Cazadores de poder es un libro fundamental para interpretar la etapa final de la destrucción de la vida de los pueblos originarios en la Argentina, después de la denominada «Campaña al desierto». Hacía falta una investigación así para dejar en claro el proceder racista y egoísta de ciertos «héroes de la Nación «que pusieran las bases de los que fue desde entonces nuestro país, a pesar del Mayo argentino y de la Asamblea de 1813. Se explica la reducción de la esclavitud de los menores originarios y la exhibición de los caciques com si pertenecieran a un zoológico. Los documentos que se reproducen en este libro son sobrecogedores, principalmente los que se expresan sobre la «entrega de indios». Se entregaron hasta niños de ese origen para el sexo.
Se describe, además, todo el circo que se llevo a cabo para exhibir al cacique Orkeke y que acabó con «honores de fósil». Son todos documentos que acusan por sí mismos y desenmascaran un periodo inmoral de la historia de los argentinos.El lector se irá indignando cada vez más cuando avance con la lectura. Y pensar que todos los autores de esta tremenda injusticia tienen hoy nombres de ciudades y calles, y algunos de ellos hasta monumentos. El caso Namuncurá, la captura de Pincén y los fusilamientos ordenados por Rudecindo Roca son también episodios inexplicables. El estudio de la conquista es fundamental y aquí el autor lo trata en todos sus detalles.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
Indios de la farándula: un cacique en patines
No hay cómo hacerle entender que debe ponerse frac
y guantes blancos como es de rigor.
El Nacional 10/08/1883
Retomemos nuestra crónica. Mientras los periódicos se sacan chispas sobre la condición ética de indios nacidos de un lado u otro de la cordillera, Orkeke y su gente no terminan de comprender lo que ocurre. En el sur, al ser capturados, los soldados les arrebataron absolutamente todas sus pertenencias, y ahora, en ese cuartel se ocupan de vestirlos: “Los indios estaban muy mal de ropa y se les distribuyeron gruesos ponchos, botas y demás artículos del toilette del soldado. Tal tratamiento y la dulce perspectiva del pronto regreso a sus hogares, causan una envidiable felicidad en el alma de esos infelices” (La Prensa 03/08/1883). Quizás por eso Nicolás Larraín asegura que Orkeke “actualmente goza en esta ciudad de los encantos de la vida civilizada” (1883: 6). Su nuevo “alojamiento” es el cuartel del 1º de Artillería emplazado en la meseta que hoy ocupa la Plaza San Martín. Allí, en una de las cuadras han dispuesto un tabique para separar decorosamente el dormitorio de hombres y mujeres, y si bien tienen las comodidades de que dispone la tropa, no se acostumbran a estar encerrados entre las paredes. Se sienten asfixiados, sobre todo por la noche. Perciben un aire malo. La machi Valeska está inquieta, quizás por eso adoptó un perro flaco que apareció de pronto: “los animales ven más que la gente, ven espíritus, el Gualichú anda rondando”, y ella no quiere descuidar ningún signo. Durante el día, el cuartel es un hervidero de ruidos y tropas que van y vienen de los talleres donde se fabrican proyectiles, sables, lanzas y carretas. Orkeke advierte el poderío de los huincas. Nada se puede hacer. El 3 de agosto los sorprende la noticia de que Ramón Lista viene a buscar al cacique para llevarlo a un largo paseo, que comienza por Palermo. El Dr. Lista, presidente de la Sociedad Geográfica Argentina, no tiene mejor idea que llevarlo al Jardín Zoológico para observar sus reacciones ante la existencia de animales jamás imaginados por el tehuelche. Gran maestro de la sorpresa, una de las últimas jaulas que le muestra es la del gorila;allí le comunica que más tarde tienen una audiencia con el general-presidente Roca. En ese extraño tour es acompañado por un íntimo de Lista, el Dr. Escudero, perteneciente al cuerpo diplomático, y el comandante Hart, quien le acerca 200 patacones de parte del Ministerio de Guerra para repartir entre los indios. El ministro Benjamín Victorica quedaba bien con poco.
Finalmente llega el momento del encuentro con Roca. Es la primera vez que se digna a recibir como presidente a un cacique de cierto renombre, y si bien acepta hacerlo, considera un honor innecesario encontrarse en la Casa de Gobierno con un sujeto de escasa relevancia militar, por eso al atardecer, cuando ya está de regreso en su hogar ubicado en San Martín 555, Ramón Lista conduce hasta allí al tehuelche. Tras una espera de rigor, don Julio lo atiende en su despacho privado. El general, que no tiene necesidad de impresionar a ningún salvaje usando sus atuendos militares, viste un cómodo traje claro. Acaba de cumplir 40 años y tiene al país dentro del puño. Con sus ojos de un celeste acerado, observa a ese indio viejo, alto, vestido de paisano, incómodo, nervioso, que antes de extenderle la mano sudada, seca la palma pasándola sobre la ropa. Orkeke tiene una sonrisa mansa. El Presidente les ofrece sentarse. Lista, que no en vano es un sabio local, le detalla a Roca algunas anécdotas de la visita al zoológico, en particular la sorpresa del indio frente al gorila enjaulado. El general esboza una sonrisa leve. Gracias a estos pobres diablos desarrapados a los que les quitó sus tierras y les barrió los toldos accedió a la primera magistratura. Argentina siempre fue un país generoso.
