viernes 26 de abril de 2024
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«Sabias», de Adela Muñoz Páez

En este libro rescatamos la historia de algunas de las mujeres que han hecho contribuciones relevantes a la ciencia. Para entender por qué fueron tan escasas y hoy son tan desconocidas, realizaremos un paseo por la historia. En éste veremos que hasta bien entrado el siglo xx las mujeres tuvieron vetado el ingreso en las universidades y el ejercicio de muchas profesiones que requerían estudios, y que antes habían sido expulsadas de las bibliotecas de los monasterios, los centros donde se refugió el saber durante la Edad Media. También investigaremos por qué sus historias fueron borradas de los anales de la ciencia o sus contribuciones, arrebatadas.

El redescubrimiento de estas mujeres es un ejercicio de justicia histórica para que por fin brillen con todo su esplendor.

A continuación un fragmento, a modo de adelanto:

Oliva Sabuco,  la manchega que desafió a Aristóteles

Una humilde sierva y vasalla, hincadas las rodillas en ausencia, pues no puede en presencia, osa hablar. Diome esta osadía y atrevimiento aquella antigua ley de alta caballería, a la cual los grandes señores y caballeros de alta prosapia se quisieron atar y obligar, que fue favorecer siempre a las mujeres en sus aventuras.

El gran señor y caballero a quien iban dirigidas estas palabras era nada menos que el rey Felipe II; la dama hincada de rodillas, Oliva Sabuco de Nantes Barrera; el motivo de la súplica era poner bajo la protección de su Majestad Católica a:

[… ] este mi hijo que yo he engendrado y reciba este servicio de una mujer, que pienso es el mayor, en calidad, que cuantos han hecho los hombres.

El «hijo» era su obra Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no conocida ni alcanzada por los grandes filósofos antiguos, la cual mejora la vida y la salud humana, publicada en 1587 en todos los reinos de España, incluidos Portugal y Nueva España. La obra era singular no solo porque su autora fuera una mujer, sino porque estaba escrita en castellano y no en latín. Pero lo más revolucionario de ella era que afirmaba que el conocimiento se adquiría por la experiencia y desafiaba las autoridades de los doctos médicos de la Antigüedad grecolatina Aristóteles y Galeno. Para mayor escándalo, decía que el origen de las emociones y del pensamiento estaba en el cerebro y no en el corazón o en los testículos, como se había creído hasta entonces. Según Juan Bautista Cubíe, autor español del xviii que escribió una obra dedicada a las mujeres doctas españolas:

Esta mujer fue delante de Renato Descartes en la opinión de constituir el cerebro por único domicilio del alma racional aunque extendiéndola a toda sustancia y no estrechándola precisamente a la glándula pineal como Descartes.

El notable interés de la obra ha hecho que a comienzos del siglo XXI se hayan realizado varios estudios documentales sobre la  autora y su época, que han culminado con la publicación de una versión inglesa en 2006 y otra española en 2007.

¿Quién era esta arrogante mujer que pensaba que el servicio que hacía con su libro era «mayor, en calidad, que cuantos habían hecho los hombres»?

 

