jueves 28 de marzo de 2024
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Adelanto de «El final del deporte como lo conocimos», de Marcelo Gantman

Tecnología y datos son dos factores combinados que cambiaron para siempre el deporte tal cual como lo conocíamos. Las nuevas generaciones de fanáticos tienen un vínculo digital con el fútbol y marcan una ruptura: ya no miran un partido completo. Los entrenadores de los equipos cada vez tienen más datos sobre el rendimiento de sus jugadores. Las organizaciones deportivas producen contenidos con sus OTTs, lanzan activos digitales y buscan otras formas de interacción con sus seguidores. Los medios tradicionales compiten con streamers que construyen comunidades y se disputan el ocio y el tiempo libre de los fanáticos. Los deportes emblema de una cultura centenaria integran un flamante ecosistema sostenido por las redes sociales, nuevos medios, el streaming en manos de los mismos usuarios, NFTs, fan tokens, plataformas online, wearables y el tracking de performance de los atletas y de los hábitos de consumo de los fans.

Marcelo Gantman investigó cómo la tecnología y el análisis de datos atravesaron todas las áreas de la industria del deporte para dar forma a nuevos consumos, visiones innovadoras para la gestión de las organizaciones, evolución en el rendimiento de los atletas y el uso de las estadísticas avanzadas para crear contenidos más atractivos para los fanáticos a nivel global. El final del deporte como lo conocimos es un libro que explica el presente de la industria deportiva y ofrece algunas señales de un futuro posible, con una pregunta abierta: ¿Tecnología y datos pueden ganar partidos?

A continuación, un fragmento a modo de adelanto:

Nuevos medios, viejos odios

El debate inútil por definir si todo esto es periodismo deportivo o no

Pase largo de Frank de Boer, tal vez el único pelotazo que tiró Holanda en todo el partido, dominio de Dennis Bergkamp y gol en el minuto 89. Argentina fuera de Francia 98. A la salida del Estadio Velodrome de Marsella, en una explanada, decenas de argentinos con jeans y camisetas argentinas, vestimenta oficial del turista del fútbol, hacen fila para hablar con sus familiares vía collect call desde los teléfonos públicos. La desazón de quedar eliminado en un Mundial jamás se vive enteramente en el lugar de los hechos, sino en el hogar donde están los afectos. Al pasar, escucho a uno de ellos, que hace un pedido, casi una súplica:

-Contame qué está diciendo Niembro.

 Nunca voy a olvidarme de esa escena, por eso la describo ahora. A la distancia podía adivinar cómo se consumaba el ritual de mandar a la hoguera a jugadores y entrenador; hacer la autopsia en tiempo real, sin piedad, para desandar el camino de todo lo que, supuestamente, se hizo mal. Es un momento donde el espectador/hincha recibe lo que quiere: un catalizador de ese instante de bronca, enojo y tristeza. Una dosis justa de esa carnicería mediática que todos dicen odiar. O tal vez lo mejor sería decir: ese tipo de periodismo que todos aman odiar. Fernando Niembro, el principal comentarista de fútbol de la TV argentina, fue a lo suyo con una Selección que entre otros “pecados” no daba entrevistas y había puesto lonas en el predio de entrenamiento para que la prensa no viera las prácticas. Todo servido en bandeja.

Esa es una dinámica que todavía funciona. A pesar de las críticas, todavía anda. En esa época puramente televisiva, cuando todo se organizaba en el formato emisor-receptores, ese era el único altar de sacrificio para los derrotados. Todos reunidos a la misma hora para participar del rito. No cabe duda que durante décadas esas prácticas hicieron que deportistas, periodistas y medios acumularan tensiones, evaluaran conveniencias y especialmente los atletas quedaran en desventaja ante la obvia asimetría que proponía ese juego. Solo podían hacerlos callar con los goles del domingo.

La cancha se emparejó. Los deportistas van directo a las audiencias y tienen en los streamers un nuevo espacio para contar sus historias con una intermediación amable y sin tener que subir la guardia. Ir directamente al fanático tiene más éxito, todavía, cuando las ideas se conversan con otro. Eso lo sabe perfectamente Gerard Pique cuando Charla Tranquilamente con Ibai Llanos y arriban a momentos interesantes cuando hablan sobre cómo gestiona un futbolista su patrimonio sin pensar en que algún día eso se acabará.

Los deportistas van directo a las audiencias y tienen en los streamers un nuevo espacio para contar sus historias con una intermediación amable.

Las nuevas tensiones ahora se dan entre exponentes del periodismo deportivo tradicional y la generación de streamers que se ganó el calor de la cercanía con los futbolistas.