Desde el comienzo de su administración, Roca se desempeña con una soltura que sorprende a propios y extraños. Se especializa en sobrevolar hechos y personas. Nadie sabe realmente qué piensa y lo que va a hacer hasta que lo realiza. Atrás quedaron los resquemores sobre cómo se desenvolvería el joven militar provinciano. En un principio, tanto los personajes más encumbrados de la elite económica e incluso gente cercana no lo creían capacitado. La ciudad mitrista lo miraba con absoluto desprecio. Es conocida aquella carta que Rafael Ruiz, su excompañero de estudios y camarada de armas, le envía antes de que asuma la presidencia: “No tienes la preparación bastante para desempeñar bien la presidencia de la República Argentina que se inaugurará el 12 de octubre de 1880” (Cutolo 1968: VI, 242). Claro, el general era muy diferente de sus antecesores: en lugar de la inteligencia de Domingo Sarmiento, posee astucia; en vez de la vasta cultura de Bartolomé Mitre, esgrime una nítida concretud cuartelera, y por sobre todo, posee una ambición que nunca tuvo Nicolás Avellaneda. Este último, unos años atrás, cuando conoce a don Julio, queda hondamente impresionado al punto de que comenta lo siguiente: “He conocido a un oficial, Roca, que con su zorrería tucumana dará mucho que hablar a la República (…) Tiene la viveza del político que salva todos los obstáculos y pasa inadvertido por todas las zonas de peligro, recogiendo buenos frutos, tanto del propio esfuerzo como de los desaciertos y torpezas ajenas”. “El zorro expresaba entonces en el vocabulario común algo del odio y del miedo del corral” (Cutolo 1968: VI, 242). El general presidente Julio Argentino Roca, “el Zorro”, habla poco. Nadie sabe claramente lo que dice y menos lo que piensa. El diputado Leandro Alem logró calar la personalidad de Roca al expresar: “El general no se comprometía con palabras definitivas, insinuaba, sonreía, alentaba… y callaba” (Rosa 1981: VIII, 212). Es su forma de administrar el poder. Sólo él lo tiene. Tras las entrevistas, sus interlocutores pocas veces sacan en limpio a qué resultados se llega. Eso mismo sucede con el tehuelche. El Presidente, sin asegurar nada en forma categórica, desliza: “Todo se va a solucionar”. Orkeke se ilusiona y Roca ordena a uno de sus edecanes que le entreguen quinientos pesos y una caja de cigarros. Lista, que se siente satisfecho como un boy scout tras la buena acción del día, conduce de regreso al cacique ilusionado con la promesa, los pesos y los cigarros. La frase del general: “Todo se va a solucionar” que el sabio local le repite durante el trayecto de regreso al cuartel de artillería lo hace suspirar de emoción. Antes de arribar a la guarnición “Lista lo llevó a tiendas y mercerías donde le compró alguna ropa y varios artículos vistosos y relucientes” (Cutolo 1968: V, 184).
Los indios tehuelches. El cacique Orkeke visitó ayer el Parque Tres de Febrero quedando sumamente satisfecho de todo lo que vio. Visitó también al Presidente de la República que lo agasajó regalándole cigarros habanos y $500, reiterándole todo lo que se les ha prometido, esto es, la devolución de sus pertenencias, caballos, etc. El martes próximo, a pedido de la Sociedad Geográfica Argentina, la empresa del teatro De la Alegría dará una notable función cuyo producto se partirá entre los mismos indios que asistirán todos en cooperación. Se dará Mefistófeles que despertará gran novedad entre los indios (La Patria Argentina 04/08/1883).
De pronto ocurren eventos inesperados como es anunciar el sábado 4 de agosto que el martes siguiente el cacique secuestrado asistirá a un teatro. Es el principio de la vorágine. Al tehuelche, que viajó secuestrado con todo su grupo y que desembarcó del Villarino hace apenas cuatro días, que ignora por completo la vorágine de la gran ciudad porteña, “se le ocurre” visitar la redacción del diario que es vocero de Sarmiento haciendo lo que hoy llamaríamos lobby en su favor:
Visita de Orkeke. A la 1 del día se presentó en nuestra Redacción el cacique Orkeke acompañado de dos indios más, sus congéneres. La inesperada visita agolpó a las puertas de esta imprenta un buen número de curiosos. El célebre cacique posee un pequeño repertorio de palabras de la lengua española que pronuncia incorrectamente, pero que permite tener con él un poco de conversación. Con cierta satisfacción nos dijo “Amigo mío mucho Meistre [Burmeister], Moreno, Dávila, Lista, Moyano”. Y continuó mencionándonos 15 o 20 nombres de jefes y oficiales conocidos. Nos protestó que él no hacía mal; que era un buen amigo de los cristianos, etc. La visita terminó con apretones de mano y protestas [promesas] de recíproca amistad (El Nacional 04/08/1883).
Seguramente la ocurrencia a la que arrastran al cacique, como cuando lo llevan a tantas otras mercerías, tiendas, zoológicos, teatros y pistas de patinaje como luego veremos, habrá sido motorizada por nuestro sabio local Ramón Lista, amigo de la casa. El diario del Padre del Aula no puede con su genio y critica la incorrecta pronunciación del indio, afirma además que posee un pequeño repertorio de palabras que apenas lo habilita para una breve conversación. Sin embargo, La Nación, apenas tres días antes, cuando Lista visita a Orkeke en la cubierta del Villarino, señala que “entablándose entre ambos una larga conversación en español” (La Nación 01/08/1883). Por su parte, George Musters en su libro cuenta numerosas conversaciones mantenidas con el tehuelche durante aquel viaje que compartieron en el interior de la Patagonia.