En un lugar de la Mancha

Oliva nació en Alcaraz, villa de la provincia de Albacete, en el año 1562, cuando en España reinaba Felipe II tras la abdicación de Car- los V en 1556, cuando la Contrarreforma, articulada en el Concilio de Trento (1545-1563), empezaba a tomar forma en la Península. Padre e hijo fueron unos reyes muy diferentes: Carlos fue un rey guerrero, mientras que Felipe fue un rey burócrata. No obstante hubo algo en lo que no se diferenciaron: la defensa de la Iglesia de Roma que, de acuerdo con el carácter de ambos monarcas, hicieron de forma diferente. Tres años antes del nacimiento de Oliva, en 1559, habían tenido lugar los famosos autos de fe de Valladolid y Sevilla, durante los que fueron quemadas en la hoguera más de treinta personas, con lo que se arrancaron de raíz los focos protestantes de la Península. Felipe II, que asistió al auto de fe de Valladolid, dictó ese mismo año las Pragmáticas Sanciones que prohibían la entrada de libros extranjeros en nuestro país y la salida de súbditos españoles para estudiar o enseñar en las universidades europeas. Estas leyes fueron la culminación de un proceso de censura intelectual que había empezado en 1546 con la publicación del primer Índice expurgatorio de libros prohibidos por la Santa Inquisición, seguido de la publicación de una Pragmática Sanción en 1558 que establecía la necesidad de incluir un informe favorable del censor para que un libro pudiera ser impreso en España. Los efectos de la Contrarreforma sobre el progreso científico y económico en los siglos posteriores serían devastadores. Si el fracaso de las Comunidades privó a Castilla de la élite política, la Contrarreforma laminó las vocaciones científicas que en otros países darían lugar a la Revolución científica.

En esa época y en ese ambiente, ¿era verosímil que hubiera una mujer letrada y lo suficientemente valiente como para poner sobre el papel sus propias teorías sobre la salud del cuerpo y la mente? Si examinamos los estudios de género ingleses, norteamericanos y franceses, se diría que no. Según estos estudios, España en esa época era un erial en lo que a mujeres doctas se refiere; por ejemplo, apenas hay referencias a las doctae puellae de la corte de Isabel I y sus sucesoras. Pero lo cierto es que, aunque poco conocidas, las mujeres ilustradas no faltaron durante los reinados de los Austrias Mayores.

No hay evidencias de que Oliva recibiera instrucción formal, pero pudo recibirla en privado, como hija de una persona cultivada, el bachiller Miguel Sabuco, que había realizado estudios de leyes en la Universidad de Alcalá y fue regidor y boticario de Alcaraz. Pudo tener acceso a la biblioteca del convento dominico que había junto a su casa, al que más tarde Oliva cedería parte de su propia vivienda. Además del bachiller Sabuco, había en Alcaraz otros personajes ilustrados, entre los que cabe señalar a Pedro Simón Abril, uno de los humanistas más destacados de la época, maestro en la villa cuando Oliva tenía entre dieciséis y veintiún años. También vivían en Alcaraz, cuna del arquitecto Vandelvira, el bachiller Gutiérrez y el doctor Heredia, padrino de bautismo de Oliva, que bien pudo instruirla en medicina y poner a su disposición su biblioteca. Todos estos personajes pudieron hacer tertulia en la rebotica de Miguel Sabuco, a la cual una hija despierta y bien formada pudo asistir y tomar parte en las discusiones.

Se sabe poco más de la vida de Oliva, excepto su matrimonio con Acacio de Buedo a los dieciocho años. Seis años después envió su obra al Escorial, residencia de Felipe II, para presentarla ante el monarca al que va dedicada. La obra comenzó entonces el proceso para obtener las autorizaciones del Consejo Real y del presidente de Castilla, que debía hacerla llegar a los censores de la Inquisición. Estos hubieron de dar su visto bueno antes de que la obra fuera publicada en la imprenta de Pedro Madrigal en 1587.

 

Coloquios

La obra de Oliva consta de siete partes, precedidas por dos cartas de presentación. La primera, dirigida al rey Felipe II, incluye el fragmento citado al principio de este capítulo y en ella le pide que proteja su obra porque «faltaba al mundo como muchas otros sobran». La segunda carta va dirigida a Francisco Zapata, conde de Barajas, presidente de Castilla y del Consejo de Estado de su Majestad. En ella Oliva solicita que, en caso de ser atacada por émulos o estafadores que quisieran usurparle su obra, se convoque un consejo de sabios ante el cual ella demostraría la veracidad de las afirmaciones contenidas en ella.

