sábado 12 de octubre de 2024
Lo mejor de los medios

«Cabezas», de Gabriel Michi

El 25 de enero de 1997 marcó un antes y un después en la historia de la libertad de expresión en la Argentina. Esa madrugada, en un descampado de la costa atlántica, el fotógrafo José Luis Cabezas fue asesinado por el simple hecho de ejercer su trabajo: fotografiar.

El sujeto de esa foto, el empresario Alfredo Yabrán, no lo perdonó nunca. Todo ocurrió en Pinamar, el balneario top por excelencia en esos años, el lugar donde Cabezas había sido enviado para cubrir la temporada para la revista Noticias. Allí, Cabezas fue secuestrado, golpeado, esposado, asesinado e incinerado.

Veinte años después de ese crimen, el periodista Gabriel Michi, su amigo y compañero de trabajo en la cobertura de cada verano, cuenta en primera persona, en un relato sin concesiones, el segundo a segundo de esa fotografía de Yabrán que le costaría la vida a Cabezas. Y expone, de manera vibrante, apasionada, brutal, el entramado mafioso de altos funcionarios del poder, políticos, periodistas, abogados, jueces y policías que, solícitos, cada uno en su rol, cumplieron con las órdenes de matar a un hombre. Una historia tremenda que muestra cómo el periodismo puede ser un trabajo peligroso, lejos de toda mitificación.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

La cobertura mediática

Es muy difícil explicar lo que siente uno, periodista pero antes que nada persona, cuando tiene que estar «del otro lado del mostrador»… Es decir, cuando uno es parte involuntaria de la noticia. No hablo de cuando el periodista se olvida de su rol de simple observador que debe intentar narrar los hechos desde un lugar de simple testigo, sino de cuando un hecho de relevancia e interés social te lleva por delante y te arrastra a una vorágine jamás imaginada y, mucho menos, buscada.

¿Cómo es estar «del otro lado»? ¿Cómo es ser involuntariamente «noticiable»? ¿Cómo es seguir siendo periodista cuando vivís la extraña situación de que los demás colegas tengan que cubrir un hecho que te tiene como protagonista? ¿Cómo es seguir trabajando de periodista cuando la historia de la que tenés que hablar te sumerge en un mar de dolor e incertidumbre que te compromete como persona?

Todo eso fue lo que me tocó vivir siendo el coequiper de José Luis Cabezas cuando lo asesinaron aquel 25 de enero de 1997 en General Madariaga. Obviamente nada de lo que diga es comparable con lo que vivió la familia de José Luis… Sus hijos Agustina, Juan y Candela; su esposa Cristina Robledo; sus padres José y Norma; su hermana Gladys; su ex mujer Lucía; sus sobrinos, primos, tíos; en fin, todos los que tenían un vínculo de sangre con nuestro compañero. Ese sufrimiento que también padecimos sus amigos del alma, sus compañeros y el conjunto de sus colegas, fue sin duda desgarrador, pero todo es poco comparándolo con el dolor de sus seres queridos.

Es muy difícil de explicar lo que significa el día a día de quienes estuvieron cerca de una tragedia semejante. Porque para el periodismo una noticia es lo que dura una indescifrable ecuación de la que resulta el interés colectivo. Es decir, es importante para seguir cubriéndolo en tanto y en cuanto supuestamente al público le siga interesando el caso. Cuando deja de tener audiencia, entonces se pasa al siguiente tema, al siguiente caso… No importa en qué punto esté el hecho, si hay culpables presos o no; si se sabe cómo ocurrieron en realidad los hechos; en definitiva, si hay verdad y justicia al final del camino.

Lamentablemente, las historias pasan y el proceso informativo sigue con nuevos horizontes, con nuevas desgracias. Pero la verdad, el día a día de quienes han sufrido esa pérdida, sigue ahí, latiendo como una herida abierta en cada silencio, en cada postal de esa ausencia desgarrada por una mente criminal. Las noticias y sus actores se van para otro lado, pero la tragedia continúa como una película muda que transita a nuestras espaldas, como una música dolorosa de fondo que transcurre en sus lamentos casi susurrando, imperceptible para quienes hasta hace poco le ponían el megáfono mediático.

Nosotros, los periodistas y los medios, nos vamos. Pero ellos, los protagonistas de esas historias que contamos por horas, quedan sumergidos en el ostracismo de nuestra indiferencia. La vorágine en el que un caso tapa al otro es la que manda en el sistema de los medios y las noticias.