Así como Zeballos se encuentra abocado al problema de la nacionalización de extranjeros y procedencia de los indios, El Nacional, encolumnado tras la batuta de Sarmiento, que en ese entonces detenta el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de Educación, está detrás de la aprobación de la ley de enseñanza gratuita, laica y obligatoria, y por eso no resulta extraño que las notas que ese diario les destina a los tehuelches mencionen las ventajas de la pedagogía frente a la violencia para civilizarlos. Ya desde el encabezamiento del artículo “El salvaje convertido” permite suponer que es fruto de la aguda pluma de Sarmiento, que, dicho sea de paso, termina lanzando algunos palos a los “delitos de lesa humanidad” que comete el exitoso Roca. No olvidemos que este repentino defensor de los derechos humanos es el mismo que proponía no economizar sangre de gauchos, el único elemento que a su leal saber y entender tenían de humanos. No es que Sarmiento y su diario se hayan olvidado de todo lo que él preconizaba contra los salvajes en distintos momentos de su vida: “las razas americanas viven en la ociosidad, y se muestran incapaces aun por medio de la compulsión para dedicarse a un trabajo duro y seguido” (1845: 29); “visto un indio de cualquier región, puede decirse que se han visto todos” (1882: 37), o incluso en ese mismo periódico, cinco años antes, durante el momento álgido del genocidio, cuando con toda frescura lanza la posibilidad de quitarles mediante una ley la patria potestad a los progenitores indígenas: “Las madres salvajes no tienen autoridad alguna sobre sus hijos, que desde los ocho años pertenecen más bien a la tribu que a la madre, ni al padre, que poco caso hace de ellos. (…) Hay caridad en alejarlos cuanto antes de esa infección”(El Nacional 30/11/1878). Sucede que a esa altura, 1883, los indios habían dejado de ser un problema nacional, y puede, ahora sí, lanzar sus experimentos educativos con ellos. Del mismo modo que la Iglesia aseguraba que la evangelización conjura el salvajismo, en este caso, los métodos pedagógicos obtienen ese mismo resultado.
El salvaje convertido. Orkeke el cacique de los tehuelches está satisfecho y envanecido con motivo de la recepción que le han hecho nuestras autoridades (…) cómo un tratamiento humanitario y cristiano transforma al salvaje a quien suponemos feroz e implacable en un ser sumiso y agradecido. Orkeke es un ejemplo de ello. Al llegar, su aspecto huraño, su sombría reconcentración demostraba el furor y el odio de que se sentía dominado contra los conquistadores de su hogar. (…) Quince días más y ese indio que creemos destituido de todo sentimiento de humanidad, bajo la influencia de un tratamiento culto y afable se reconciliará con la gente blanca (…) ha probado nuestros postres, no le gustará ya la carne de potro revolcada en el fogón que ha sido su alimento repugnante. Es así como debemos consumar la Conquista del Desierto. La conquista a sangre y fuego es un crimen de lesa humanidad (El Nacional 05/08/1883).
Probablemente durante la visita al Parque Tres de Febrero y quizás observando la actitud de asombro de Orkeke ante ciertos animales del zoológico, surge una nueva ocurrencia en el cerebrillo del Dr. Lista, quien, con sus 27 años, es un joven tan avasallante como imaginativo. Decide llevar a los indios a presenciar una función de teatro. Es más, el show se hará en “honor de la tribu”. Los medios se regocijan con la idea y la publicitan de inmediato: “Cualquiera que fuese la función y el mérito de los artistas, el espectáculo del gigante tehuelche azorado y sobrecogido superará a todo” (La Prensa 03/08/1883). Cuando investigué sobre el Malón de la Paz de 1946 experimenté una sorpresa similar. De pronto descubrí a los integrantes de una protesta indígena por tierras usurpadas en la sección de “Deportes”. Me refiero al penoso partido de fútbol que les obligaron a jugar a los kollas ante 40.000 espectadores a los efectos de devaluar su reclamo (Valko 2012d: 132). Con el caso Orkeke advertí un modus operandi similar. En medio de la tremenda crueldad que se aplicaba sobre las remesas de indígenas que eran repartidas por las damas de la Sociedad de Beneficencia de la Capital Federal que en 1883 presidía doña Isabel Halle de Pearson, no deja de ser sorprendente leer crónicas sobre indios prisioneros que son llevados de visita al zoológico, luego al domicilio presidencial para recibir cigarros, y culminar la jornada con una función de teatro. Argentina siempre fue un espacio más allá de toda imaginación.
Ante tal atractiva perspectiva de farandulizar a los indios, el periodismo deja de lado tediosas disputas filosóficas sobre cómo tratar al “indio argentino”, para deleitarse imaginando cómo serían los avatares de la función en honor de los gigantes patagónicos. Para dar una idea de la expectativa generada, el día en que se ponen en venta las entradas, se agotan en un par de horas. En vano algunos ofrecen dinero extra al empleado de boletería. No queda nada. ¡Orkeke es un éxito de taquilla!
Los tehuelches en La Alegría. Veníase anunciando desde días atrás la función que a beneficio de los indios tehuelches había organizado una comisión en el teatro de La Alegría y se sabía que los beneficiados en persona formarían parte de la concurrencia. La curiosidad por ver a los tehuelches era grande, así, ayer después de las 6 de la tarde no había una sola localidad sin colocar y a las 9 de la noche se suspendió la venta de entradas (…) De la fiesta han quedado sumamente satisfechos y así lo expresaron con su cánticos en la escena, genuinos cánticos tehuelches (La Nación 08/08/1883).