En conjunto se trata de una obra muy ambiciosa que aborda disciplinas tan dispares como la medicina, la psicología, la filosofía natural, la ética y la política, haciendo aportaciones originales en todas ellas. El cuerpo fundamental de la Nueva filosofía está formado por cinco diálogos o Coloquios escritos en castellano entre los pastores Antonio, Rodonio y Veronio, y un médico que participa en los diálogos de contenido médico. Antonio, que representa las opiniones de la propia Oliva, adopta un papel similar al de Sócrates en los diálogos platónicos, exponiendo su doctrina al responder a las preguntas de los demás. Las partes sexta y séptima están escritas en latín y son un resumen de las anteriores. En ellas la autora se muestra mucho más conservadora, por lo que se supone que esta parte estaba escrita para que fuera leída por los censores.

En el «Primer coloquio», que trata del conocimiento de uno mismo, se habla de medicina y psicología, y se dan consejos para evitar las enfermedades y prolongar la vida, criticando de forma explícita los saberes tradicionales de Aristóteles, Hipócrates y Galeno. De hecho, el objetivo de la obra es poner de manifiesto las trampas y errores que contenían las obras de estos sabios de la Antigüedad. Uno de los aspectos más llamativos de este «Primer coloquio» es la hipótesis de la existencia de una estrecha vinculación entre la mente y el cuerpo, por lo que propugnaba que un malestar anímico podía acarrear un malestar físico, una enfermedad y, en casos extremos, la muerte. Según Oliva un gran número de muertes se producían por el enojo y el pesar, que ella llama «la mala bestia que consume al género humano», lo que puede ser una de las primeras descripciones de la depresión. Desde este punto de vista, esta obra puede considerarse como el primer tratado de medicina psicosomática. En este texto, así como en el resto de los coloquios, Oliva no se limita a criticar la teoría de los cuatro humores, sino que defiende que la ciencia debe estar basada en la experiencia y no en la autoridad de la persona que postula las teorías. Esto que hoy nos parece evidente, contradecía el aristotelismo, base de la filosofía escolástica que dominó Europa durante la Edad Media. La opinión de las autoridades avalada por la Iglesia, base indiscutible de todo el conocimiento en esta época, no fue cuestionada abiertamente hasta que Galileo, coetáneo de Oliva, la criticó abiertamente en la época en que la Nueva filosofía fue publicada.

Una de las tesis más llamativas y rompedoras de la obra de Oliva es la concepción biseminal de la reproducción humana, lo cual estaba en franca contradicción con la teoría aristotélica que decía que los hijos eran herederos únicamente de los caracteres del varón y que la mujer era el mero receptáculo donde se criaban. Oliva se atrevió a proponer una teoría alternativa según la cual en la generación humana tenía lugar una «mixtura» de ambas simientes. Puntualizaba además que en algunos casos una de ellas, que podía ser tanto la del hombre como la de la mujer, prevalecía sobre la otra. También propuso conceptos médicos nuevos, como el «quilo» que corresponde a lo que un siglo más tarde el inglés Willis llamaría succo nerveo, lo que hoy  se conoce como «neurotransmisores», concepto que pocos estaban en condiciones de intuir en aquella época.

El «Segundo coloquio» es un tratado de filosofía natural y cosmología, en el que la manchega apunta que «la materia toda no es inerte por esencia, sino activa de suyo». En este coloquio Oliva se atreve incluso a describir el firmamento, pintar los cielos, explicar estaciones, eclipses y tempestades. Aquí la autora sigue la teoría conservadora del geocentrismo, al explicar que la Tierra está en el centro del universo rodeada de varias esferas celestes donde se sitúan la Luna, el Sol y el resto de los planetas conocidos.