Sin embargo, en el crimen de José Luis Cabezas pasó algo diferente. Por lo menos, en un tiempo considerable. El caso se mantuvo en la tapa de los diarios y las revistas al mismo ritmo que desbordaba en minutos de radio y de televisión.

Muchos se preguntarán por qué. Y la verdad es que se pueden ensayar muchas respuestas. La primera surge de las propias características del caso: un crimen de una violencia extrema, ocurrido en plena temporada de verano en las cercanías del balneario top (Pinamar), contra un fotógrafo que trabajaba en la principal revista política de la Argentina (Noticias) y que, como se fue descubriendo poco a poco, tuvo que ver con un poder económico mafioso vinculado a un poder político corrupto que encima utilizó en su ejecución a otro poder oculto, el de la Policía Bonaerense corrompida y vinculada al delito.

Otra de las razones por las que el denominado «Caso Cabezas» permaneció en la cobertura mediática fue, sin dudas, el enorme empuje que significó la lucha por esclarecer semejante barbarie. Y en eso, tuvo un rol fundamental la propia familia de José Luis, como también quienes éramos sus compañeros de trabajo en la revista Noticias, sus colegas reporteros gráficos afiliados a ARGRA, los sindicatos de prensa de todo el país (con la UTPBA a la cabeza), los medios de comunicación y hasta muchos dirigentes sociales y políticos. Pero esas prédicas hubiesen sido vanas si no hubiese existido un acompañamiento de grandes sectores de la sociedad que en cada acto, marcha o movilización gritaban desde sus entrañas el «¡Cabezas, presente!»

Sin duda que el mantenimiento de este reclamo, cada mes y cada año, fue clave incluso en el esfuerzo para enderezar una causa judicial que desde un primer momento muchos sectores quisieron desviar. Fue fundamental la insistencia en el reclamo de Justicia para llegar a la verdad o, por lo menos, para acercarnos los más posible.

Hay personas que critican que el periodismo le haya dado tanta cobertura al «Caso Cabezas» y no haya demostrado el mismo interés en otros hechos también terribles. Y en sus argumentaciones, sostienen que actuamos así por una cuestión de espíritu corporativo, porque habían «tocado a uno de nosotros». Puede ser que algo de eso haya, que los periodistas nos hayamos visto amenazados por lo que había ocurrido o nos hayamos sentido afectados directamente por lo que queríamos a José Luis. Y puede ser que los medios de comunicación, como empresas, también se hubiesen movilizado más por este hecho que por otros porque temieron que se empezase a transitar un escenario de violencia contra la prensa que el día de mañana los podría tener a cada uno de ellos como víctimas.

Todo eso puede ser. Pero más allá de los casos particulares, creo que los medios entendieron que en el asesinato de José Luis Cabezas había algo más; escondía una verdadera amenaza a la libertad de expresión, derecho básico sobre el que trabajan los propios medios, terreno donde desarrollan su tarea. Pero hay que entender que el periodismo y la libertad de expresión van de la mano. Son algo indisoluble. Sin libertad de expresión no hay periodismo. Y sin periodismo no hay libertad de expresión.

El crimen de un periodista en democracia pone en jaque a la misma democracia. No porque el periodista sea un ciudadano privilegiado, sino porque el mismo mensaje que quieren trasmitir los mafiosos que cometen un asesinato de este tipo es el silencio. Quieren matar al mensajero. Y con eso, al mensaje. O sea, buscan que los ciudadanos no tengan esa información que puede poner luz sobre las sombras de los pliegos corruptos de un poder clandestino. O sea que el crimen de Cabezas fue un atentado contra la democracia y contra todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Por eso todos fuimos y somos José Luis Cabezas.

Lo cierto es que los medios mantuvieron el tema vigente por mucho tiempo porque había un interés colectivo muy fuerte acompañándolo y quizás habría que preguntarse por qué la sociedad también lo siguió con tanta atención. Si fuese simplemente porque los medios le dieron tanto espacio o los medios le dieron tanto espacio porque había mucho interés en el tema. Es como el huevo o la gallina. Pero hay algunos apuntes que podrían llegar a explicar por qué los ciudadanos argentinos mostraron tanto interés en este caso. Quizás haya que mirarlo desde un contexto histórico: fue un momento donde había un fuerte «matrimonio» entre la prensa y la sociedad. Los ciudadanos confiaban más en los medios y los periodistas que en la dirigencia política y la Justicia. Todos los días llegaban a los medios decenas de denuncias que, antes de judicializarlas, las personas preferían dárselas a la prensa para que las investigaran. Es realmente peligroso que eso sea así en una democracia, pero era lo que objetivamente ocurría.