El mundillo porteño no quiere perder detalle de la excelente ocurrencia de Lista, que no en vano preside una sociedad de sabios locales. Esa mañana, preparando el ambiente, aparecen notas como las siguientes: “Extraordinaria función a solicitud de la Sociedad Geográfica Argentina y en beneficio de los indios tehuelches de la Patagonia Austral, los cuales asistirán a la función acompañados del cacique Orkeke” (La Patria Argentina 07/08/1883).
Mefistófeles. Esta noche se canta en el teatro de La Alegría la graciosísima zarzuela “Mefistófeles”. La función es a beneficio de los indios tehuelches, los cuales asistirán a la misma con su jefe, el cacique Orkeke, lo cual no dejará de añadir un nuevo y poderoso atractivo al espectáculo. No necesita pues de más recomendaciones una función como la indicada con un público ávido de novedades como el nuestro (La Libertad 07/08/1883).
Orkeke en “Mefistófeles”. Esta noche el cacique Orkeke y los tehuelches que le acompañan, personajes que ya hemos presentado a los lectores de El Nacional, asistirán a la representación de “Mefistófeles” en [el teatro de] La Alegría. ¿Qué pensará Orkeke de ese capitán Valentín, que aparece en la escena tan grotescamente vestido con su uniforme rojo ajustado al cuerpo, su gorro con penacho de plumas y sus manos contrahechas calzadas en blancos guantes? ¿Qué pensará de la aparición instantánea de Mefistófeles, de la transformación de Fausto, de los amores de Margarita, de la ascensión de Valentín al cielo y sobre todo de la danza de demonios entre las llamas del infierno? El que quiera saberlo, vaya a La Alegría y allí verá a Orkeke, el cacique tehuelche arrellanado en el fondo de su palco (El Nacional 07/08/1883).
Por momentos da la impresión de que varias de las notas que publican algunos medios, como esta última de El Nacional, fueran avisos encubiertos en forma de crónicas periodísticas que informan, con claridad, que aquel que desee ver a Orkeke en persona no tiene más que ir al teatro (obvio, abonando la correspondiente entrada). Semejante publicidad logra el efecto esperado. Casi una hora antes de la función, el público se agolpa en las puertas del teatro, incluso los que no consiguen entradas desean,al menos, asistir a la llegada de los indios, que descienden de un tranway contratado al efecto por el empresario teatral. Bajan encabezados por Orkeke y su mujer Hadd, a quien los medios bautizan como María. El cacique “lucía una enorme vincha roja y botas de cuero”. La machi camina muy sombría abrazando a su perro flaco, al que lleva envuelto en el quillango de piel de guanaco y que no hubo forma de que lo dejara en el cuartel. La función es a solicitud de la Sociedad Geográfica Argentina para beneficio de la tribu, que ingresa a la sala en medio de murmullos expectantes y se ubica en las dos filas delanteras de las tertulias altas que habían reservado para ellos, de manera que el público tuviera ocasión de admirarlos. Los acompaña Ramón Lista, que no piensa soltar a sus codiciadas presas. Cuando empieza Mefistófeles es lógico el asombro de los indios que comprenden poco y nada de semejante trama. Sólo Valeska se levanta de su asiento y se agazapa en un rincón oscuro con su perro flaco que mantiene envuelto y sostenido con un brazo mientras que, con el otro, traza en el aire conjuros y sortilegios contra las escenas incomprensibles. Los diarios registran una escena muy distinta:
Orkeke en La Alegría. Anoche ha sido un verdadero acontecimiento la presencia del cacique Orkeke y los tehuelches que lo acompañaron en el teatro de la Alegría. La función era a beneficio de la Sociedad Geográfica Argentina. A los indios se les había reservado las tertulias altas ocupadas únicamente por ellos, pues en cada una de las puertas se había colocado un vigilante para que nadie entrara a molestarlos. El cacique Oreke y su cara mitad se distinguían de los demás indios por una vincha punzó que tenían en la frente. Los concurrentes miraban más a los indios que a la escena mientras que ellos con sus caras serias observaban todo sorprendidos de lo que pasaba a su alrededor. En el intermedio del 2° al 3er. acto, Orkeke y su compañera aparecieron en escena en la que habían dispuesto una mesa llena de objetos que les fueron entregados en presencia del público. Los regalos constituían en ponchos, pañuelos, medias, confituras, cigarrillos, etc. Mientras se les hacía la distribución una india entonaba un canto monótono e inarmónico que habla muy poco en pro de las facultades musicales de los tehuelches (…) Con esto quedó satisfecha la curiosidad del público, pues los indios fueron sacados del teatro y conducidos a sus alojamientos continuando la función (La Patria Argentina 08/08/1883).
