Green Vivant, la comunidad online del bon vivant saludable, nació en 2004 como una forma de integrar sabidurías esenciales en el contexto de ciudades modernas, ayudando a miles de seguidores a dar el primer paso hacia una vida más natural, saludable y consciente.
La alimentación, la actividad física, los vínculos entre la ciudad y el planeta, el hogar, la educación de los hijos… Todos estos temas, que convirtieron a esta comunidad en uno de los sitios web de bienestar con más seguidores, son el corazón de esta guía, escrita por Facundo Bertranou y Adrián Montesoro, los creadores tras el éxito de Green Vivant.
Una guía al alcance de todos para que el bienestar personal se extienda hacia nuestra comunidad en una nueva manera, más consciente y empática de habitar el mundo.
A continuación un fragmento, a modo de adelanto:
La ciudad es una gran protagonista de este libro. Es nada menos que el escenario principal donde transcurren nuestras vidas. Somos seres urbanos, en un sentido positivo. Abrazamos la vida citadina con la aspiración de que la experiencia de la ciudad sea enriquecedora, dinámica, y a la vez equilibrada y sustentable.
Como green vivants, queremos vivir plenamente todo lo que la ciudad tiene para ofrecernos (espacios abiertos, conocimientos y espectáculos, su comunidad diversa y múltiple, el fascinante avance de la tecnología y la ciencia), aceptando el desafío de mantener, a la vez, nuestros espacios de calma y quietud.
La cita al comienzo de este capítulo no es casual, de eso se trata para nosotros la vida en la ciudad: de una oportunidad constante para vivir experiencias profundas, y no, como parece invitarnos permanentemente la capa más superficial del terreno urbano, una forma de vida dedicada al consumo compulsivo.
¿Es posible vivir una vida equilibrada, sana, plena, en la ciudad? Claro que sí. Para eso es imprescindible empezar por el principio. Necesitamos comprender su dinámica, sus espacios, su estructura de funcionamiento, sus pros y contras, para así imaginar y proponer un futuro sostenible en relación con nuestra calidad de vida. Necesitamos hacernos las preguntas adecuadas, repensar el concepto de ciudad actual y hacia dónde se dirige.
Un poco de historia
Las ciudades se fueron conformando como una respuesta natural a la necesidad humana de agruparnos para vivir en comunidad, protegernos y producir juntos. Es interesante que, justamente por eso, la ciudad, una forma de organización antiquísima, es a la vez la más vigente para expresar esa naturaleza comunitaria que nos caracteriza.
¿Antiquísima? Sí. Existieron grandes ciudades en la Antigüedad, desde Egipto a Roma pasando por Grecia, que luego sufrieron una transformación hacia la ciudad medieval, amurallada, como espacio de protección claramente recortado de un marco agrícola. A lo largo de la historia, la evolución de las grandes urbes ha estado relacionada con la obtención de los recursos —alimentarios, energéticos, etc.— necesarios para mantenerlas. Entre los siglos xvi y xix, por ejemplo, distintos países europeos establecieron duraderos regímenes de colonización y esclavitud, desde México a Brasil, de la India a África. Con ellos, el modelo europeo de ciudad saltaría del continente europeo a América Central, del Sur y del Norte.
Con el paso del tiempo, se acrecentó la competencia por el espacio dentro del perímetro urbano. Hacia finales del siglo xix era evidente el hacinamiento de una población cada vez más numerosa en pobres condiciones de salubridad. Recién con el arribo del 1900 se desarrollaron los llamados “ensanches urbanos”, que permitieron la proyección de edificios y viviendas amplias, bien ventiladas, con iluminación natural, abastecimiento de agua y saneamiento, que a lo largo del siglo xx llegarían a disponer de gas, baño, electricidad, calefacción y agua caliente. El replanteo urbano de esta época marca al día de hoy nuestras calles y manzanas, la forma en que pensamos qué es el “confort”.
Las amplias calles de aquel entonces se diseñaron para el paso de tranvías y carros de tracción animal pero, al cabo de unos años, el uso del automóvil llegó a apropiarse de tal modo del espacio público que la congestión de las calzadas no hizo más que provocar la dispersión del modelo urbano compacto.
Uno de los temas más conflictivos a la hora de pensar una vida mejor y más saludable en la ciudad es justamente ese: el automóvil y el transporte en general. El problema del tránsito continuo en la ciudad se ajusta a un estilo de vida que todos, o casi todos, damos por sentado: un vaivén continuo en horarios pautados, de casa al trabajo, del trabajo al ocio, del ocio a las compras, de las compras a la escuela… La movilidad en coche es la mejor respuesta que encontramos para esta rutina. Pero hoy vemos cómo esa salida es muy equivocada. Realmente, más que vivir en la ciudad, pasamos gran parte del tiempo trasladándonos a través de ella. Como afirma el pensador y sociólogo Zygmunt Bauman: “Hoy en día, la felicidad se asocia con la movilidad y no con un lugar”.