El gobierno de Carlos Menem estaba bajo sospecha permanente por la gran cantidad de casos de corrupción en los que estaban involucrados sus funcionarios pero también por su enorme vocación por la frivolización de todo. Los medios y en particular ciertos periodistas habían sido fundamentales para desentrañar algunas de esas tramas corruptas y los ciudadanos veían en la prensa una garantía de contrapoder central para frenar semejante sistema impune. Eso había reforzado ese matrimonio entre la sociedad y el periodismo.

De modo que el asesinato de un reportero gráfico de una de las revistas emblemáticas en las denuncias contra la corrupción en aquellos años noventa, significó también que muchos ciudadanos sintieran que los estaban atacando directamente a ellos, como parte de ese «matrimonio». Y en cierta medida, eso era una realidad.

También las lágrimas de su familia, una familia de trabajo, luchadora y que amaba a José Luis, ayudó a la identificación de vastos sectores sociales desde una perspectiva humana. José Luis podía ser uno de nuestros hijos, hermanos, padres, amigos… Esa identificación de la imagen de José Luis con «uno de los nuestros» también fue clave en el acompañamiento social.

Pero también la mirada colectiva sobre a qué nos estábamos enfrentando cuando ocurrió el crimen de José Luis. Un poder económico sin igual —el representado por Alfredo Yabrán— que no tenía ningún tipo de pruritos a la hora de garantizar su crecimiento, con vínculos con el poder político de entonces en manos del menemismo, que trabajaba custodiado por ex represores de la dictadura militar y que no tenía empacho en contratar a verdaderos criminales de uniforme que operaban en la «Maldita Policía» de la provincia de Buenos Aires junto con delincuentes que asolaban la vida de ciudadanos de bien.

O sea, un cóctel de los males que acechaban a los ciudadanos y que la prensa se empecinaba en descubrir a la mirada pública, que también constituyó la base por la que la sociedad argentina se sintió amenazada y, a su vez, se solidarizó con nuestro reclamo pacífico de justicia.

Así, sociedad, medios y periodistas marcharon juntos. Y torcieron voluntades de aquellos que querían desvirtuar lo que había ocurrido en realidad.

Y aquí vale subrayar algo que no es habitual que suceda. El mundo de los medios suele estar atravesado por una enorme competencia. Todos quieren tener una primicia que los posicione por sobre el resto. Y si bien eso también se dio en este hecho, no fue lo primordial a la hora de realizar la cobertura. Esa competencia desmedida fue corrida del centro de la escena y hubo una especie de espíritu de unidad —en particular de parte de los periodistas, pero también de los medios— en busca de un horizonte común: el esclarecimiento del asesinato de José Luis.

En ese contexto se dio un marco de respeto extendido en casi todos los medios y el sostenimiento de la cobertura por bastante tiempo, incluso con equipos especiales enviados a la ciudad de Dolores u otros puntos del país donde se desarrollaban los acontecimientos vinculados a esta causa. Sin duda, las excepciones existieron. Lamentablemente. Desde quienes inventaban dramatizaciones televisivas simulando una supuesta reconstrucción del crimen, hasta aquellos que realizaban «pericias» sobre cómo habían sido los tiros que ultimaron a José Luis (utilizando el cráneo de una vaca) o quienes se montaron en algunas de las operaciones empujadas por otros que querían desviar la investigación.

En el contexto de las «berretadas» puedo ubicar algunas que le tocó vivir a mi propia familia. Desde cuando con una cámara de televisión que simulaba estar apagada la filmaban desde abajo a mi tía Nilda, preguntándole por mí —cuando aún no había declarado en Dolores, por lo que no iba a tener exposición pública hasta hacerlo—, pero sin avisarle. O cuando intentaron filmar desde el exterior de la casa de mis padres hacia adentro, algo que fue un gran disgusto para mi padre que en esos momentos ya estaba muy enfermo.