En el entreacto, la cantante Josefa García, el actor Cristóbal Galván y las hermosas coristas se acercan a los patagones para obsequiarles “diversos objetos, prendas de vestido, cartuchos de confituras y collares de relucientes cuentas comprados expresamente para ellos” (La Nación 08/08/1883). Tras el reparto de baratijas, los tehuelches “agradecen” entonando un canto improvisado que deleitó al público. Esa melodía salvaje, monótona o inarmónica que estaba fuera de programa es el broche de oro que cierra la presencia de los gigantes. El empresario teatral se frota las manos: ¡mejor imposible! Tal como señala La Tribuna Nacional del día siguiente, la concurrencia “era exorbitante”, no en vano se vendieron las 1.400 entradas. Carlos Spegazzini, uno de los espectadores de aquella noche, califica el canto de los indios de la siguiente manera: “Lo único a lo que lo puedo comparar es al ruido de las ranas en los bañados de Europa cuando está por llover” (Deodat 1937: 64). Al menos, son ranas europeas. Tengamos presente que,en aquel entonces, animalizar las características de los indígenas estaba a la orden del día, como podemos leer en Zeballos, por ejemplo, cuando al comentar una ceremonia protagonizada por araucanos afirma que “exhalaron verdaderos aullidos como perros asustados” (1879a: 63). Por su parte, Ramón Lista señala que las canciones de los tehuelches son “de una monotonía desesperante” (1894: 107).
Esos cantos similares al croar de ranas y de una monotonía exasperante fueron entonados ante una incomprensible función de teatro donde estaban representando nada menos que a Mefistófeles, un ser maligno, de ultratumba, atemorizante, que captura almas; sin duda, impresionó al grupo, como vimos con el comportamiento de la adivina Valeska que retrocede al fondo de la sala desde donde lanza sus conjuros y anatemas al aire. Tal como lo describe la etnografía en infinidad de casos (Lepe Lira 2005; Harner 1994) y como pude constatar en una Jambi Huasi (Casa de Salud) en Ecuador (Valko, en prensa), los cantos tienen que ver con la magia, y sobre todo, aquellos reiterativos donde se repite la misma fórmula mágica que se desea hacer efectiva. En este caso, es muy probable que más que una melodía de agradecimiento por llevarlos a presenciar semejante trama oscura y siniestra después de haberlos raptado de sus toldos, haya tenido que ver con un rito conjuratorio. Una misma fórmula que los tehuelches repiten una y otra vez, lo que se conoce como un contracanto, es decir, cruzar la palabra mágica adversaria con un en-canto protector. A nuestro sabio local, la invocación protectora le resultó por completo ininteligible leyéndola como un “canto de una monotonía desesperante”.
Tras la inesperada “actuación” de los indios que fue celebrada con un sostenido aplauso, se dispuso que los “huéspedes” regresaran a sus “aposentos” del cuartel. Ya habían hecho su parte de la función. Los diarios aseguran que del total de lo recaudado por la función, $18.055, se destinaron $4.812 para ser repartidos entre los indios. No existen constancias de que hayan recibido efectivamente el dinero, y en ese caso, ¿qué se hizo con semejante suma? Recordemos que los huéspedes prisioneros no debían abonar gasto alguno en el cuartel de artillería del Retiro. En ese largo entreacto, el periodista Juan Larsen y el erudito Ramón Lista subieron al escenario para esbozar una breve historia de los grupos cazadores recolectores y otorgarle al espectáculo un tinte científico que satisfizo a todo el mundo. Era necesario guardar las formalidades de una sociedad culta y civilizada como se considera desde siempre la argentina y, en particular, la porteña.
Al día siguiente el capitán Moyano “no puede reprimir el deseo” de conocer cuál es la impresión que semejante obra causó en el cacique y lo visita en el cuartel. Le pregunta sobre todo acerca de la transfiguración de Mefistófeles. Orkeke se mantienen en silencio, no hay forma de sacarle una palabra. Ante la insistencia, responde con una frase de compromiso —pero que también revela un agudo poder de observación— como único comentario: “Son muy vivos los cristianos para divertirse” (Deodat 1937: 66). La repercusión de la presencia de los indios en el teatro contagió a otros rubros del espectáculo para imitar el asunto. De ese modo, el empresario Pablo Raffetto, del popular Circo Humberto I, anunció “una función grandiosa y extraordinaria en honor de Orkeke y su real familia”, que tuvo el éxito esperado y donde su principal acto, “el disparo del cañón con la bala humana”, fue opacado por la presencia de los patagones.
Vale consignar que mientras en Buenos Aires llevaban al tehuelche al circo y lo trataban como “huésped de honor”, en ese mismo momento, en París, exhibían a un grupo de catorce mapuches en el Jardín de Aclimatación, donde el público en general podía verlos en “sus tareas cotidianas” y los antropólogos, algunos muy eminentes como Paul Broca, secretario general de la Sociedad de Antropología de Francia, los tenían a su disposición para estudiar y medir a gusto (Huinca Piutrin 2013: 89). Por lo tanto,no resulta extraño que semejante agitación también embargase a lo más selecto del jet set porteño, que, deseoso de contemplar en persona al cacique,resolvió hacer un “banquete de 12 cubiertos en el Café París”, al que asistieron numerosas personalidades,inclusive el embajador español Durán y Cuerbo, que no quiso perder semejante espectáculo cuyos ribetes habían adelantado algunos matutinos: “No hay cómo hacerle entender [a Orkeke], que debe ponerse frac y guantes blancos como es de rigor” (El Nacional10/08/1883). Una vez en el elegante Café París, punto de reunión de la elite porteña, “grandes fueron las demostraciones de asombro que hicieron los indios en presencia del lujo y de la variedad de manjares apetitosos que les fueron ofrecidos” (La Tribuna Nacional11/08/1883). Obviamente,también los científicos Lista y Larsen estaban presentes para condimentar el show con la necesaria dosis de erudición que despejase cualquier atisbo circense.
