La cuarta ola de la derecha extrema ya empezó. Argentina y varios países de la región viven una nueva era de conservadurismo radical en sintonía con otros movimientos mundiales del mismo signo. ¿Cómo funcionan estos grupos? ¿Cuál es su relación con la religión? ¿Qué rol cumplen los fanáticos, los oportunistas, el líder y aquellos que lo rodean? ¿Cuáles son sus vínculos internacionales? ¿Qué papel cumplen las teorías conspirativas y los “microemprendedores” políticos?
El sociólogo especializado en el estudio de las derechas, Ariel Goldstein, analiza en este libro el fenómeno que está cambiando a buena parte del mundo con desconocidas consecuencias. Las extremas derechas crecen en la situación de anomia y falta de destino común que viven las sociedades actuales, fruto de una crisis sistémica del capitalismo, agravada por la pandemia y sus consecuencias. El malestar es canalizado colocando la culpa en otros grupos sociales, rompiendo la solidaridad colectiva y agrupando a partir del sentimiento de odio. Esta falta de horizonte y expectativas de futuro lleva al crecimiento de alternativas mesiánicas y autoritarias que prometen resolver las crisis de forma refundacional.
Pero el líder mesiánico, autopresentado como “salvador providencial”, no está solo. Lo acompaña un grupo importante de fanáticos, oportunistas y “nuevos conversos”, personajes intermedios que representan los atributos de los cuales se compone la personalidad del liderazgo principal extremista. La falta de un partido organizado, con estatuto, trayectoria, historia y regulación de las conductas internas, favorece el ingreso de los “microemprendedores” de la política.
La derecha radical se nutre principalmente de dos fuentes político-ideológicas: el partido Vox de España y el Partido Republicano de Estados Unidos. Su crecimiento también se explica por la financiación que recibe de “donantes” que antes ponían su dinero para la derecha moderada. Goldstein analiza la situación en los distintos países en los que estas alternativas se hicieron fuertes: Estados Unidos, España, Italia, Israel, Alemania, Hungría, Chile, Brasil, Perú y la Argentina de Milei.
Este libro permite entender que la etapa actual no es obra de un loco o producto de un traspié en las urnas, sino que tiene profundas raíces y poderosas ramificaciones a través del mundo. Y, fundamentalmente, nos recuerda que esta derecha extrema no es invencible y que con buenas propuestas y alianzas puede ser derrotada en las urnas.
A continuación, un fragmento a modo de adelanto:
Una tipología de los movimientos de derecha radical
El líder principal
La capacidad de conducción de un líder de derecha radical reside en representar una síntesis de las expresiones que componen el movimiento: fanatismo, oportunismo y una visión religiosa de la política vinculada con el mesianismo. Sobre Hitler se ha dicho que, “en acción, como político, irradiaba una extraordinaria intensidad de convicción y certeza que muchos encontraron irresistible, particularmente en tiempos inestables”. Se destaca también la capacidad oportunista de Hitler de adaptarse a los distintos ambientes.
El líder principal suele tener una biografía personal que combina dosis de frustración y venganza. Su ingreso en la política es un intento de revertir esa situación trágica y de aislamiento en la que se encuentra y vengarse de sus enemigos, reales o imaginarios. También, de obtener una compensación en la aclamación de las masas por su pasado infructuoso. Estos aspectos se encuentran presentes en la trayectoria de Hitler, Milei, Villarruel, Bolsonaro y Trump, entre otros líderes de extrema derecha. Ser “políticamente incorrecto”, esa percepción que tienen sus adherentes respecto de su autenticidad frente al resto de la clase política, obedece también a una fractura psicológica; lo que permite conectar con la frustración de una parte de la sociedad frente a la falta de respuestas de la dirigencia tradicional.
El líder tiene un papel organizador y legitimador sobre prejuicios circulantes en el mundo social, lo que parece dotar su irrupción de un carácter novedoso frente al consenso establecido que busca garantizar normas de convivencia democrática. Esto es, el reconocimiento del otro como un adversario legítimo. El líder puede tener un papel liberador, al legitimar prejuicios y ataques al enemigo que existían previamente a su aparición en el centro de la escena. Tanto en Argentina como en Brasil hemos visto cómo la irrupción electoral de Milei y Bolsonaro legitimó las reivindicaciones en favor de la dictadura y la represión ilegal, un aspecto compartido por una porción de la población, pero que previo a estos fenómenos no se expresaba abiertamente.