La ciudad del siglo XXI: la era del “prosumidor”
Según la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), en el año 2050 el setenta por ciento de la población mundial vivirá en núcleos urbanos. Para esa misma fecha seremos nueve mil millones de personas en el mundo y se superarán los diez mil millones a finales de siglo. ¡Qué números! No hace falta argumentar más a favor de la necesidad, imperiosa, de encontrar fórmulas de consumo eficientes.
Hoy nos encontramos inmersos en problemas de sostenibilidad urbana complejos y globales; y la huella de carbono que deja cada uno de nosotros impacta en la ciudad. Pero para enfrentar este desafío es necesario abandonar la mirada fatalista. Jeremy Rifkin, un sociólogo, economista y escritor estadounidense, propone repensar los cambios de la ciudad y su futuro a la luz de dos factores basales de nuestra época: Internet como medio de comunicación transformador y las energías renovables como nuevo medio de producción.
Pensemos cómo hasta ahora el petróleo dominó todos los ámbitos: cada producto que consumimos, cada acción que realizamos, como nos transportarnos o cómo calentar nuestro hogar, depende de un derivado del petróleo. Desde los cosméticos hasta el asfalto de las calles, esta sustancia signa el mundo que conocemos. Rifkin plantea que el ciclo del petróleo está llegando a su fin, y las energías renovables que cada día se acercan más en accesibilidad y eficacia, estarán al alcance de todos para obtener y hasta producir, a través de tecnologías como los paneles solares. Igual que la información ya está transformando su flujo gracias a Internet y su intercambio digital entre usuarios, así será la relación con la energía dentro de no mucho tiempo. Si lo pensamos bien, ¡el sol es gratis y de todos por igual! Sólo falta que accedamos a su poder energético con una infraestructura acorde. Del mismo modo que hoy se socializa la información y hasta la música vía online, este modelo puede traducirse a la economía dentro de poco.
Rifkin llama a esto la “Tercera Revolución Industrial” y plantea una lógica descentralizada que comienza de a poco a instalarse entre nosotros, más horizontal y compartida, donde todos seremos a la vez productores y consumidores de todo tipo de bienes, que se intercambiarán cada vez más entre vecinos cercanos. Si bien esto nos parece lejano, pensemos cuántos pasos ya se están dando hacia ese escenario. Por ejemplo, en Alemania muchas casas ya se autoproveen de energía solar exclusivamente. En Holanda, se prohibirá la venta de vehículos alimentados por combustibles fósiles a partir de 2025, según una ley ya sancionada.
Las ciudades del futuro: ciudad tecnológica, ciudad digital, ciudad participativa
Todo esto que parece quizás tan utópico está más cerca de lo imaginable. El estallido de la revolución digital está creando una sociedad hiperconectada y colaborativa. La relación entre los ciudadanos cambió para siempre, y aunque queramos proteger el barrio y sostenerlo como forma de relacionarnos, es cierto también que hoy por hoy quizás nos sintamos “vecinos” de personas que no lo son físicamente y podemos disfrutar de nuestras ciudades aun sin salir de casa. Todo eso es posible por el reinado de la tecnología.
Como tendencia global, yendo más allá, comenzaron a surgir las smart cities o ciudades inteligentes, también llamadas «ciudades eficientes» o «ciudades supereficientes». ¿Qué es una smart city? No hay una sola definición. Ser smart no es un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a conseguir lo que todas las ciudades deberían brindar: la mejor calidad de vida posible para sus habitantes y un espacio de convivencia sostenible medioambientalmente.
Este tipo de ciudad cambia el modelo de relaciones existentes. Desde el punto de vista económico, da paso a la economía colaborativa: esto que quizás suena grandilocuente, se plasma en formas tan simples como el trueque, el cooperativismo y la producción artesanal. En términos sociales, permite nuevas formas de participación ciudadana, y en el ámbito municipal facilita la adopción de políticas urbanas más ágiles y transparentes. Este nuevo modelo de relaciones abre la puerta a una comunicación más fluida entre todos los actores (ciudadanos, empresas, instituciones, visitantes, inversores…) y, a su vez, profundiza en su integración con otras ciudades y otras escalas territoriales.
Se habla mucho a nivel global en torno a los proyectos de ciudades sostenibles, concepto pariente de la ciudad inteligente. En Singapur, otra gran urbe desafiada por su contexto espacial y su población altísima, se desarrolló Smart Grid: una red bidireccional que no solo controla y gestiona el consumo de energía, sino que integra un sistema de producción alternativa descentralizada desde el que introduce electricidad en la red a partir de generadores ecológicos, como paneles solares o pequeñas plantas de ecogeneración. En el norte de Europa, Suecia implementó SymbioCity, un proyecto de once mil viviendas situado sobre una antigua zona portuaria de Estocolmo. Es el primer ejemplo de urbanización capaz de mantenerse a sí misma gracias a fuentes renovables. En Nevada, Estados Unidos, han puesto en marcha Boulder City, una red inteligente de distribución eléctrica para reducir tanto el consumo eléctrico como su coste, y aumentar la fiabilidad y transparencia del sistema.