Todavía existe un público muy interesado en la carnicería mediática. Culposos siempre para admitirlo, pero están. Si vamos a las mismas plataformas digitales donde la irrupción de los streamers es masiva y exitosa, podremos observar que también quienes generan contenidos basados en las críticas despiadadas, y todo aquello que se dice odiar del periodismo deportivo, acumulan cientos de miles de visualizaciones. Con performances actuales y una revisión en modo consumo irónico de diatribas que ya tienen diez años de su puesta al aire en TV.

¿Quién ofrecerá en el futuro ese tipo de contenidos en esta naciente era del streaming? ¿Ibai y los nuevos streamers inspirados por Ibai? No lo creo. ¿Tendrá éxito todavía esa forma de conectar con los fanáticos deportivos? No lo sé. Para que no haya confusiones quiero aclarar que describo un paisaje y marco cuales son los insumos que todavía alimentan a la audiencia del periodismo deportivo cuando es evidente que los medios atraviesan una crisis en un juego de pinzas: pierden audiencia y pierden credibilidad.

Si alguien pregunta mi opinión, con toda sinceridad contesto: me gustaría que ese tipo de contenidos no existiera. Mi sueño es una oferta de periodismo y contenidos deportivos audiovisuales cómo los que ofreció Marca Claro con diez canales a la vez de Juegos Olímpicos y ser el curador de todo aquello que me interesa para consumir en vivo y en highlights. Aprender sobre nuevos deportes con especialistas que sepan explicarlos.

Quisiera vivir en un paraíso de documentales al estilo 30X30 de ESPN, la matriz de factoría de All or Nothing en Amazon Prime Video y las investigaciones al estilo “Atleta A” como las que ahora estrena Netflix. Lo que contestaría cualquier televidente cuando una encuestadora llamaba a la casa, para preguntar cual era su programa favorito y la respuesta era: “los documentales de National Geographic”, con Pablo y Pachu sonando de fondo, mientras hacían sus gracias en Videomatch.

Si quieren saber más, me gustaría ver fútbol en vivo con métricas avanzadas en pantalla, con datos que expliquen en el entretiempo dónde estuvieron los momentos clave y no con una placa de estadísticas por default, porque el juego no siempre se explica con los mismos datos. Y por último: celebro la llegada de los streamers y los entrevistadores en las plataformas digitales, aún bajo el tramposo concepto de lo “fresco” como descripción absoluta de esos nuevos formatos; lo “fresco” algún día deja de serlo y en ese momento sabremos si la cadena de valor estuvo en la novedad o en el cambio verdadero. Después de un tiempo todo llega a aburrirnos. Por eso nos resulta más atractivo ver un tiro libre de Messi grabado desde el móvil de un hincha en la tribuna que capturado en 4K.

Pero acá no se trata únicamente de lo que a mi me gustaría. Objetivamente existe una audiencia que consume ese periodismo despiadado y que aborda cualquier hecho desde la opinión pura y dura en plan Game of Thrones. En las plataformas también hay un público extremo dispuesto a consumir las exposiciones de periodistas y comunicadores que no dudan en prenderse fuego para ir con todo contra todos. Incluso hay una audiencia que acepta y mira aquello que no comparte. Siempre la hubo.

Ese tipo de relación comunicador-audiencia me trae otro recuerdo. En este caso de la película Private Parts (1997) donde Howard Stern, indomable conductor radial de la WNBC de Nueva York, se interpreta a sí mismo. Inmanejable para un ejecutivo de la radio que procura controlarlo -al que llamaba pig vomit-, adorado por una audiencia que lo reconocía prácticamente como el inventor de la incorrección política, en un momento de la película se da el siguiente diálogo entre este ejecutivo y un analista de ratings de la compañía:

Analista: El oyente de radio promedio escucha durante 18 minutos. El fanático promedio de Howard Stern escucha, ¿estás listo para oir esto?… 1 hora y 20 minutos.

Ejecutivo: ¿Cómo puede ser eso?

Analista: ¿Respuesta dada con mayor frecuencia? “Quiero ver qué dirá a continuación”.

Ejecutivo: Está bien. Pero, ¿qué pasa con la gente que odia a Stern?

Analista: Buen punto. El hater medio de Stern escucha durante 2 horas y media al día.

Ejecutivo: Pero … si lo odian, ¿por qué escuchan?

Analista: ¿Respuesta más común? “Quiero ver qué dirá a continuación”.

