción de nuestro cerebro, ¿se perderán nuestras memorias como lágrimas en la lluvia? Estas son algunas de las preguntas que Rodrigo Quian Quiroga, investigador internacionalmente reconocido por sus estudios en el campo de la memoria, plantea e intenta responder en este libro.

«La ciencia se dispara a través de preguntas y las preguntas son justamente el alimento del científico; lo que nos atrapa casi obsesivamente hasta quitarnos el sueño -escribe Quian Quiroga-. Si pudiera elegir un mensaje de este libro, uno solo, sería intentar transmitir»¿ «la fascinación de tratar de entender cómo nuestro cerebro logra cosas tan increíbles como recordar detalles de una escena de Blade runner, los compases de una partitura de Beethoven o distintos momentos de nuestra infancia.» Se trata de una invitación difícil de rechazar.

A continuación, un fragmento, a modo de adelanto:

Capítulo 7

¿Es lo mismo recordar la capital de Francia que cómo atarnos los zapatos?

En donde presentamos las distintas clasificaciones de la memoria, el modelo de múltiple almacenamiento de memorias, el caso de H. M. y la diferencia entre memoria declarativa y de procedimientos

Recuerdo cómo andar en bicicleta, manejar un auto, calcular integrales; recuerdo los compases de la quinta sinfonía de Beethoven, mi último cumpleaños, el nombre de mi madre y lo que quiero decir en la introducción de este capítulo.

Pero ¿son lo mismo todas estas memorias? ¿Involucran los mismos procesos y áreas del cerebro? Como veremos en breve, la respuesta es no.

Las distintas clasificaciones de la memoria pueden encontrarse en libros de texto:1 tenemos memorias semánticas, episódicas, visuales, auditivas, de corto y largo plazo, emocionales, de trabajo, etc. Una descripción exhaustiva de estos tipos de memoria va más allá del objetivo de este libro aunque quisiera, al menos, dar una idea general de las distinciones más importantes. Ya en el capítulo 4 describimos cómo Ebbinghaus distinguió dos tipos de memoria: de corto y de largo plazo. La memoria de corto plazo dura segundos y es la que nos lleva a tener conciencia del flujo de acontecimientos del presente y que, en general, no pasa a formar parte de las experiencias de nuestro pasado. La memoria de largo plazo dura minutos, horas o años y es la que almacena nuestras experiencias; es aquella que nos permite traer al presente un hecho del pasado sabiendo que es algo que hemos vivido anteriormente. Vimos también que

Ebbinghaus mostró que la repetición consolida los recuerdos, convirtiendo las memorias de corto plazo en memorias de largo plazo. La mayoría de las memorias de corto plazo se perderán en el olvido, pero la pérdida más dramática se da todavía antes…

En 1960, el psicólogo estadounidense George Sperling publicó los resultados de una serie de experimentos muy sencillos e ingeniosos.2 En una primera evaluación, Sperling pidió a distintos participantes que recordaran la mayor cantidad posible de letras en una tabla (por ejemplo, con doce letras distribuidas en tres filas por cuatro columnas) que era mostrada muy brevemente (durante 50 milisegundos). Los sujetos recordaron entre tres y cuatro letras. Mas luego, en una segunda prueba, les pidió a los participantes que repitieran las letras de solo una de las filas, la cual era indicada a través de un tono grave, medio o agudo, presentado inmediatamente después de la desaparición de la tabla. En principio, uno esperaría que los sujetos recordaran una, a lo sumo dos letras (la tercera parte de lo que recordaron antes) pero, sorprendentemente, volvieron a recordar tres o cuatro. A partir de este resultado, Sperling dedujo que, dado que mientras miraban la tabla no sabían por cuál fila iban a ser interrogados, los sujetos guardaban inicialmente una representación de toda la tabla. Esto lo llevó a conjeturar la existencia de una memoria sensorial, que precede a la memoria de corto plazo y que permite retener información por breves intervalos de tiempo. Al tratar de repetir la tabla entera, esta memoria sensorial, esta imagen de la tabla en el cerebro, se borraba en el tiempo que lleva repetir tres o cuatro letras; sin embargo, en este mismo tiempo los sujetos podían repetir las letras de una fila en particular.

Sperling también presentó los tonos (que indicaban la fila a ser repetida) a distintos intervalos de tiempo, mostrando que la capacidad de los sujetos de repetir las letras de una fila bajaba notablemente cuanto más tarde se presentaba el tono, es decir, demostrando que la memoria sensorial dura solo fracciones de segundo.