El líder expresa una síntesis entre fanatismo y oportunismo, dos características presentes en estos movimientos (aunque no solo en estos). Mientras el líder se ofrece como una versión más moderada que los fanáticos, de los que hace uso para amenazar con la violencia o la persecución a sus enemigos, expresa al mismo tiempo un mensaje más amplio.
En los movimientos de derecha radical, por lo general, el líder principal es carismático en los términos definidos por Max Weber. Su posición de liderazgo y el ejercicio de su dominación sobre el conjunto está basada en la creencia por parte de sus seguidores de que posee cualidades extraordinarias. Para mantener al movimiento unido, el líder está obligado a diferenciarse de los fanáticos y hacer guiños de moderación hacia un electorado más amplio.
Por lo tanto, mientras en el liderazgo principal de un movimiento extremista de derecha aparecen versiones más híbridas, alrededor de este liderazgo aparecen personajes intermedios que representan los atributos de los cuales se compone la personalidad del liderazgo principal extremista: oportunistas, fanáticos y nuevos conversos. Estos intermediarios cumplen funciones clave para el sostenimiento de estos movimientos.
Al representar una conjunción entre oportunismo y fanatismo, una de las características que asume el líder de derecha radical es el mesianismo. De este modo, se sobreestima la propia significación del líder movido por el narcisismo y la megalomanía, lo cual es alimentado por el reconocimiento de las masas e incluso por la dinámica de las redes sociales. En esta cuestión, cumple un papel importante la religión, al habilitar una concepción sobre el ejercicio del poder como una “misión divina”. La religión brinda legitimidad al liderazgo de extrema derecha al hacerlo aparecer como carismático y providencial.
La creencia del líder en una inspiración divina en su liderazgo para el triunfo y vencer las adversidades es propio del mesianismo. Eso está en Bolsonaro, que considera que gracias a Dios triunfó sobre el atentado que sufrió; en Milei, que dice que es un divulgador como Aarón, y que solo podía vencer si estaba en “los planes del Creador”, mientras se presenta como representante de “las fuerzas del cielo”; en Trump y en Netanyahu. Milei ha señalado que “he sido testigo de tres resurrecciones por tres métodos distintos”.
John Carlin toma de Albert Camus que el resentimiento “según crezca en un alma fuerte o débil, se convierte en ambición sin escrúpulos o amargura”. El resentimiento es el motor existencial de varios de los líderes de derecha radical (Milei, Trump, Bolsonaro, Putin). Es decir, se plantea aquí el vínculo entre el resentimiento y el oportunismo o la falta de escrúpulos, dos aspectos constitutivos de los movimientos de extrema derecha.
El líder principal suele adoptar la postura de un cruzado moral que distingue a “puros” de “impuros” y confronta a sus seguidores contra un enemigo, que es adjudicado como responsable por la decadencia del país. Sin esa cruzada moral, el movimiento carece de energías y fines políticos. El enemigo cumple un papel fundamental en la narrativa del líder. Esta cruzada moral, que busca diferenciar “puros” de “impuros” es lo que dota de sentido la tarea de los fanáticos, los oportunistas, y al movimiento. Por eso, el castigo al enemigo que promete el líder cumple un papel central.
Los oportunistas y el papel de “la ola” de derecha radical
“Entre los bolsonaristas están los ingenuos, los fanáticos, pero los peores son los oportunistas”, decía Ruth de Aquino, columnista del periódico de Brasil O Globo.
Los líderes de extrema derecha no emergen generalmente dentro de un partido establecido, sino por fuera. La falta de un partido organizado, con estatuto, con trayectoria, historia y regulación de las conductas internas favorece el ingreso de los oportunistas. Los oportunistas desempeñan un rol importante dentro de los estratos intermedios de los movimientos de extrema derecha.