El «Tercer coloquio», que trata «de las cosas que mejoran las repúblicas», tiene un contenido político-social extraordinariamente avanzado para su época. La osadía de Oliva es tal que llega a afirmar que la honra es algo que el hombre debe ganarse con su compor- tamiento a lo largo de su vida, que no ha de venir dado por el nacimiento. Esto era algo inaudito en una época en la que la categoría de una persona venía determinada por su cuna y en una sociedad en la que ser cristiano viejo era el mérito más importante para un súbdito de su Majestad Católica. Como obra plenamente renacentista, su centro no es Dios, sino el hombre en un sentido amplio que incluye también a la mujer. El objetivo de la obra es mejorar la salud del cuerpo y el alma de los hombres, así como el gobierno de sus repúblicas, tareas que han de realizar los propios hombres, aunque siempre sometidos a los designios del Altísimo.

Oliva se mostraba muy crítica con lo que ella consideraba excesivas medicalización y burocratización de la sociedad de su época. Decía que la tendencia creciente a solucionar los litigios acudiendo a los profesionales expertos en latines era perniciosa, pues no facilitaba la resolución de los conflictos, sino que los multiplicaba. También se quejaba de que la prolongación de los pleitos los hacía injustos, incluso en el caso de que las sentencias finales fueran justas. Tenía una opinión parecida respecto a las enfermedades y los médicos. Decía que la mayor parte de las enfermedades se curaban con una vida saludable, mientras que muchos de los remedios que prescribían los médicos no hacían más que acelerar la muerte. En eso seguramente tenía razón, porque tratamientos como sangrías y trepanaciones realizadas sin las mínimas condiciones de higiene y asepsia, y medicinas como los mercuriales y arsenicales, de uso común entonces, debían de hacer más mal que bien a la salud. Las normas de vida que consideraba saludables no se diferenciaban mucho de las que se recomiendan hoy en día: ingerir comida saludable y no muy copiosa, realizar ejercicio moderado, vivir en un ambiente agradable e intentar evitar las situaciones conflictivas. Como curiosidad hemos de señalar que Oliva también hablaba de la existencia de una especie de alma en los animales, al observar que ellos también tenían «sentimientos».

Con motivo de la publicación de la primera edición, Lope de Vega le dedicó el apelativo de «décima musa», y el licenciado Juan  de Sotomayor, un convecino, le dedicó el siguiente poema:

Oliva de virtud y de belleza, con ingenio y saber hermoseada, Oliva do la ciencia está cifrada, con gracia de la suma eterna alteza.

Oliva de los pies a la cabeça de mil dones divinos adornada; Oliva, para siempre eternizada, has dexado tu fama y tu grandeza.

Aunque el más sonoro de los panegíricos de la obra de Oliva es el realizado por el abogado y periodista salmantino Julián Sánchez Ruano, diputado de la gloriosa república de 1869, que realizó una tesis doctoral sobre ella:

Doña Oliva Sabuco de Nantes, sutil y clara en ingenio, amena y copiosa en erudición, perspicua y firme de talento y fácil, correcta y elegante en el decir, ya escribiese en el idioma majestuoso de Tulio, ya en el sonoro y grave de Mendoza.

Las opiniones heterodoxas de Oliva respecto a las mujeres no se limitaron al papel que les asignaba en la procreación descrito más arriba, sino que se extendieron a sus capacidades intelectuales y sus funciones sociales. Pero, en contraste con otros muchos defensores de las mujeres de su época o posteriores, como los españoles Luis Vives (S. XVI) y Juan Bautista Cubíe (S. XVIII), y el francés Gilles Ménage  (S. XVII), Oliva no hizo una lista de mujeres sabias, sino que se limitó a no imputar a las mujeres ningún vicio o virtud por el hecho de serlo. En su obra se refiere a ellas empleando términos tales como «compañera» o «semejante» que no implican inferioridad respecto a los hombres y emplea símiles en las que las compara con reyes o sabios de la Antigüedad.

Lo excepcional de la imagen que Oliva Sabuco da de las mujeres se pone de manifiesto si se tiene en cuenta que, cuando se publicó la Nueva filosofía, la mujer se consideraba un hombre imperfecto o mutilado de acuerdo con la tradición aristotélica. Así, en la obra La perfecta casada, del agustino fray Luis de León, publicada en Madrid cuatro años antes que la obra de Oliva se podía leer:

… porque como la mujer sea de su natural flaca y deleznable más que ningún otro animal y de su costumbre e ingenio una cosa quebradiza y melindrosa…

… el fin para el que la creó [Dios] es para que sea ayudadora del marido.