Vestía Orkeke, pantalón de casimir oscuro, saco del mismo color y sobre él un poncho de paño. Cuando, a las 6 y 10 p. m. se dió la señal de sentarse a la mesa se despojó con toda sans façondel poncho y del saco, quedando cubierto su cuerpo únicamente con una camisa a cuadros. La camisa desprendida dejaba ver el pecho tostado del indio. Alrededor de su cuello, se veía una cinta colorada, y una vincha negra sujetaba sus largos cabellos grises, si cabellos pueden llamarse los pelos gruesos y duros que pueblan su enorme cabeza (La Nación 11/08/1883).
Durante esa cena “demostró ser un gastrónomo de primera fuerza. El contenido de cada plato desaparecía en su estómago con una velocidad pasmosa, sin que en su rostro se advirtiera la menor impresión” (La Nación11/08/1883). Hacia los postres, se alzaron las copas de sucesivos brindis por la Patria y por los tehuelches argentinos. “También Orkeke brindó, si bien haciendo caso omiso de todas la reglas de la etiqueta. Sus palabras se redujeron a asegurar, a su manera, que era amigo, añadiendo que no peleaba por no exponerse a morir, y muriendo todo concluye” (La Nación 11/08/1883). En un momento dado, “el infatigable explorador del Chaco” Juan Carlos Cominges leyó un extenso poema “en honor a Orkeke”, del que extraigo apenas ocho versos:
Tu hacienda, tu autoridad
la patria donde naciste
todo, Orkeke, lo perdiste
incluso la libertad.
De un porrazo, pobre viejo,
te hemos dejado sin nada
y agradece la bolada
de haber salvado el pellejo.
(Deodat 1937: 68).
Tengamos presente que si éste es el poema en honor “del pobre viejo que en la bolada salvó el pellejo”, ¡las cosas que dirían los detractores de los indios! “Concluyó la comida en medio de la mayor animación, llevándose Orkeke dos ramitas de violetas para la china, ramitos que colocó en su sombrero, a falta de boutonnière” (La Nación 11/08/1883). Mientras los caballeros ridiculizaban al tehuelche en su propia cara, no muy lejos del elegante Café de París, moría el explorador Luis Piedrabuena, quien seguramente habría protegido al tehuelche, y así, como a riesgo de su propia vida rescató de la muerte a una multitud de náufragos, seguramente lo habría rescatado de su naufragio porteño. Al día siguiente, todos los medios se hacen eco del deceso de quien había sido ayudado en su momento por “el pobre viejo”: “La vida y las acciones de Piedrabuena (…) ha sido el marino más práctico y más experto de los mares del sur (…) El país ha perdido un valiente y abnegado servidor, y los náufragos de los mares del sur, al que después de Dios, fue su providencia” (El Nacional 11/08/1883).
Días después, la avalancha de extraños agasajos continúa a tal punto que el diario de Sarmiento,como es costumbre,supone lo que no ocurre:
Los tehuelches. Esta noche en el Café de París tiene lugar un banquete en honor de Orkeke, dado por varios miembros de la Sociedad Geográfica Argentina. Demasiado aprisa se quiere hacerle adoptar todos nuestros gustos y costumbres; pero de cualquier modo aplaudimos esta nueva muestra afectuosa. El caballero Orkeke, que nada rehúsa, ha aceptado el banquete pero no hay cómo hacerle entender que debe ponerse frac y guantes blancos como es de rigor. Por lo demás, Orkeke se encuentra muy satisfecho y sin deseos de volver a sus dominios, desde que, con su natural suspicacia, ha comprendido que aquí podía hacer un papel más brillante (El Nacional 10/08/1883).
La autointoxicación pedagógica que expone la publicación sarmientina,haciendo gala del contacto blanco como método educativo que opera por ósmosis sobre los salvajes, resulta notable, pero hablar de que Orkeke puede hacer en Buenos Aires un “papel más brillante” que en su territorio, es el colmo. Entre tanto, el mareo de los huéspedes prosigue a tal punto que La Nación deleita a sus lectores dejándoles volar la imaginación para que supongan lo que sucedería cuando el tehuelche regresara a sus pagos:
Cuando el cacique tehuelche llegue a sus pagos, si lo mandan, va a pasar a los ojos de sus compañeros de aquellas tierras por el más solemne embustero: teatros, paseos en carruaje, agasajos de todo género y tantas otras cosas extraordinarias que ha visto el pacífico cacique, van a ser tomados por sus compañeros de tribu, cuando a la manera de Eneas, les cante en lengua tehuelche sus impresiones de destierro, por cuentos de un mundo fantástico e imposible (La Nación 11/08/1883).
Las invitaciones de que son objetos los tehuelches son anunciadas con anterioridad despertando ansiedad entre los lectores, como una nota de La Naciónanticipando cuatro días antes la visita del cacique “a la pista de patinaje de la empresa Skating Rinkpara la función de patines que tendrá lugar el martes próximo”. Para Orkeke y demás personajes de la tribu ha sido arreglado un palco oficial. “En la nota-invitación se da al cacique el tratamiento de usía. Como Orkeke no sabe leer, necesitará intermediario para enterarse de la comunicación. En oportunidad haremos conocer su respuesta” (La Nación 10/08/1883). “Orkeke asistirá con su dignísima y respetable esposa” (La Tribuna Nacional 14/08/1883). “Función de Patines. Invitación al cacique Orkeke acompañado de su familia. Entrada para caballeros $15, para señoras o niños menores de 10 años $5” (El Mosquito 19/08/1883). “Skating Rink. Habrá premios para los jóvenes patinadores que tomen parte del torneo y salgan vencedores. Asistirá también Orkeke con algunos indios de su tribu a presenciar la fiesta” (El Nacional 14/08/1883).