Además de los golpes bajos, el amarillismo y esa pérdida del horizonte que les impedía distinguir entre víctimas y victimarios, ciertos medios y/o periodistas también actuaron de manera inescrupulosa, bailando el baile que musicalizaban los que no querían que se supiera qué estaba ocurriendo. Esos medios actuaban así y de esa manera favorecían —voluntaria o involuntariamente— a aquellos intereses que estaban vinculados al asesinato, a quienes querían encubrir a los criminales o a aquellos que directamente buscaban disimular su impericia a la hora de investigar.

En eso, hubo algunos medios y/o «periodistas» que le dieron espacio a esas versiones escandalosas como aquellas que, no bien nacida la causa, buscaron ensuciar a José Luis o generar alguna sospecha sobre él. Recuerdo la indignación de Norma, la mamá, cuando una mañana la llamaron bien temprano de una radio y la conocida conductora le lanzó sin medias tintas una pregunta totalmente fuera de lugar.

—Señora Cabezas, ¿usted sabía que su hijo era un extorsionador?

Norma se quedó muda, en shock, antes de responderle con un insulto y cortar el teléfono. Carolina Perín, la conductora en cuestión, trasladaba así a la radio la operación montada desde la Policía Bonaerense para intentar ensuciar a José Luis y correr el eje de donde se tenía que investigar.

Afortunadamente estas situaciones fueron excepciones. No fue lo común, ni tampoco lo habitual.

Sí es cierto que a medida que avanzaba el caso, hubo posicionamientos distintos de algunos periodistas y medios sobre quiénes podrían estar detrás del crimen. Había un sector que creía que el responsable era el empresario Alfredo Yabrán y su entorno. Otro que hacía girar sus sospechas sobre la Policía Bonaerense y las facturas posibles de su jefe político, el gobernador Eduardo Duhalde. Y quienes creíamos en una combinación de ambas líneas: Yabrán y la Policía Bonaerense. Cosa que quedaría demostrada con el avanzar de las pruebas en la causa judicial.

El denominado «Caso Cabezas» puso blanco sobre negro el tema de con que rigurosidad y ética los medios de comunicación informaban en la Argentina. Si bien la mayoría lo hizo responsablemente, hubo otros que lo abordaron en forma escandalosa. En mi caso, lo pude vivir en carne propia. Y eso me llevó a hacer un profundo ejercicio de introspección sobre la calidad deontológica de nuestra profesión.

En el año 2002, con un grupo de colegas amigos comenzamos a reunirnos en el entrepiso de la librería La Crujía para debatir sobre la ética en el periodismo. Éramos un puñado de periodistas de diferentes medios e historias distinas. Daniel Santoro, Claudio Jacquelin, Fernando Ruiz, Pablo Mendelevich, Néstor Sclauzero y el autor de este libro. Poco a poco se fueron sumando otros. Y esas reuniones pasaron de la simple catarsis, a decidir construir una organización profesional en la que se pusiera el eje en la ética, la capacitación y la calidad periodística. Así nació el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) que hoy, casi 15 años después, ya tiene más de 500 socios en todo el país y que sumó a su agenda el tema de la libertad de expresión, con un monitoreo único para detectar todo tipo de ataques contra la prensa. Por suerte, no hubo otro caso Cabezas desde aquel trágico 1997, pero sí existen otros tipos de agravios y amenazas que ponen en jaque nuestro trabajo. En mi caso personal, la falta de ética de ciertos medios en la cobertura del crimen de José Luis Cabezas fue lo que me motivó para ser parte fundacional de esta organización. Como también haber conocido en forma directa lo que significa vivir en peligro por el simple hecho de hacer periodismo. Nada más y nada menos.

 

Don Miguel

En el diario Página/12 había algunas plumas que se inscribían en forma exclusiva en la sospecha sobre la Policía Bonaerense. En el inicio de la causa fue Página/12 el primer medio en publicar que habría una virtual zona liberada en las tinieblas pinamarenses aquella noche del crimen. Algo que después también se comprobaría en los hechos.

Pero después hubo como una suerte de prédica constante y excluyente en esa línea por parte de algunos periodistas del diario, muchas veces poniendo todo tipo de duda en torno a la responsabilidad de Alfredo Yabrán. Sin embargo, sería injusto decir que eso fue algo que ocurrió con todos los periodistas de Página: no fue así con plumas como las de Raúl Kollman, Andrés Klipphan, Martín Piqué, Horacio Verbistky, Susana Viau, Ernesto Tenembaum, Jorge Cicutín, Cristian Alarcón, Martín Mazzini u otros que intervinieron alguna vez en el caso. Eso estuvo más que nada situado en el pensamiento de uno de sus columnistas más destacados, el periodista y escritor Miguel Bonasso.