Jean Paul Sartre decía al respecto lo siguiente: “Mañana, después de mi muerte, algunos hombres pueden decidir establecer el fascismo, y los demás pueden ser lo bastante cobardes y débiles para dejarles hacer”. A diferencia de los enfoques que estamos acostumbrados a ver del fascismo asociado a la fortaleza del líder principal que despertaría una fervorosa adhesión, Sartre asocia la expansión del fascismo con dos palabras: cobardía y debilidad. Los “colaboracionistas” que aprovechan los momentos de autoritarismo para ajustar cuentas denunciando a sus enemigos florecen en estos contextos. “Basta el silencio ante la audacia de los fascistas para que avancen sobre todo y todos”, señala el historiador Federico Lorenz. Al analizar el nazismo, Hughes destaca la complicidad de los “buenos” que dejaron hacer, el círculo de complicidad que lo hace posible.
“Las bandas fascistas reclutan multitud de aventureros con mentalidad de mercenarios”, señalaba el anarquista Daniel Guérin. Los movimientos de derecha radical suelen desarrollarse como una ola, lo cual tiene que ver con su origen, que expresa un componente de fanatismo y frustración en el marco de una profunda crisis económica, social y política que se opone a las estructuras tradicionales de canalización del conflicto político. En ese transcurso, que supone un crecimiento importante, nuevos advenedizos se suben a la ola. Esta ola de crecimiento atrae a personajes pragmáticos de fuerzas tradicionales –en general de la derecha política– o a otros sin experiencia que se sienten seducidos por el nuevo liderazgo y también por sus posibilidades de crecer en la carrera política.
Esto se pudo ver en el bolsonarismo, cuando ingresaron figuras externas a la política en sus listas. Estas figuras, si bien lograron crecer rápidamente por su adhesión al movimiento, tuvieron problemas de adaptación, se vieron desilusionadas y rompieron con el bolsonarismo una vez que habían logrado su cargo.
En el caso argentino, esto también se ha visto con el ingreso de personajes del peronismo residual y el menemismo a La Libertad Avanza. O también figuras mediáticas e influencers. Varios de estos personajes no parecen haber mostrado en el pasado una adhesión a la agenda de extrema derecha en defensa de la “familia tradicional”. Sin embargo, al integrarse a las filas de La Libertad Avanza han comenzado a alinearse con esas perspectivas.
El caso de Boris Johnson, ex primer ministro de Gran Bretaña, puede ser ilustrativo. Se trata de un cínico que apostó a la salida de la Unión Europea (Brexit) para cultivar seguidores en el mundo de los euroescépticos, pero, como la mayoría de los Tories, quedó totalmente sorprendido por el triunfo del Leave, posición frente a la que estaba en contra cuando era alcalde de Londres.
Este cinismo entremezclado con ambición y deseo de figuración personal explica el comportamiento de estos personajes con el objetivo de escalar y ser exitosos en la estructura del poder.
El oportunismo en el trumpismo se evidenció cuando se descubrió que en el chat interno de Fox News varios de sus conductores despreciaban el falseo informativo que debían hacer, pero lo hacían porque era el modo en que la empresa de Robert Murdoch podía ganar dinero. Lo mismo ha sucedido dentro de la Fundación Libertad, donde se le ha dado un lugar cada vez mayor a los impulsores de las ideas de extrema derecha, que se han disfrazado de liberales.
Este aspecto ha sido destacado por el filósofo John Kekes:
las creencias de estos hacedores del mal reflejaban sus pervertidas jerarquías de lo que es importante. Creyeron que el reconocimiento, la diversión y el ascenso en el mundo eran más importantes que el horrible daño que cometieron. Pero pudieron creer en esto solamente porque la envidia, el aburrimiento y la ambición los llevaron a falsear los hechos relevantes.
Desde esta perspectiva, el oportunista “exagera la importancia de lo que le interesa al hacedor del mal y minimiza el grave daño que provocan sus acciones”.
Un tema destacado en varios libros que analizan estos fenómenos es el papel de los vanidosos, resentidos, ambiciosos y envidiosos, que utilizan el sentido de la oportunidad sin escrúpulos para crecer en los contextos de crisis. Algunos quizá no tenían marcadas preferencias ligadas al extremismo antes de su ingreso en estas formaciones, y es el potencial de éxito lo que los lleva a la adhesión al movimiento.
Esta conducta oportunista puede predominar en dos rubros: el periodismo y los empresarios. Ambos por motivos similares: su trabajo se encuentra condicionado por estar alineados con el poder político. En la medida en que estos movimientos muestran chances de llegar al poder, la adhesión oportunista crece en estos dos rubros.