La misma anticipación de los movimientos farandulescos al que someten al tehuelche y que menciona La Nación también la evidencia El Nacional, que un miércoles avisa que el domingo el tehuelche, como si fuera un comediante,“reaparece” en el teatro: “La popularidad de Orkeke. El próximo domingo reaparece en La Alegría el personaje de la época: Orkeke. Los huérfanos del Colegios de la Merced han sido invitados para conocer al dichoso Orkeke, en cuyo caso quisiera estar más de un cristiano” (El Nacional 15/08/1883). “Se les invitó [a los indios] también a paseos por la ciudad, a un salón de patinaje y al circo de Raffetto” (Caillet Bois 1944: XIV, 159, 11). Incluso tiempo después, cuando el circo Humberto I sale de gira al Uruguay, El Nacional comenta con ironía: “Aunque Raffetto en Montevideo no puede echar mano de Orkeke para hacer del cacique tehuelche la great atractionde sus funciones, el éxito lo acompaña” (El Nacional 12/09/1883). Es tan escandaloso lo que realizan con los prisioneros-huéspedes arrastrándolos de un lado al otro, sirviendo como plato fuerte de los distintos espectáculos, que si no existiera tal cantidad de crónicas constatando los hechos, sería difícil creerlo. La situación llega a un punto tan extremo que algunos diarios solicitan a las autoridades que tomen medidas y eviten semejante exhibición desaforada. Incluso El Nacional afirma con razón que “el cacique ha venido a sacar del mal paso a muchos empresarios”. La tarde en que Orkeke y los suyos asisten a la pista de patinaje, no cabe un alfiler y “se decide que la esposa del cacique entregue los premios a las mejores parejas”. En medio de semejante algarabía circense El Nacional y La Libertad del 11 de agosto se hacen eco de un rumor y anuncian que el Villarino está próximo a zarpar para los puertos sureños llevando “a la tribu de Orkeke y numerosos pasajeros y carga”. Dos días después, el suelto sobre la repatriación de los tehuelches se desvanece y retoman la fiesta del patinaje sin medias tintas hablando de los “ribetes cómicos” de las andanzas en patín del tehuelche:
Uno de los atractivos será no sólo la presencia de Orkeke y demás miembros de la familia, sino que también el empresario del Skating se ha propuesto formalmente no dejar salir esta noche del establecimiento al tehuelche sin que sea un admirable patinador; como el indio tendrá temor de andar en coche en los pies, el señor empresario lo va a tener de la mano para que no se caiga y lo va a iniciar en los secretos de la patinación. No dejará de tener esto sus ribetes cómicos (La Libertad 13/08/1883).
Tres días después El Nacional lanza una nota que pretende ser desopilante donde Orkeke,supuestamente,se dirige a un conocido cómico de aquel entonces llamado Padre Batata para que lo acompañe a una función circense que darán en su honor. El periódico inventa una carta donde el tehuelche, utilizando un lenguaje tarzanesco, se muestra preocupado por acrecentar su popularidad y con deseos de divertirse y cantar junto al cómico una linda milonga. Simplemente increíble:
Orkeke versus Batata. El cacique Orkeke ha dirigido al Padre Batata la siguiente carta invitándolo mañana a asistir a la función que en honor a él y de los indios tehuelches dará Raffetto en el circo Humberto I. “Cristiano hermano. Gringo Raffetto da función a mí mañana en circo Mamberto. Cristiano hermano i yo queriendo que vos vengas, por vos hermano llevas gente siempre. No vas a enamorar a mi china que entonces negocio malo hermano. No dejes ir mañana porque todos mirarán Orkeke y a vos también hermano, que sos vicho raro. Gringo Raffetto tiene gualicho pero a mí nada hace, a vos si te fuera feo. Anda hermano que vos vas a divertir y cantamos juntos milonga linda. Adiós hermano cristiano querido, pero no enamorar china. Orkeke (El Nacional 16/08/1883).
El Nacional no deja de ironizar sobre el tema: “Como hoy no puede haber fiestas completas sin la asistencia de nuestro bienaventurado huésped Orkeke, dice el Programa: Invitación especial al Gobernador de los tehuelches cacique Orkeke quien asistirá acompañado de su familia y demás notables de su tribu” (El Nacional 16/08/1883). Dos días después insiste con más de lo mismo: “Orkeke. Esta noche asistirá a Skating Rink con motivo de la fiesta que se celebra a beneficio del Panteón para las familias de los tipógrafos. La función pues, será completa, pues hoy no hay fiesta sin Orkeke. Asistirá también una de las bandas de la guarnición” (El Nacional 18/08/1883).