¿Y en Argentina? También hay avances muy claros. Podemos hablar del primer barrio bioclimático en la provincia de San Luis, donde las viviendas de este barrio de la capital puntana cuentan con paneles fotovoltaicos y un medidor bidireccional para no solo para autoabastecerse sino también para inyectar energía a la red de distribución. También están equipadas con equipos termosolares, para calentar agua y calefaccionar los hogares a través de losa radiante, y aislación térmica de paredes, techos y aberturas con DVH (doble vidriado hermético). La empresa que presta el servicio eléctrico, descuenta en las facturas el aporte energético de los hogares. El sistema está pensado con criterios de sustentabilidad y de integración.
Con mayor ambición aún, y mejor proyección en los “prosumidores” que antes mencionamos, el Estado argentino está impulsando una iniciativa que comprenderá créditos y un estímulo económico para quienes instalen paneles solares en sus casas. A partir de este cambio, la idea es que cada consumidor pueda transformarse en un productor atento al gasto energético de su hogar y a las oportunidades comerciales de “vender” al sistema nacional la energía que se genere en el techo de su casa. Este proyecto, aunque nos parezca literatura fantástica, se implementó no solo en Europa, sino que Uruguay lo está fomentando y Chile maneja desde hace años una ley que reglamenta similar sistema.
Más allá de los recursos tecnológicos y energéticos, hay muchas otras cuestiones que contribuyen al cambio de una ciudad hacia un modelo más verde. En Argentina hay numerosos emprendimientos de barrios ecológicos o autosustentables, cada vez más comunes y más accesibles, pues no se trata de countries o barrios cerrados, sino de propuestas permaculturales o agroecológicas, como Puertas Adentro, un barrio ecológico en San Andrés de Giles donde cada propietario de una chacra es también dueño de la cooperativa que produce y cría caracoles, o Chacras de San Andrés, donde se conserva casi una hectárea de pampa húmeda con su flora y fauna autóctonas.
En Barcelona, el ayuntamiento impulsó un proyecto para bautizarla como la primera ciudad veg-friendly (amiga de la cultura vegana y vegetariana), apoyado en una serie de medidas que impulsan el vegetarianismo, atrayendo así a emprendedores del estilo de vida saludable y también, por supuesto, al turismo saludable.
El desafío
Estamos en un momento histórico único, donde el conocimiento y la toma de conciencia de los ciudadanos pueden funcionar como un arma efectiva para modificar esta situación, junto al planeamiento sostenible de las ciudades.
El manejo responsable de los recursos, así como la creatividad al servicio del ordenamiento urbano, con novedades como la construcción de edificios ecoeficientes o el fomento de la movilidad sustentable, son enormes aliados para lograr que la ciudad se convierta en lo que siempre debió ser: un espacio saludable, estimulante, propicio para el desarrollo y el equilibrio entre todos sus habitantes, con una mejor calidad de vida para todos.
El concepto de ciudad está en proceso de transformación radical, y de todos depende hacia dónde nos conduzca. Readueñarse del espacio público es la clave para que suceda en un sentido positivo. La ciudad es el espacio-tiempo donde se plasmarán los cambios que brotan, en realidad, del comportamiento humano. Si no queremos que la ciudad nos agote, somos nosotros los que podemos operar un cambio en ella. Para eso, por supuesto, todos debemos alinearnos en una toma de conciencia grupal e individual.
Lo que podemos hacer
La ciudad es también nuestra casa. Todos los aspectos de nuestra vida transcurren en ella: tiempo libre, trabajo, vida en familia. Entonces, desde esos mismos aspectos podemos contribuir al gran cambio.
No proponemos desterrar ni anular la forma de vida a la que estamos acostumbrados, puesto que el modelo más realista y más positivo no es hacer “borrón y cuenta nueva”, sino transformar y hacer evolucionar lo ya construido.
El mejor aporte para que la ciudad evolucione está en lo más pequeño y cotidiano: retornar a un modelo micro, de conexión con lo que tenemos cerca y menor dependencia de lo que está lejos. Así, podemos recuperar los beneficios de la “aldea” aun viviendo dentro de las ciudades más imponentes. Las siguientes son algunas acciones concretas que podemos convertir en hábitos.
Que el consumo no nos consuma
A la hora de las compras, elegir consumo local, relacionarnos con los vecinos y el espacio público son las mejores formas de lograrlo. Es ideal informarnos acerca de ferias y mercados sustentables cerca de nuestro hogar y participar de ellos con asiduidad. ¿Qué obtenemos con esto? Un menor impacto a nivel ecológico, un consumo más limpio, justo y sostenible, con consecuencias beneficiosas sobre el ambiente y el tejido social, y una conexión irreemplazable con nuestro medio y quienes nos rodean. De esta manera participamos también del cooperativismo, una forma excelente de vivir en la ciudad.