Estos movimientos, al funcionar como una ola que promete un ascenso irrefrenable protagonizado por figuras de poca o marginal experiencia política, terminan obteniendo el apoyo de oportunistas. El hecho de que sean personas que se encuentran por fuera de la carrera política hace que la gestión resulte impredecible. Se trata de arribistas sin principios éticos ni morales, sin trayectoria ni conocimiento de las complejidades de la función pública.
El oportunista carece de ética y da prioridad a la ambición personal para mejorar su posición social y acceder a privilegios. No considera las consecuencias de sus actos más que como un reflejo de sus propios deseos. A su vez, crea un relato propio para justificar su presencia en la extrema derecha y relativizar el costo ético de lo que significa su participación en este movimiento. Esto implica disminuir las consecuencias negativas o presentar a sus líderes de forma idealizada.
Marjorie Taylor Greene ha utilizado la teoría conspirativa Qanon para promover su ascenso político en Estados Unidos. Qanon promueve que una red secreta de elites corruptas y pedófilas, referida como el Deep State, controla el gobierno y trabaja en contra de Donald Trump. Esta narrativa sostiene que Trump está luchando para desmantelar este “estado profundo” y salvar a la humanidad. De esta manera, Taylor consolidó un grupo de seguidores fiel a sus directivas que utilizó dentro del trumpismo para negociar su ascenso político. Una vez que logró llegar al Congreso, se distanció de esta teoría conspirativa extremista y estableció una alianza con la bancada republicana. Esto tiene que ver con cómo la derecha radical es un espacio especialmente proclive a la explotación demagógica por parte de oportunistas para garantizar su ascenso. Esta relación ha llevado a Greene, antes rechazada como un dolor de cabeza por sus teorías conspirativas, a ser reconocida como un miembro respetable del Partido Republicano.
Los técnicos neoliberales
En América Latina, muchos de quienes adscriben a la tradición liberal han mostrado contradicciones a lo largo de su historia durante el siglo xx, mezclándose con posiciones autoritarias, nacionalistas y afines a los golpes militares; especialmente aquellos realizados en la década de 1970, durante la llamada Guerra Fría. Esto es así porque las ideas no se desarrollan de forma autónoma, sino dentro de lo que Marx denomina las “condiciones de existencia” que “determinan la conciencia”. Y las condiciones de existencia de las elites latinoamericanas, defensoras y divulgadoras de las ideas liberales, han estado vinculadas a la desposesión, explotación de los subalternos y modelos de acumulación violentos y autoritarios, a través de dispositivos como la estancia, la mina, la hacienda. Esta tradición en América Latina puede denominarse como un “liberalismo conservador”. Dentro de esta tradición puede caracterizarse al “udenismo” brasileño o al antiperonismo argentino. Es decir, que las expresiones liberales en América Latina han tenido una característica antipopular.
Al aparecer “la ola” de derecha radical el oportunista especula con la posibilidad de beneficiarse. Las justificaciones personales pueden ser diversas, como por ejemplo el refugio en cuestiones técnicas económicas, como hicieron en su momento los Chicago Boys y hacen hoy economistas neoliberales con Milei o un personaje como Paulo Guedes con Bolsonaro. Disminuyen la importancia de los aspectos peligrosos y autoritarios en cuestión, tentados en función de sus promesas de “reducir el gasto público” y resolver problemas económicos de acuerdo con el credo neoliberal.
En este marco encontramos economistas que han justificado procesos autoritarios como imbuidos dentro de la tradición liberal y defienden un estilo de régimen pinochetista. No casualmente el ministro de Economía de Bolsonaro, Paulo Guedes, era un admirador del modelo chileno desarrollado durante la dictadura de Augusto Pinochet. Guedes era presentado como el personaje “serio” frente al “loco” Bolsonaro, aquel que con su conocimiento técnico sobre los mercados podría construir una imagen moderada y amigable del gobierno frente a las corporaciones.
Este es el caso de Domingo Cavallo, y Diana Mondino, que defienden las ideas económicas de Milei. Ambos se han formado en Estados Unidos y tienen una mirada que simula ser exclusivamente técnica desde el punto de vista de la economía liberal sobre los problemas políticos. En el caso de esta última, conoce a Milei del CEMA y es presidente de Banco Roela e hija de su fundador, Víctor Mondino. Se desentiende de la cuestión y dice “No le he prestado atención a las alianzas internacionales de Milei, preguntale a él”, cuando se le pregunta por sus alianzas internacionales vinculadas a la extrema derecha. Según Mondino “Milei es un simplificador de ideas. Transmite un plan de acción, como el Plan Motosierra, que es la idea gráfica de que va a cortar un montón de gastos. Comunica muy bien”. Impera una mirada tecnocrática de la realidad, lo que justifica el oportunismo y permite su afinidad con la extrema derecha. Como fue el caso de Pinochet con los Chicago Boys.