Lo de Bonasso fue algo muy llamativo para nosotros. En principio porque él no estuvo presente en la cobertura cotidiana del caso. Sin embargo, igual concretó varias columnas sobre el tema. Cuando estaba escribiendo el libro Don Alfredo —una biografía no autorizada de Yabrán— Bonasso se reunió con muchos de los compañeros de José Luis en busca de información sobre el empresario. Incluso lo hizo conmigo y le brindé información sobre el magnate. Aún conservo el libro con su dedicatoria de puño y letra: «Para Gabriel Michi. Con agradecimiento por tu valioso testimonio y tu gran colaboración. Cordialmente. Miguel Bonasso. Agosto de 1999».

Pero llamativamente, una vez publicado el libro, en distintos artículos de Página/12, el propio Bonasso insistía sin claudicaciones en la pista de la Policía Bonaerense, pero se dejaba entrever una suerte de alejamiento de la que vinculaba a Yabrán del caso. Una y otra vez.

A tal punto que su libro despertó mucho interés en el menemismo. Incluso fue recomendado por el ex presidente Carlos Menem, su ministro de Interior, Carlos Corach y el secretario general de la Presidencia Alberto Kohan, como una prueba de que, según sus miradas, «Yabrán no tuvo nada que ver con lo de Cabezas». Pero no fue solo el libro.

En una nota aparecida en Página/12, el 21 de diciembre de 1999, en pleno juicio oral por el crimen de José Luis, Bonasso escribió un artículo bajo el título «El regreso de la “pista policial”» —valga aclarar que el contexto de las pruebas y testimonios apuntaban claramente a Yabrán—, Bonasso se fue en loas hacia Jorge Sandro, el polémico abogado defensor de Gregorio Ríos, que fuera camarista durante la dictadura militar. En esa defensa hacia el defensor del criminal, Bonasso sostuvo: «los filosos interrogatorios del defensor de Gregorio Ríos, Jorge Sandro, que hicieron trastabillar al periodista de Noticias, Gabriel Michi». Hecho falso por donde se lo mire o analice.

E insistió: «Por si fuera poco, el implacable abogado Sandro exigió y logró que Michi, el compañero de tareas de Cabezas en las temporadas veraniegas y la viuda del fotógrafo María Cristina, fueran careados por algunos datos contradictorios manejados en sus respectivos testimonios». Es cierto que el careo existió. Y la famosa supuesta contradicción entre Cristina y yo tuvo que ver con cuándo habían comenzado las amenazas telefónicas a la casa de José Luis. Mi referencia —por lo que recordaba que me había contado el propio José Luis— fue que esos llamados habían comenzado en marzo de 1996, poco después de que se publicase la famosa foto de Yabrán. Cristina, en cambio, creía recordar que habían comenzado un tiempo antes. Hubo un intento de Sandro de volver a la carga sobre mí pidiendo que se me investigara por un presunto falso testimonio. Algo que fue denegado por el tribunal al entender que eso no había ocurrido.

En su particular crónica del juicio —no estaba presente cuando esto ocurrió, solo lo miró por televisión— Bonasso señala: «Antes de eso, Jorge Sandro jugó recio contra Michi, al que parece suponer (no sin fundamento) como uno de los testigos más firmes en señalar la autoría intelectual de Yabrán y la correspondiente instigación del suboficial del Ejército Gregorio Ríos, que custodiaba al empresario y su familia. Con sádica delectación, Sandro hizo que el periodista de Noticias leyera la transcripción de algunos diálogos telefónicos que había sostenido en 1997, con el directivo de Editorial Perfil, Pablo Sirvén, interceptados por orden judicial». Y a partir de ahí, trascribe la lectura que tuve que hacer de aquella conversación telefónica privada que mantuve con Sirvén, quien era uno de mis jefes en la revista Noticias y con quien tanto José Luis como yo manteníamos una estrecha relación por haber compartido la cobertura de temporada en ese balneario. En ese intercambio telefónico yo le increpaba a Sirvén —en un momento de mucho temor para mí y mi familia— por algunos dichos que habían salido emitidos por él en una señal de noticias y por una columna de opinión del abogado de la revista, Oscar Pellicori, donde planteaba que tras mi segunda declaración ante el juez José Luis Macchi, era imperioso citar a declarar a Yabrán, algo que yo entendí que era «mandarme abajo de un camión», no porque no considerase que eso fuera así sino por el peligro que significaba en ese contexto esa afirmación.