Por ello debían permanecer unidas a él durante el resto de su vida, incluso en las condiciones más adversas:

«¡Oh, es un verdugo!» Pero es tu marido. «Es un beodo», pero el ñudo matrimonial lo hizo contigo uno.

En contraste con la visión del agustino, Oliva pensaba que el funcionamiento del cerebro de los hombres y las mujeres no era diferente, por lo que no admitía que la mujer tuviera que estar sometida al hombre; es más, ni siquiera se refería a esta sumisión para rebatirla.  A pesar de la clarividencia de Oliva, la obra del fraile tuvo mucho más éxito que la de la manchega, y de hecho se seguía regalando a las recién casadas españolas a comienzos del siglo xx.

La obra de Oliva es singular desde muchos puntos de vista, por lo que debería ocupar un lugar destacado en el patrimonio literario-científico-filosófico español, a pesar de lo cual lo que decía Sánchez Ruano en 1869: «… es de pocos conocida con verdad y de menos con justicia valorada» seguía siendo cierto a mediados del siglo XX, cuando fue redescubierta.

 

¿Autor o autora?

La erudición mostrada en las citas de los clásicos y la desenvoltura a la hora de derribar prejuicios arraigados llevó a algunos historiadores a proponer la hipótesis de que el autor de esta obra no era Oliva sino Pedro Simón Abril, único personaje del entorno de Oliva con talla intelectual suficiente para escribir una obra del calibre de la que nos ocupa, según estos autores. Pero aunque Simón Abril mostraba ideas muy avanzadas en muchos aspectos, su autoría de la Nueva filosofía puede ser descartada porque en medicina mostraba un acuerdo absoluto con los sabios de la Antigüedad, en franca oposición a los postulados que aparecen en esta obra.

A pesar de lo inusual de sus circunstancias, Oliva fue considerada durante más de trescientos años como la única autora de la Nueva filosofía. Sin embargo, el descubrimiento en 1903 de unos documentos del bachiller Sabuco, en los que se declaraba único autor de la Nueva filosofía, fue suficiente para que los responsables de la Biblioteca Nacional consideraran probado que la obra había sido escrita por él. Un documento privado pesó más que un documento público, un libro impreso del que se tiraron muchos ejemplares, así como la abundante documentación que recogía la autoría de Oliva y la remitida a los censores. El hecho es que a partir de 1903 esta obra dejó de estar atribuida a Oliva y pasó a atribuirse a su padre; así sigue hasta la fecha.

A comienzos del siglo XXI los partidarios de la autoría de Oliva se han enzarzado en un acerbo debate con los defensores de la autoría del bachiller Sabuco. Así, por ejemplo, los defensores de la autoría de Oliva recuerdan que, poco antes de la firma del documento, Miguel Sabuco había tenido un hijo con su segunda mujer, hijo al que quería legar los beneficios de una obra que en su primera edición se había vendido muy bien, y que su interés era solo pecuniario. El carácter avariento del bachiller se había puesto de manifiesto en los múltiples pleitos que tuvo con sus hijos, todos por motivos económicos.

Sabias
¿Quiénes fueron Enheduanna, Émilie de Châtelet e Hildegarda de Bingen? ¿Fue Marie Curie merecedora de los dos premios Nobel de ciencias que recibió? ¿Habría sido posible descifrar la estructura del ADN sin el trabajo de Rosalind Franklin? Un fascinante recorrido por la historia de las mujeres de la ciencia.
Publicada por: Debate
Fecha de publicación: 08/01/2017
Edición: 1a
ISBN: 9789873752728
Disponible en: Libro de bolsillo
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