Los fanáticos
El fanatismo puede encontrarse en movimientos de distintas tendencias. Los grupos de izquierda, especialmente aquellos de la década de los 70, han tenido importantes grados de fanatismo que han redundado en acciones armadas. No todos los adherentes a un movimiento de extrema derecha son fanáticos, sino que más bien suele ser una porción reducida de ellos. Hay una diversidad de votantes de extrema derecha, no todos son fanáticos y enojados.
El fanatismo se expresa en una visión del mundo que tiende a dividirlo en dos campos: aquellos que apoyan la causa correcta y aquellos que no la apoyan. Daniel Guérin ha señalado que “en el enorme aparato burocrático del Estado fascista hay muchos logreros y corrompidos, pero también hay verdaderos fanáticos”.
En los Ensayos de teoría sociológica, Talcott Parsons señala que el fascismo es distinto del conservadurismo decimonónico por lo siguiente: tiene masas que se caracterizan por el fanatismo en términos similares a los movimientos religiosos, pero al mismo tiempo, hay una alianza con grupos de las elites que se benefician por su posición y que ejercen una resistencia al cambio. Sobre el surgimiento de McCarthy en Estados Unidos se ha señalado que
atrajo en su seguimiento a la mayoría de los truhanes, zombis y rencorosos obligados que habían adherido a previos y menores demagogos en los movimientos fascistas y semifascistas de las décadas de los 30 y de los 40. En una reunión típicamente macartista era dable ver, ubicadas en las filas delanteras, merced a un temprano arribo, muchas almas lunáticas.
De este modo, en este tipo de construcciones políticas, el deseo de castigo hacia un enemigo tiene un lugar importante en la construcción de la identidad. La política, en esta visión, deviene guerra, enfrentamiento entre enemigos irreconciliables. Como han señalado Rocío Monasterio y Santiago Abascal de Vox, en su visión, cada ataque del enemigo es “una medalla” que ellos pueden colocarse.
Victoria Villarruel también ha actuado de este modo al colocar imágenes suyas en su cuenta de la red social X vestida como una guerrera en combate en una cruzada moral, y contestar con “me tomo lágrimas de zurdos” frente a las acusaciones de grupos progresistas. Ortega Smith, líder de Vox y amigo de Villarruel, expresó esta visión en un reportaje en La Nación +, con motivo de su visita a la Argentina para la asunción de Milei, al decir que “No hay que darles nada a los zurdos de mierda, no hay que darles nada a los tibios de mierda. Estos son tan peligrosos como los socialistas y los comunistas”.
El fanático quiere venganza, un culpable del cual vengarse por el deterioro del mundo.
También se vio este tipo de fanatismo en los grupos verdeamarelos que acampaban pidiendo fraude en Brasil en 2022. Esta causa brinda identidad y pertenencia al grupo. Sin embargo, este tipo de solidaridad colectiva brindada por el reclamo de fraude ocultaba que dentro de estos grupos estaban los pedófilos o empresarios que esclavizan trabajadores rurales.
Si bien el fanatismo y el oportunismo se encuentran en todos los movimientos políticos, parece haber una particular afinidad con este tipo de movimientos de extrema derecha.
El fanático es un personaje cuya existencia se encuentra al servicio de una ideología. Esta ideología divide el mundo entre “puros” e “impuros” y parece inmunizarlo frente a los sentimientos humanos y la empatía por el otro. La existencia del enemigo se convierte en un obstáculo para la realización de los fines que la causa promete. En este sentido, el escritor español Fernando Aramburu, quien ha reflexionado sobre el papel de la violencia de la ETA en la sociedad española, asocia la ideología con la ausencia de sentimientos.
Como diría Gouldner, para cada uno de estos militantes la ideología pasa a ser la propia representación de sí mismo. La ideología toma así el lugar de una “revelación personal” al punto de confundirse con un aspecto religioso.