En esa declaración ante el Tribunal Oral de Dolores, es cierto que Sandro intentó una y otra vez que de mis dichos se dedujera que prácticamente la revista Noticias me había instigado —por decirlo de alguna manera— para involucrar a Yabrán en el crimen. Lejos de eso, mi sospecha —finalmente confirmada por la Justicia— sobre la presunta responsabilidad del magnate en el crimen apareció en mi mente no bien ocurrido el hecho, como ya lo mencioné.

Pero Sandro —uno de los abogados más caros de Argentina, que después se desempeñaría como abogado defensor del padre Julio César Grassi, condenado por abuso de menores que estaban bajo su custodia en la Fundación Felices Los Niños— insistió en ese interrogatorio casi policial en buscar esa supuesta instigación de Noticias hacia mí. Mi respuesta fue clara: mi temor, demostrado en esa conversación telefónica privada —grabada por la Justicia porque se trataba de unos de los teléfonos celulares intervenidos por ser los que usábamos en la cobertura en Pinamar— tenía una lógica de ser: los antecedentes de agresiones a la prensa que rodearon al entorno de Yabrán.

Y allí enumeré: los tiros de su custodia desde la garita de seguridad de la mansión de Yabrán en Martínez contra el periodista Fernando Amato y el fotógrafo Marcelo Lombardi, ocurridos en 1992; los disparos de Carlos Yabrán —hermano del magnate— que hirieron en una pierna a la periodista Florencia Álvarez del diario La Prensa, en la localidad entrerriana de Larroque, en noviembre de 1994; otra agresión ocurrida casi en simultáneo cuando la periodista María José Grillo y el fotógrafo Sergio Bertaccini de la revista Gente fueron apedreados, amenazados y luego perseguidos por un grupo de hombres, cuando montaban guardia en la puerta de la mansión de «El Cartero»; la brutalidad contra el equipo de Canal 8 de Mar del Plata que fue sacado a honderazos por parte de la custodia del empresario desde la puerta de «Narbay», la residencia veraniega en Pinamar adonde los colegas habían concurrido a tocar el timbre para lograr su testimonio, en enero de 1995, entre otros hechos. O sea, había antecedentes más que de sobra —sumados a muchos otros— para tener temor a una represalia de Yabrán y su gente. Esa fue mi respuesta a Sandro. Suena bastante lógico, ¿no? Pero a esta enumeración de hechos Sandro no respondió y Bonasso, en su publicación en Página/12 donde regalaba elogios al letrado e intentaba colocarme en un lugar incómodo, también obvió mencionarlas.

Recuerdo mi indignación por ese interrogatorio donde el abogado de Ríos buscó generar sospechas nuevamente sobre las víctimas y sus allegados. Y recuerdo también mi indignación cuando vi que Bonasso se hacía eco de esa estrategia, olvidándose quién era quién en este caso.

Esa conversación privada con Sirvén, lejos de demostrar lo que pretendía demostrar la defensa de Ríos, mostraba lo contrario: cómo el temor por lo que Yabrán podría llegar a hacer, por su propia historia, pegaba en quienes éramos simples trabajadores de prensa que habíamos sufrido la extirpación de un amigo y colega.

Hago hincapié en esta nota de Bonasso, aunque podría hacer referencia a varias más, todas apuntando a la exclusividad de la denominada «pista policial», argumentos que eran utilizados por la defensa de Yabrán para llevar agua a su molino. Lo mismo ocurrió en el libro Don Alfredo, donde incluso el propio Bonasso insiste en su tesitura y hasta llega a publicar una historia contada por un tal «Garganta Tres» (refiriéndose a la categoría de «Garganta Profunda» que los periodistas de The Washington Post, Carl Bernstein y Bob Woodward le otorgaron al informante anónimo que los ayudó a desentrañar el caso Watergate, que terminó en la renuncia del presidente norteamericano Richard Nixon), un hombre que tenía acceso a otro de la inteligencia europea que plantea una insólita y disparatada teoría sobre que el crimen de José Luis Cabezas fue una «operación sobre otra operación». Según surge de esas páginas del susodicho libro, Yabrán había querido asustar a José Luis (y es de suponer, a mí también) con un «apriete» y que sus enemigos, enterados de la empresa amenazante, decidieron matar al reportero gráfico para perjudicar a Yabrán y que todas las miradas acusatorias se posaran sobre él. ¿Quiénes eran los enemigos? La CIA, la central de inteligencia norteamericana. Es sabido que decir «fue la CIA» es casi lo mismo que diluir culpas, alejarse de la realidad más concreta abrazando versiones conspirativas. No es que la CIA sea incapaz de cometer hechos criminales de semejante envergadura: la historia así lo demuestra. Pero en un caso donde las pruebas desbordan contra los imputados, es una forma de desviar la atención sobre los verdaderos responsables.