Figura 7.1
Ejemplo de una tabla usada por Sperling para estudiar la memoria sensorial

1

En el capítulo 2 argumentamos que solo vemos en detalle apenas una mínima fracción de lo que está frente a nosotros y que el ojo está constantemente efectuando movimientos llamados sacadas para tomar “muestras” de aquello que es más saliente en nuestro campo visual. La memoria sensorial es justamente la que nos permite retener estas muestras para fusionarlas en el cerebro y formar una imagen coherente.

A partir de los experimentos de Sperling, también podemos deducir que la memoria sensorial se convierte en memoria de corto plazo mediante mecanismos de atención, ya que una vez que los sujetos escuchaban el sonido que señalaba una fila en particular, podían enfocar su atención en esa fila y descartar el resto.

La memoria sensorial nos da entonces un brevísimo buffer como para poder extraer un sentido de lo que vemos o escuchamos, aquello a lo que prestamos atención y que pasará a formar nuestra memoria de corto plazo; el flujo de pensamiento en nuestro presente. A su vez, aquello que repetimos y consolidamos quedará grabado en la memoria de largo plazo y pasará a constituir la conciencia de nuestro pasado. Esta es la base de lo que se conoce como modelo de Atkinson y Shiffrin, ilustrado en la figura a continuación.

 

¿Es lo mismo recordar la capital de Francia que cómo atarnos los zapatos?

Figura 7.2
Modelo de múltiple almacenamiento de memorias de Atkinson y Shiffrin

2

Ya entonces tenemos una primera clasificación general de la memoria, establecida a partir de su duración –sensorial, de corto plazo y de largo plazo–, a la cual se han ido agregando diversas sutilezas, como la definición de memoria de trabajo, aquella que usamos para retener temporalmente información, por ejemplo, al hacer un cálculo

(si multiplico mentalmente 17 x 3, puedo primero calcular que 7 x 3 = 21, retener este resultado temporalmente para luego sumarlo a 10 x 3 = 30 y obtener el total 30 + 21 = 51). Más allá de estos detalles, la distinción más importante entre diferentes tipos memoria proviene del estudio de un caso único…

Henry Molaison comenzó a sufrir crisis epilépticas a los 10 años a partir de un fuerte golpe en la cabeza. Estas crisis empeoraron notablemente en su adolescencia y, como un último recurso para tratar de controlarlas, en septiembre de 1953 el neurocirujano William Scoville procedió a remover quirúrgicamente el hipocampo (una estructura con forma de caballito de mar que suele estar comprometida en el origen de las crisis epilépticas) y áreas adyacentes de ambos hemisferios cerebrales. Esta cirugía, que efectivamente logró controlar las crisis epilépticas, cambiaría radicalmente nuestro conocimiento sobre la memoria y, lamentablemente, transformaría a Henry Molaison en el paciente más famoso de la historia de la ciencia, conocido por sus iniciales como H. M.

3Foto de H. M. poco antes de la cirugía (figura 7.3a)

4 Imagen del hipocampo (figura 7.3b), un área localizada un par de centímetros dentro del cerebro a la altura de la oreja.

Tras la cirugía, H. M. mostró una recuperación aparentemente normal, pero al poco tiempo un terrible déficit se hizo evidente: no podía reconocer al personal del hospital o recordar los eventos diarios; H. M. no era capaz de formar nuevos recuerdos.

 

¿Es lo mismo recordar la capital de Francia que cómo atarnos los zapatos?

En una evaluación realizada más de un año y medio después de la cirugía, H. M. estimó que la fecha del día era marzo de 1953 y que tenía 27 años, cuando ya había cumplido 29. No conocía el significado de nuevas palabras ni reconocía a aquellas personas que había conocido después de la cirugía. Apenas tenía conciencia de haber sido operado. Por otro lado, su percepción visual y su capacidad de razonamiento (siempre y cuando no dependiera de la memoria) eran normales. Podía mantener una conversación sin problemas, lo cual demuestra que su memoria de corto plazo funcionaba normalmente, ya que esta es imprescindible para formar oraciones, hilar un discurso coherente o entender lo dicho por un eventual interlocutor.

De hecho, podía repetir secuencias de seis o siete números y recordar algo por varios segundos, pero la única manera de prolongar estos recuerdos era a través de una constante repetición, siempre y cuando no fuera distraído.