Ibai es todo lo contrario a Howard Stern, por muchas razónes. la principal: nadie lo mira porque odia lo que hace. Y los jugadores lo buscan porque en sus conversaciones, encuentra a la persona detrás del jugador y toda una generación se siente contenida y bien tratada en esa búsqueda. Pero la llegada de Ibai Llanos, como involuntario miembro fundador de un nuevo ecosistema de medios deportivos, tal vez no haya que verla exclusivamente como un antídoto contra las viejas prácticas del periodismo.

Es probable que se trate en este caso de una aplicación adecuada del latiguillo “el contenido correcto, en la plataforma correcta”. Porque esos medios y periodistas que se enojan con Ibai experimentan su misma gloria cuando le ponen nombre y apellido a su propio canal para disparar municiones como lo hacían y lo hacen en el broadcast tradicional. Quizás no lo adviertan así, pero el valor agregado que tiene ahora ese polémico estilo de generar contenidos, está en ponerle el cuerpo al asunto y en construir comunidad. Como hacen los streamers. En ambos casos, en el amor y en el odio, “queremos saber que dirán a continuación”.

En los últimos Juegos Olímpicos, NBC tuvo la audiencia televisiva más baja desde Barcelona 92 con un promedio de 15.5 millones de espectadores en su prime time de Tokio 2020. Su horario central no coincidía con la definición de los eventos y cuando se ponían al aire, el público ya sabía los resultados. Pero 150 millones de norteamericanos vieron los Juegos y consumieron 6 mil millones de minutos en todas sus plataformas de streaming. 372 millones de europeos siguieron Tokio 2020 en TV y digital con el despliegue de Eurosport y consumieron 1.300 millones de minutos vía streaming. Menos que en Estados Unidos, pero 21 veces más que en PyeongChang 2018.

Son datos de un cambio que existe y es en tiempo real, con varios ejemplos a lo largo del libro. Y como en toda mudanza de casa, metemos las cosas nuevas y dejamos que las viejas también nos acompañen. Con el tiempo se producen los descartes y se oxigenan las habitaciones. Twitch y YouTube obligan a los creadores de contenidos a adoptar el nuevo lenguaje, nuevos modos de producir y de monetizar en las plataformas.  Ese modo de hacer periodismo deportivo que se dice rechazar, por agresivo o por ser tildado de anticuado, no necesariamente será dejado de lado por una mera mudanza de plataformas. Hay también ahora un periodismo deportivo extremo, de denuncia y francotirador, que acumula “kilos” de visualizaciones en YouTube.

Lo “fresco” algún día deja de serlo y en ese momento sabemos si la cadena de valor estuvo solo en la novedad o en un cambio verdadero

El consumo irónico, esa manera de engullir contenidos a una pretendida distancia, con sorna, “total a mi no me engañan con lo que dicen”, es un factor nada despreciable en la era digital para sumar escuchas, clicks y visualizaciones. Los algoritmos no discriminan y el sentido de ese periodismo deportivo queda ratificado por las métricas. Y como vimos, el rechazo que despierta un comunicador, no es razón para dejar de mirarlo. Al contrario: es una razón para mirarlo. Las nuevas generaciones de creadores de contenidos, Ibai también, les dedican mucha energía y hasta diseñan su propio material con las “reacciones” a lo que hacen y dicen aquellos a los que aseguran detestar.

El nuevo periodismo que surge desde la autogestión de los nativos digitales, habilidosos en el uso de las nuevas herramientas, ya no se construye en torno a las redacciones donde el que estaba le enseñaba el oficio a los recién llegados. Es probable, y está bien que así sea, que estas nuevas generaciones, de paso, no sufran  el mal trato de los viejos patriarcas de las redacciones. Pero al mismo tiempo se da un crecimiento marcado por el trabajo solitario, el networking emocional con otros pares en las redes sociales, pedidos de ser “bancados” y promesas de contenidos a futuro si los cuatro o cinco trabajos precarizados lo permiten. Una generación digitalizada, creativa y muy “fan” de los jugadores. Incapaz de buscar generar enojos de los “protagonistas” con una opinión. Ya bastante tienen con la necesidad de ser autosustentables como para pelear ese tipo de batallas sin tener las espaldas cubiertas y el sueldo garantizado a fin de mes. Bien o mal, eso también es parte del cambio.

No siempre lo nuevo llega como reemplazo, sino como convivencia y complemento. Podemos todavía leer un manuscrito previo a la invención de la imprenta, pero ya no tenemos cómo escuchar un casete con música de los años 70. Charlar tranquilamente o incendiar a un técnico cuando pierde un equipo, queda a un click de distancia. La audiencia manda.

Fanáticos, consumos y performance en la era de la tecnología y el big data
Fecha de publicación: 09/07/2022
Edición: primera edición
ISBN: 978-987-88-5652-0
Disponible en: Libro electrónico
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