En un momento del supuesto diálogo que transcribe Bonasso, le pregunta a su interlocutor si lo que quiere decir es que José Luis y yo trabajábamos para la CIA…

En la página 429 de Don Alfredo, Bonasso coloca este ida y vuelta:

—Entiendo. Pero usted se refirió a una cuestión muy específica. El agente le dijo: «Le tiraron encima al periodista y al fotógrafo para que (Yabrán) reaccionara». ¿Qué quiso decir? ¿Qué trabajaban para la CIA?

—Me extraña. Usted es periodista. Por supuesto que no quise decir eso. Ya estaba creado el clima para que el periodismo lo persiguiera. Podían ser ellos u otros. ¿O se olvida de los incidentes que ya se habían producido con la custodia? Michi y Cabezas hicieron su trabajo, el lógico. Como trataban de hacerlo en ese mismo momento otros periodistas y fotógrafos. Pero ellos descontaban, por la historia de las relaciones entre la revista y Yabrán, que la furia estallaría ante la insistencia de los hombres de Noticias. No sé si soy claro…

Bueno, menos mal. Lo único que faltaba era que encima nos colgaran a José Luis y a mí el sayo de ser agentes de la CIA. Menos mal que su fuente le aclaró al confundido Bonasso que estábamos haciendo nuestro trabajo como periodistas y que no había otra motivación que esa. Igual, pasadas ya casi dos décadas, me sigue sorprendiendo aquella pregunta de Bonasso a su interlocutor.

Durante el proceso oral y público que se siguió en Dolores, en la revista Noticias realizamos el «Diario del Juicio», un suplemento especial donde semana a semana íbamos contando los detalles del proceso oral. Edi Zunino, editor de ese suplemento, reveló en esas páginas algunas cuestiones que ponían más en ridículo lo contado por Bonasso en esas páginas del libro. Develó quién era el famoso «Garganta Tres» y cómo fue en realidad aquel diálogo.

Cuenta Zunino: «Los análisis de Bonasso, aparte, indicarían que los “15 o 20 cuerpos” del expediente que afirma haber revisado en su investigación —sobre un total de 250— le resultaron pocos, precisamente, para valorar el cúmulo de pruebas que reúne. Al final, insistió en su teoría —el verdadero hallazgo de Don Alfredo— de que el crimen de Cabezas fue “una operación dentro de otra operación”. Es decir, que los poderes norteamericanos que pretendían quedarse con los negocios de Yabrán, supieron del “apriete” al fotógrafo organizado por su gente y lo convirtieron —personal de la CIA mediante— en un asesinato. Su única fuente de esta “pista” en el libro es identificada con el cinematográfico alias de Garganta Tres. Se trataría de un “alto funcionario de Inteligencia”. Al inicio del Capítulo 20, en la página 217, la presentó así: «¿Qué es un país?» …«“Garganta Tres” toma un marcador y dibuja en una hoja de bloc. “Un país, aparentemente, es un círculo rojo con una pequeña puerta en la parte superior y otra en la parte inferior.” Garganta Tres traza líneas que van y vienen de una puerta a la otra. “Un país es esto, una superficie donde las mercancías entran, circulan y salen. Quien controla las puertas y el movimiento interior es el dueño del país”».

Y sigue Zunino: «En marzo de 1999, me encontré dos veces con Bonasso mientras él preparaba Don Alfredo. Yo había investigado bastante sobre Yabrán para Noticias, admiraba a Bonasso por Recuerdos de la muerte y El presidente que no fue, y me pareció noble aportarle los datos que pudiera. Lo primero que hice fue tomar una hoja, un marcador y preguntarle: “¿Qué es un país?” Me miró sin responder. Seguí dibujando el círculo con puertitas y calles interiores: “Un país es esto…” Hablamos de los intereses extranjeros enemistados con Yabrán. Y de la falta de una mínima prueba para sustentar esta hipótesis. Al final, me pidió sonriendo: “¿Me puedo llevar el papelito?”»