El caso de H. M. da evidencia incuestionable de la importancia del hipocampo en la formación de memorias de largo plazo. Pero esto no es todo lo que H. M. aportaría a nuestro conocimiento de la memoria. Tras llevar varios años estudiando a H. M., la psicóloga canadiense Brenda Milner (quien ante cada experimento debía presentarse como si fuera una desconocida) le pidió que dibujara una línea a lo largo de un contorno delimitado por dos estrellas concéntricas pero, y aquí la dificultad, guiado solo a través de la reflexión del dibujo en un espejo. Dado su déficit de memoria, lo sorprendente fue no solo que H. M. pudiera aprender a realizar esta tarea, sino que mejorara día a día su rendimiento. De hecho, se sorprendía de la facilidad con la que hacía el experimento, ya que no recordaba las distintas sesiones de aprendizaje.

El resultado de Milner demostró la existencia de una memoria de tareas motoras, lo que en nuestros días es parte de lo que se conoce como memoria de procedimientos o  implícita –la memoria que usamos para andar en bicicleta, atarnos los cordones o manejar un auto–, que no depende del hipocampo (ya que este fue extraído quirúrgicamente en el caso de H. M.), en contraste con la memoria de cosas que se pueden nombrar, llamada memoria declarativa o explícita, que sí depende del hipocampo y que había sido muy afectada en H. M.

Figura 7.4
Taxonomía de la memoria

5

Las memorias de largo plazo se dividen en declarativas y no declarativas. Solo las primeras, que a su vez se dividen en episódicas y semánticas, dependen del hipocampo.

 

A la clasificación de memorias según su duración se agrega, entonces, la distinción según su tipo. La memoria declarativa a su vez se divide en memoria semántica (de personas, conceptos y lugares; la que me permite saber el nombre de la capital de Francia) y memoria episódica (de eventos, experiencias; la que me permite recordar qué hice en mi último viaje a París).

Ambas se encuentran muy relacionadas, ya que, por un lado, la memoria semántica tiende a formarse a partir de repetidas memorias episódicas (vi a un colega de la universidad en el pub, en distintos seminarios, pasando por el pasillo y finalmente, aunque haya olvidado la mayoría de los episodios en que me lo encontré, formé el concepto de mi colega) y, por otro lado, las memorias episódicas tienden a formarse a partir de combinar conceptos, es decir, a partir de memorias semánticas (por ejemplo, al recordar el episodio de haber visto a mi colega en el pub, genero una asociación entre estos dos conceptos).

La memoria no declarativa está compuesta por las memorias de tareas motoras (distintas destrezas, como recordar los movimientos para andar en bicicleta o hacer un saque de tenis) y, entre otras tantas, por lo que se conoce como memoria emocional, aquella que involucra un área aledaña al hipocampo llamada amígdala, que inconscientemente determina, mediante experiencias pasadas, que nos guste o disguste un tipo de comida, un color o un lugar en particular. La carga emotiva de un acontecimiento específico (ya sea positiva o negativa) está, de hecho, muy ligada a la probabilidad de recordarlo. Cuando esta carga es muy fuerte, la memoria queda grabada a fuego y es lo que se llama flashbulb memory: la memoria de Neil Armstrong pisando la Luna, el atentado a las Torres Gemelas o el gol de Maradona contra

Inglaterra. Curiosamente, recordamos con lujo de detalles estos hechos pero no tenemos ni idea de lo que pasó en los días anteriores o posteriores a ellos.

Finalmente, podemos también clasificar la memoria según el tipo de información sensorial que involucre. Tenemos memorias visuales, como la de los rasgos de una cara conocida (localizadas en la corteza cerebral dedicada al procesamiento de estímulos visuales), memorias auditivas, como la del timbre de una trompeta (localizadas en la corteza auditiva), etc. La información provista por los distintos sentidos puede también combinarse en memorias multisensoriales (por ejemplo, la memoria del movimiento de labios y el sonido producidos al decir la palabra “mamá”) y converge en el hipocampo, en donde existe una representación mucho más avanzada de memorias –memorias de conceptos–, como veremos en el próximo capítulo.

 

Qué es la Memoria
En este libro el autor pasa revista a los últimos hallazgos realizados sobre el funcionamiento de esta capacidad que nos define y a los interrogantes que resta responder, y analiza los descubrimientos más notables en un viaje que, a través del arte y la filosofía, se remonta hasta la antigua Grecia y vuelve a los laboratorios de la actualidad.
Publicada por: Paidos
Fecha de publicación: 08/12/2015
Edición: 1a
ISBN: 9789501203202
Disponible en: Libro de bolsillo
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