Todos se lanzan a caricaturizar a los desventurados indios. También El Mosquito —sin dudas, una de las más influyentes publicaciones políticas de la historia argentina, cuyo director Henri Stein lo subtitula “periódico semanal, independiente, satírico, burlesco y de caricaturas”— le destina uno de sus dibujos al tehuelche. Muestra al ministro de Relaciones Exteriores Victorino de la Plaza con la cabeza de Orkeke, y a éste con la del ministro. Abajo una leyenda: “Orkeke en casa de Plaza – entrevista entre el indio del norte y el indio del sur”, en referencia a que don Victorino había nacido en Cachi, Salta, y lo consideraba un indio kolla (El Mosquito 12/08/1883). Evidentemente a Stein los indígenas no le caían nada bien, como lo demostró en diversos números cuando trajeron prisionero a Pincén a Buenos Aires. En aquel momento nadie tuvo conceptos tan racistas como su publicación calificando al cacique y su gente de la peor manera: “Al contemplarle tenía ganas de restregarle la cara con un trapo mojado para asegurarme que no había ni engaño ni trampa en esa mezcla de tez cobriza oscura y esas facciones de zuavo despejado. Las mujeres y los chicos… ¡Puf…! No hablemos de eso, así, antes de almorzar. Inmundo… asquerosísimo” (El Mosquito 15/12/1878).
Mientras las burlas y la farandulización del caso arrecian sobre “los ribetes cómicos de los tehuelches en patines”, los cuestionamientos sobre la captura de la tribu comienzan a languidecer y acotarse en centimetraje. Apenas La Libertad publica un pequeño suelto titulado: “Los tehuelches: ¿Por qué no son enviados a su territorio estos infelices? En su rostro se ve que padecen en el corazón de la civilización y van camino de morirse todos. Es malo querer civilizar matando” (La Libertad 16/08/1883).
Para ese entonces, Estanislao Zeballos, conocedor de la distancia que media entre los dichos y hechos del zorruno Julio Roca,comprendió que el asunto no daba para más y se llamó a un silencio casi absoluto. De alguna manera marcó el comienzo de una distancia que, con el correr de los años, se haría insalvable entre ambos. Además, si hay algo que el presidente argentino detesta, es que lo instruyan sobre lo que debe hacer, aunque sea alguien de su entera confianza. Estanislao quizás se excedió ante los ojos del general con su pedido de repatriar al indio argentino Orkeke. Por otra parte, el círculo íntimo de Roca que detentaba el poder económico compartía en mayor o menor medida el pensamiento de Nicanor Larraín: “El indio, que hasta estos momentos no ha pasado de consumidor como que no cultiva la tierra, no ejerce industria fabril alguna, ni siquiera se consagra a la cría y reproducción de las haciendas, no presta a nadie el servicio de reproducción de la riqueza natural o industrial” (1883: 52).
La fiesta para Orkeke y los tehuelches acaba de improviso. El Nacional, que sigue palmo a palmo la obligada “carrera artístico-gastronómica” del cacique, anuncia de pronto:
Reemplazante de Orkeke. La tribu de Orkeke está de duelo. Anteayer ha fallecido una de las chinas de la familia del cacique, de manera que aquél se encuentra privado de asistir a las representaciones teatrales; los empresarios están también de duelo por esta desgracia pues la concurrencia disminuirá notablemente por la ausencia de un elemento tan poderoso como Orkeke. Algunos se han puesto en campaña para buscar un reemplazante al cacique, que sea una garantía de buen éxito. El de La Alegría ha fijado sus puntos en el Padre Batata y ha entrado en negociación con éste. Es posible que se entiendan, por el momento es cuestión de precio (El Nacional 22/08/1883).
El texto es simplemente repugnante. Nada dice en concreto de la “china” muerta. Pero se explaya en profundidad sobre la desgracia empresarial que significa que el tehuelche se vea privado de “asistir a las representaciones teatrales” para terminar mencionando al cómico que debe acordar su sueldo.
En el cuartel de artillería, donde están alojados los huéspedes prisioneros, el ambiente es sombrío. El vaticinio de La Libertad: “van camino a morirse todos” adquiere absoluta realidad. Valeska tenía razón al prevenir al grupo sobre el viento maligno de esta ciudad que paradójicamente se llama Santa María de los Buenos Aires. La machi cae con bronquitis junto con tres de los niños. La enfermedad se ensaña en forma fulminante. Todos ellos mueren hacia fines de agosto. El deceso de los pequeños impacta al grupo, y sobre todo, la pérdida de la adivina. Un dato curioso: tras el fallecimiento de Valeska, su perro flaco desaparece del cuartel tal como había venido. A partir de ese momento no hay forma de contrarrestar el poder del Gualichú que los tiene a su merced. A esa altura, el tema de los tehuelches carece de la atracción inicial. En cambio, aparecen continuos informes sobre la limpieza de toldos en el norte. Se trata de notas breves, telegráficas, como la siguiente, que da cuenta de “un golpe a indios mocovíes que andaban merodeando en el Chaco” (La Nación 29/08/1883); “un golpe a los indios ladrones de Santa Fe” (El Nacional29/08/1883). Al día siguiente La Nación informa que “durante la estadía del Gobernador de Patagonia General Winter, en la colonia Chubut se organizaron en su honor manifestaciones, serenatas, etc.; al alojarse en Gaiman siguieron los festejos” (30/08/1883). Al parecer, Lorenzo Winter, quien había dado caza a Orkeke en lugar de a Inakayal, no la pasaba nada mal en sus dominios australes. Y aunque Vicente Cutolo en su monumental Nuevo diccionario biográfico argentino califica a Winter como una personalidad “muy estimada por la población del Río Negro por su acrisolada honradez y capacidad”, también agrega que se trataba de “un hombre fogoso, autoritario y terco” (1968: VII, 679). Veremos qué ocultan estos calificativos sobre el gobernador y seguramente nos permitirán comprender por qué la comunidad galesa se veía obligada a agasajarlo, incluyendo hasta serenatas en su honor.