Para terminar así: «Fue en El Galeón del Norte, el bar de Santa Fe y Gurruchaga, frente a la comisaría 23ª. Meses más tarde me llegó un libro por correo privado. Tiene una dedicatoria: “Para Edi Zunino, con reconocimiento por tus generosos aportes. Un fuerte abrazo”. Firma: Miguel Bonasso».

Si bien esta articulación entre la realidad y la ficción que denuncia Zunino sobre lo escrito por Bonasso podría causar indignación en cualquiera que se sintiera realmente afectado por lo que ocurrió con José Luis, podría haber quedado en una simple anécdota de «mala praxis» periodística de parte del autor de Don Alfredo, que no revistió más daño que el simple desapego por la verdad en un libro pretendidamente periodístico. Pero la cosa fue bastante más allá.

Cuando, en la previa al juicio oral que se desarrolló entre el 14 de diciembre de 1999 y el 2 de febrero de 2000, las partes (fiscales, querellas y abogados defensores) empezaron a enviar la nómina de los testigos propuestos por cada uno de ellos para el debate, nos llamó la atención que el nombre de Miguel Bonasso fuera propuesto por la defensa yabranista, que en ese escenario iba a intentar despegar del caso al ex jefe de custodia del empresario, el ex sargento del Ejército Gregorio Ríos.

Parecía que los argumentos de Bonasso en el libro le eran muy útiles a la defensa encarnada por el abogado Jorge Sandro. De hecho, cuando finalmente se presentó a declarar, su testimonio fue, al menos, polémico. Como dice Zunino en una de las citas anteriores, Bonasso sostuvo que había leído una gran parte de la causa: entre 15 o 20 cuerpos. Pero la causa judicial tenía más de 200 cuerpos de expediente principal y otros tanto de expedientes anexos. También reconoció que, pese a que su investigación sobre Yabrán tenía un vínculo estrecho con lo ocurrido con Cabezas, no viajó ni una sola vez a Dolores aunque sea para conocer de primera mano lo que decían los documentos judiciales o entrevistar a quienes estaban vinculados a la investigación. También reconoció que gran parte de los elementos citados en su libro sobre la «Causa Cabezas» provenían de publicaciones de otros colegas, entre muchos otros ingredientes que dejaron trastabillando su testimonio frente a las preguntas de los fiscales y de los abogados de la familia de la víctima. Mientras su declaración transcurría, muchos de los periodistas que seguían la audiencia allí mismo en Dolores, refunfuñaban por lo bajo (y no tanto). Esos colegas que habían puesto el cuerpo al caso, incluso teniendo que literalmente mudarse a Dolores dejando atrás sus propias vidas, se enojaban cada vez que escuchaban los «análisis» y las «informaciones» que aportaba Bonasso sobre este hecho que ellos sí conocían en profundidad.

Antes de salir del tribunal, la querella pidió que se investigara si Bonasso había incurrido en falso testimonio. Cuando salió de allí, Bonasso estaba muy ofuscado. Lo llamó a Zunino para recriminarle:

—Me mandaron a toda la artillería. Me hicieron quedar como un mentiroso. —La referencia de Bonasso tenía que ver con que los abogados de Candela Cabezas eran los abogados de la revista Noticias.

A lo que Zunino respondió:

—¿Vos me hablás de mentiras? Vos fuiste al tribunal a decir que un servicio de Inteligencia, «Garganta Tres», te había dicho que detrás del crimen podía estar la CIA y vos sabés que quien te mencionó la CIA fui yo y lo que te dije fue que hubo tantas versiones descabelladas que hasta se llegó a hablar de eso…

Y la respuesta de Bonasso fue clara:

—Bueno… son licencias literarias… «Licencias literarias…» cuando estábamos hablando del asesinato de nuestro compañero y de la mafia que lo había ejecutado. En fin…

Cabezas
Un profundo homenaje al periodista que dio su vida por llevar adelante la tarea de desnudar las mafias y un sentido recorrido por la vida de un hombre cuyo asesinato también fue el símbolo de un país. Porque a veinte años, todavía se oye en las calles el grito contra las mafias, el crimen y la impunidad: “Cabezas, ¡presente!”.
Publicada por: Planeta
Fecha de publicación: 01/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 978-950-49-5546-7
Disponible en: Libro electrónico Libro de bolsillo

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